SEGURIDAD INTERNACIONAL: ¿IDENTIDAD TEÓRICA O POLÍTICA DEL PODER?



Los estudios de seguridad internacional plantean una problemática fundamental para las relaciones internacionales, en el sentido de identificar un camino bifurcado que se abre entre la toma de decisiones en materia de políticas específicas, y la esperanza de construir un aparato teórico que satisfaga las previsiones científicas u objetivas para aquella parte de la ciencia política que estudia el sistema internacional. Es en dicha bifurcación que la seguridad internacional va transformando sus perfiles para ser comprendida a través de otros conceptos como la seguridad humana, el estudio de las fuerzas armadas y el uso de la violencia a la cual recurre el Estado para sentar presencia e identidad en el entorno mundial, con el objetivo de contrarrestar todo tipo de amenazas dentro de un escenario anárquico. Así resurge la inclinación por la supervivencia y predominio del pensamiento occidental como eje de las estrategias internacionales para responder a los aspectos prácticos de la seguridad en la era de la globalización.

Las discusiones teóricas presentan dilemas que, muchas veces, terminan en la necesidad de tomar una posición ideológica o brindar una respuesta pragmática. Por ejemplo, a) ¿debe privilegiarse al Estado como el objeto de referencia estratégico para los estudios de seguridad internacional? b) ¿Tienen siempre que articularse las amenazas internas y externas para la protección o ampliación de las condiciones de soberanía estatal? c) ¿Es posible expandir la problemática de la seguridad más allá del ámbito militar y el uso de la fuerza? d) ¿Es imprescindible mirar y comprender la seguridad como un objeto directamente relacionado con la dinámica de intimidaciones, peligros y el “sentido de urgencia” que suele construirse alrededor de la retórica para salvaguardar los intereses del Estado?

El panorama se complejiza más cuando se incorpora el debate relacionado con la democracia, los derechos de ciudadanía que ésta implica y el conjunto de reflexiones vinculadas a la consolidación de los sistemas políticos que intentan adaptar los regímenes democráticos a las condiciones históricas donde aún impera el autoritarismo como en América Latina, África y varios países del Asia. De hecho, fueron los debates democráticos que introdujeron con fuerza y legitimidad nuevos enfoques como la seguridad humana, los derechos humanos y aquello que intentó reemplazar las visiones sobre la política del poder, por variables alternativas como la erradicación de la pobreza, el desarrollo humano, valores de dignidad, limitación institucional de los abusos del poder, y el conflicto que implica la pugna entre titularidad de derechos y provisión de resultados efectivos desde el Estado.

Las preocupaciones por la consolidación democrática en América Latina y los ex países comunistas de Europa del Este, también buscaron sustituir el concepto y la idea de “guerra”–tan emblemática en los estudios durante la Guerra Fría– por el concepto de “seguridad”, aunque las implicaciones en el sistema internacional fueron las mismas, es decir, preponderaron un conjunto de visiones realistas donde el “interés nacional” de los Estados era instrumentalizado en términos de previsiones militares y la persistencia de medidas previsoras respecto a probables agresiones externas.

El vaivén entre los estudios de seguridad relacionados con la fortaleza militar y soberana del Estado, versus la seguridad humana inspirada en la teoría democrática luego de la Guerra Fría, no cambió la orientación de una “política del poder” que destaca en los estudios de seguridad. En el siglo XXI, las tácticas y estrategias de seguridad todavía son susceptibles de ser empleadas en el diseño y previsiones de largo plazo en la política internacional, cuyo propósito central es reducir las vulnerabilidades que los Estados poseen en medio de un contexto anárquico. El significado de la seguridad siempre estará imbuido por la retórica política y las decisiones estratégicas que toman los líderes en función de sus expectativas de poder.

Las relaciones entre los regímenes democráticos y los estudios de seguridad internacional o humana, están unidas a la necesidad de emplear alternativas que eviten el uso de la fuerza militar, tratando de impulsar la idea de disuasión (deterrence) antes que la coerción y el uso efectivo de la violencia declarada. Supuestamente, los enfoques fuertemente militarizados caracterizarían a los países no occidentales. Sin embargo, esto dista de ser verdad porque las grandes potencias occidentales como Estados Unidos e Inglaterra, retomaron con fuerza la militarización de sus relaciones internacionales con la Guerra Global Contra el Terrorismo, afectando inclusive los derechos mínimos para los acusados de espionaje y terrorismo en el caso de Abu Ghraib y Guantánamo. Las demostraciones de fuerza que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump hizo al detonar la bomba de las bombas (el proyectil GBU-43) en Afganistán para intimidar a sus enemigos como el régimen sirio de Bashar al-Assad o Corea del Norte en abril de 2017, dan lugar a un regreso muy duro de las decisiones de política exterior hacia la imposición del poder de las potencias mundiales.

Aquellos estudios de seguridad donde aparece una orientación “darwinista” en los conflictos internacionales, es otro aspecto controversial. En este caso, comprender las dimensiones cambiantes de la seguridad, exigiría la necesidad de adaptarse a situaciones nuevas y sorpresivas que traen la globalización y los debates sobre una “ciudadanía global”. Sin embargo, el darwinismo también podría ser asumido como la supervivencia de los actores más fuertes, destacándose claras conductas de discriminación y varios estigmas que consideran inferiores a una serie de grupos humanos y culturas. Esto es muy notorio en el rechazo a los emigrantes indocumentados en Europa y Estados Unidos.

El papel de la historia en el registro de los cambios conceptuales, teóricos, ideológicos y cómo van transformándose los objetos de análisis para la seguridad internacional, es un aspecto al que debe otorgarse particular atención. El concepto de path dependence viene a ser sumamente útil y crucial, específicamente porque condiciona la toma de decisiones en materia de política exterior. Las relaciones internacionales y los estudios de seguridad están demasiado atravesados por la historia de la Guerra Fría, la polarización en la política del poder y las actitudes bélicas que condicionan intensamente cualquier intento para repensar los estudios de seguridad, más allá de las dimensiones donde dominan los Estados fuertes.

Por el peso de la historia, la seguridad humana se somete a los dictámenes de una serie de organizaciones internacionales, en las cuales prevalecen intereses políticos de imposición coercitiva, cuya tradición se remonta al conflicto entre viejos poderes, naciones dominantes y subordinadas.

La idea de cambiar el panorama con los “estudios de paz” como referente político y valor histórico, o el conjunto de símbolos, ideologías y expectativas relacionadas con aquéllos, tampoco es una respuesta teórica satisfactoria. Los estudios de paz constituyen solamente un objeto de estudio contra-factual en el terreno metodológico, antes que un área del conocimiento científico que tenga una identidad particular. La paz, además, está intensamente influenciada por un deber ser, siempre cuestionado y sobrepasado por la realidad dura de la política del poder; al menos así lo demuestran los conflictos internacionales que fueron marcados por la Guerra Global Contra el Terrorismo después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Por lo tanto, la discusión no radica en dónde empiezan y terminan las fronteras entre los estudios de seguridad y las relaciones internacionales, sino en qué medida al pensar las diferentes dimensiones de la seguridad somos capaces de aislar las fuertes posiciones ideológicas y valores que fomentan una aguda confrontación política entre Estados fuertes y débiles, soberanías dominantes, neocolonialismo, dependencia, emancipación, imperialismo, etc. Aquí, las pretensiones científicas de los estudios sobre seguridad continúan siendo un buen deseo o una ilusión, antes que una posibilidad real de ser alcanzada.

Los estudios de seguridad y los argumentos sobre la seguridad humana también están limitados por las enormes demandas que exigen soluciones inmediatas en términos de políticas públicas. Al margen de las disputas sobre la desintegración del viejo concepto de Estado-Nación o el surgimiento de la categoría de Estados fallidos, siempre se tiende a pensar que sea el Estado (cuya soberanía sigue siendo su principal identidad) quien provea los servicios y las condiciones de seguridad. En la posibilidad de responder a problemas concretos con soluciones viables, los enfoques teóricos y cánones científicos acaban convirtiéndose en una idealización arrogante y poco útil para enfrentar el tráfico de personas, el contrabando de mercancías, el narcotráfico, la violencia urbana o el uso indebido de tecnologías nucleares y armas biológicas.

Los Estados no pueden dejar de brindar seguridad. Todo sustituto del Estado, en términos de regímenes internacionales o coalición de fuerzas protectoras, siempre dependerá de una instancia superior que condense identidades políticas y, al mismo tiempo, funcione como ordenador de las relaciones sociales, domésticas e internacionales. Los Estados utilizan y manipulan las condiciones de seguridad, supeditándola al poder. Cualquier perfil epistemológico en los estudios de seguridad y las relaciones internacionales, debe asumir claramente que los supuestos conceptuales nunca se “imponen a la realidad”. Sin embargo, esto parece suceder en muchos casos donde los enfoques sobre seguridad terminaron por “crear realidades”, en función de prioridades y decisiones político-estratégicas, muchas de éstas tomadas en estados de excepción y urgencia.

Las teorías sobre seguridad humana que tratan de privilegiar a la gente de carne y hueso para superar ciertas condiciones de humillación y pobreza, a partir de la ampliación de derechos democráticos, representan un aporte teórico significativo pero, simultáneamente surgen un conjunto de intereses burocráticos que dejan de lado las implicaciones verdaderamente humanas en una serie de decisiones.

En varios conflictos como las guerras de Bosnia, Kosovo, Ruanda, Somalia, los escándalos de comida por petróleo en Irak y los fracasos de una intervención oportuna en Darfur, Siria, Libia o Yemen, las Naciones Unidas terminaron por actuar en forma tardía, pragmática y contradictoria, desprestigiando el discurso de seguridad humana. Así, permanece abierta una brecha entre la búsqueda de una sólida identidad teórica y el peso particular de los intereses que siempre hierven en toda fría política del poder.

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