REGRESANDO A GRAMSCI: LA HEGEMONÍA COMO ARENA DE LO POLÍTICO



Introducción

El análisis de los clásicos del marxismo en el siglo XXI puede representar un trabajo que implica solamente una reflexión alrededor de la historia de las ideas. Sin embargo, también es posible reinterpretar algunos postulados teóricos con el objetivo de arrojar luces y comprender nuevos fenómenos, tratando simultáneamente de superar los viejos errores que refutaron a las teorías originales. Si bien los supuestos principales del marxismo como la determinación en última instancia de la infraestructura económica, o la vanguardia esencial y revolucionaria de la clase obrera, han sido contradichos por la evolución histórica del capitalismo contemporáneo, sus preocupaciones sobre la lucha por el poder, permiten siempre estar alertas desde una perspectiva crítica.

Este es el caso de las contribuciones teóricas de Antonio Gramsci (1891-1937) que fueron fundamentales para rechazar el determinismo económico difundido por algunas tendencias del marxismo dogmático. Gramsci facilita la identificación de un conjunto de características específicas en la esfera del Estado y la sociedad civil, dando nacimiento a un debate sobre el concepto de hegemonía junto a las particularidades de lo político: la verdadera razón de ser para la captura del poder.

La hegemonía es un proceso simbólico-político envolvente que hoy día se caracteriza por convertir a la cultura en el tejido sutil de la propaganda política y en los condicionantes ideológicos de la persuasión, en una época de democracia de masas. Asimismo, la hegemonía dentro del capitalismo postindustrial se transforma en un tipo de acción estratégica para obtener el poder, conservarlo y efectivizarlo a través de consensos y procesos de comunicación políticos, con el fin de convertir al liderazgo fuerte en el vencedor, aliándose inclusive con las fuerzas derrotadas del campo político. En teoría, Gramsci permite pensar en la posibilidad de que no haya perdedores o derrotados absolutos, sino que sus tesis sobre la hegemonía como aquella combinación entre consenso y coerción, podrían convertir al teórico italiano en el maestro del consenso y articulador de fuerzas que requiere la dominación para ser más eficaz y perdurable.

También se pueden considerar otros aspectos respecto a cuán útiles son las perspectivas críticas que inauguraron los denominados grandes pensadores de la revolución comunista, para seguir cuestionando nuestra contemporaneidad política. Si bien las diferentes versiones del marxismo-leninismo están devaluadas en la actualidad debido a la desaparición de la ex Unión Soviética y todo el orbe socialista de Europa del Este, algunas orientaciones crítico-analíticas de autores como Gramsci, todavía mantienen plena vigencia, en el sentido de invitar a los líderes políticos, partidos y movimientos sociales, a pensar procesos muy complejos como las raíces en las que prospera la dominación, o las estructuras ideológicas que abarcan la construcción de hegemonías expansivas en los sistemas políticos democráticos, sobre todo en la era de la explosión de influencias trascedentes como la televisión, el entretenimiento, la información masiva y las redes sociales del Internet.

Una estrategia que busca la hegemonía, exige convertir a la comunicación política con los dominados y sujetos subalternos, en un proceso educativo y, al mismo tiempo, transaccional para lograr legitimidad o aceptación. Esto quiere decir que cualquier grupo dominado podrá negociar con el actor dominante, a cambio de subsistir en la lucha política. La finalidad de toda lucha hegemónica es obtener un equilibrio de consensos para consolidar las estructuras del poder en ejercicio que requieren el Estado, el líder o el partido fuerte. Un partido político eficaz es el llamado “príncipe moderno” de Maquiavelo; es decir, una organización eficiente y con una burocracia dirigente capaz de imponer la autoridad legítima por medio de intelectuales que representan una especie de cerebro en medio del conflicto de clases.

A pesar de las dificultades interpretativas que tienen todos los textos teóricos de Gramsci debido a su fragmentación, ausencia de sistematización y los problemas para tener una imagen completa de su pensamiento, los aportes respecto al concepto de hegemonía son muy convincentes. Permiten comprender que la cultura y la sociedad se desarrollan a través del entrelazamiento de diversos códigos de significaciones, interpretaciones y construcción colectiva de la dominación, otorgando sentido y una mejor comprensión a todo lo que el hombre puede desarrollar en su vida social.

En las ciencias sociales, siempre llama la atención el desarrollo de la cultura como aquel entramado simbólico que no se reduce a meras prácticas discursivas o entretenimientos míticos. Los horizontes simbólico-culturales tienen su propia especificidad, su propia vida y autonomía que dan significado a todo lo que hacemos en las luchas sociales y políticas. Aquí ingresa la hegemonía como un ordenador de significados, de discursos y de comunicaciones para articular esfuerzos y constituir la autoridad intelectual en un flujo constante de conexiones entre el Estado y la sociedad civil. Es por esto que la hegemonía no está conformada únicamente por la ideología, ni ésta desaparece cuando se consolida el predominio de un actor político hegemónico.

Aquellas visiones del marxismo (mecanicista y ortodoxo) que, gracias a la extensión acrítica de la teoría del reflejo a las ciencias sociales, reducían todo análisis a los procesos materiales de producción, terminaron por esconder y abandonar en la oscuridad los fenómenos comúnmente conocidos como simbólicos o superestructuras político-estatales. Gramsci puede ser resucitado, justamente con el objetivo de realizar una lectura profunda de los fenómenos hegemónicos, sobre todo relacionados con la producción político-cultural y una serie de procesos de información-comunicación masivos que hoy en día son bastante prestigiosos, como las campañas políticas, el desarrollo de la opinión pública y las estrategias para manufacturar consensos en las democracias modernas.

Es en el horizonte del conjunto problemático del Estado, su legitimación ante la sociedad, lo político como campo de lucha y reconciliación, así como dentro de la cultura, que se desenvuelven los estudios de la hegemonía. En el tratamiento de estas temáticas, Gramsci reflexiona respecto a cuál sería la identidad de lo político, como espacio propio de conocimiento, construcción de objetos de estudio particulares y terreno para disputar el poder por medio de un uso imaginativo del saber y las ideas, aplicado a la praxis organizacional revolucionaria. La ideología como una estructura de significaciones, conduce a las formas hegemónicas de la política, transformándose así en los sutiles basamentos de la dominación estatal en toda sociedad. Por consiguiente, el horizonte de visibilidad teórico para el pensamiento político le debe mucho a las reflexiones gramscianas sobre la hegemonía y las formas simbólicas de la dominación sutil. En suma, Gramsci es aquel maestro que nos hizo entender que la política no es el arte de lo posible, sino la fuerza intelectual del partido y la conciencia que éste desarrolla para hacerle ver al sujeto dominado que no hay otra forma de obedecer, sino estar convencido de acatar la autoridad en una comunicación y concertación con los más fuertes.

Las múltiples facetas de la hegemonía

Las relaciones entre el Estado y la sociedad civil siempre implican un grado de desarrollo de la hegemonía; es decir, los patrones políticos que caracterizan a las estructuras estatales se originan y asientan en la sociedad, mientras que ésta responde y se subordina al Estado gracias a las directrices del poder que éste produce al utilizar los mecanismos funcionales de la hegemonía. El Estado y la sociedad civil son una continuidad de mutua determinación e interdependencia[1].

En esta medida, al precisar el concepto de Estado, Gramsci entiende a éste como “un equilibrio entre la sociedad política (dictadura-coerción) y sociedad civil (hegemonía-instituciones). Así, se desemboca en un Aparato de Hegemonía de Clase (AHC) que abarca la educación, cultura, iglesia y vida cotidiana (inclusive afecta a los nombres de las calles)”[2]. El concepto de hegemonía se entiende como una cadena total, capaz de abarcar y penetrar muchas dimensiones de la vida colectiva. Aunque Gramsci está preocupado por cómo obtener la eficacia hegemónica de la clase social por la cual lucha: el proletariado, sus análisis se extienden a estudiar la hegemonía como un hecho que incumbe a las clases dominantes y dominadas. Es por esto que la hegemonía también es de vital interés para la clase dominante, en caso de que ésta desee mantener un equilibrio conservador a su favor, deteniendo el avance de las fuerzas antisistémicas y tratando de fomentar un consenso alrededor del statu quo.

Sus propuestas teóricas intentan extenderse a los rasgos generales de la hegemonía como un instrumento general de dominación en todo momento histórico, sobre todo por medio de la conformación de un partido político, capaz de organizarse en una forma eficiente hasta imponerse hegemónicamente. Para Gramsci, la posibilidad de actuar con estrategias que utilizan el conocimiento por medio de una guerra de posiciones o de movimiento, claramente define al partido como el príncipe moderno[3].

La hegemonía no llega a constituirse como tal por sí misma, es decir, por la acción omnipotente de las estructuras de una sociedad, sean éstas políticas, ideológicas o económicas. La hegemonía está alimentada por prácticas concretas de sujetos sociales concretos. Estos sujetos son los intelectuales. Gramsci trata de entenderlos a partir de su función social, destacando la acción de un intelectual colectivo y no individualmente considerado. Los intelectuales deberían ser comprendidos, además, desde una aproximación institucional que conduce hacia los diferentes aparatos en los cuales se sitúan los hombres de ideas para ejercer sus roles sociales, contribuyendo así a reproducir la dominación en toda sociedad.

En Gramsci, el concepto de intelectual sufre una ampliación pues se extiende hacia una red de ordenadores funcionales del sistema social. No se podrá considerar, entonces, como intelectual solamente al individuo que desarrolla una actividad de estudio o ligada a la esfera de la pluma, sino que, cuando se privilegia la función social ampliada de los intelectuales, es fundamental entender los “elementos de cohesión social de un bloque de fuerzas, donde los intelectuales tienen la función de organizar la hegemonía social de un grupo y su dominación estatal”[4].

Algunas preguntas de investigación que Gramsci formuló, por ejemplo, fueron: ¿cuáles serían los intelectuales que han generado y todavía generan las bases para las nuevas construcciones ideológicas? ¿Cómo funcionan los intelectuales según los ámbitos institucionales del Estado y de la sociedad civil? Las ideas sobre hegemonía e intelectuales nos obligan a observar el papel de las universidades, las condiciones en que se producen los conocimientos y la información, los empresarios privados que apoyan la difusión de ideas a su favor por medio de mecenazgos, aquellos que toman las decisiones burocráticas dentro del Estado a través de políticas educativas y los líderes de opinión que operan dentro de los medios masivos de comunicación.

El trabajo ideológico de los intelectuales se enmarca en los límites que conforman un tipo de voluntad colectiva como parte de un proyecto hegemónico para consolidar la dominación dentro de la sociedad o la lucha para tomar el poder. La construcción de voluntades colectivas se expresa en las necesidades y expectativas para construir el orden político o social, en la necesidad de reducir los espacios de incertidumbre para generar confianza en los seguidores y en los dominados, o en la necesidad de revalorizar la libertad política para unificar ideas y actuar con una estrategia definida que permita la captura de los espacios de poder. Gramsci está muy vigente para estudiar ¿cuáles han sido o serían los actores-productores de hegemonía en las sociedades contemporáneas?

La acción hegemónica dentro la sociedad partiría de un conjunto de actores-productores de hegemonía, donde destaca el intelectual colectivo, en busca de una singular voluntad también colectiva que debe instaurarse al interior de la sociedad para que la dominación-dirección de la sociedad política o Estado pueda ser ejercida de manera eficaz. Desde esta visión, la sociedad civil se tiñe del Estado, así como también éste se tiñe de sociedad civil, gracias a la hegemonía y un conjunto de acciones hegemónicas que despliegan los actores encargados de asegurar la dominación estatal con el trabajo de un grupo articulador de consensos.

Las preocupaciones gramscianas trataron de ensamblar al intelectual ideólogo, meramente académico y reproductor de la dominación, con el intelectual orgánico que se afinque en el partido vanguardista: en el del proletariado. Éste tendría que ser capaz de extender sus brazos hacia todo el ser social, provocando así la acción totalizadora del intelectual colectivo, como verdadero organizador de las masas. Es la búsqueda permanente de un constructor persuasor que desarrolla los procesos hegemónicos.

Los análisis de Gramsci buscaban desarrollar de manera compacta al grupo dominante de los intelectuales, los mismos que deberán ser: intelectuales políticos, científicos dirigentes, organizadores con ideas especializadas y formación política que diseminen la lucha política en todas las funciones inherentes al desarrollo orgánico de la sociedad plena. Estas reflexiones tienen, sin embargo, una limitación: el accionar del partido vanguardia y de los intelectuales ligados a una organización de carácter casi omnisciente. De aquí que las propuestas teóricas gramscianas retomen las posturas leninistas sobre un partido esclarecido, elitista y emancipador al mismo tiempo.

El problema del intelectual constructor de persuasiones y organizador de las conductas en la sociedad, también se extiende hacia otros ámbitos que rebasan los límites de un partido de clase. Las acciones hegemónicas se asientan en una red institucional que agrupa tanto a intelectuales políticos como a intelectuales formadores de opinión pública en la sociedad; es decir, la función social del intelectual tiene su máxima expresión en estructuras institucionales de mediación entre la sociedad civil y el Estado, no únicamente en los términos de un partido vanguardista. El concepto de aparatos de hegemonía, por lo tanto, va más allá de los objetivos leninistas.

En las sociedades contemporáneas, el intelectual orgánico adquiere cuerpo colectivo en acciones institucionales que se extienden hacia los medios de comunicación social y hacia los formadores de opinión pública, a las universidades, escuelas, centros de investigación y círculos artísticos, los cuales no son simples tentáculos del partido de clase. El intelectual colectivo cobraría cuerpo en una densa red de estructuras de mediación entre la sociedad y el sistema político, entendido éste como el espacio donde se producen decisiones vinculantes para toda la sociedad.

Utilizando las reflexiones gramscianas, puede afirmarse que la acción hegemónica se teje a partir del sistema político, el mismo que tampoco opera con acciones omnipotentes que desechan la acción de otros sujetos sociales, además de los intelectuales. Los patrones hegemónicos son forjados por los movimientos sociales, por intelectuales que traspasan los límites de un partido vanguardista de clase y por un conjunto de aparatos institucionales que actúan dentro del sistema político.

Según Gramsci, la hegemonía que ensambla la sociedad civil con el Estado, crea una especie de óptimo equilibrio social y también ensambla en una sola totalidad la infraestructura económica con la superestructura político-ideológica. De esta manera, puede observarse cómo “una clase en el poder es hegemónica porque hace avanzar al conjunto de la sociedad: su perspectiva es universalista y no arbitraria. El momento de la arbitrariedad, el recurso a las formas más directas o más disimuladas de autoritarismo, de coerción, marcan una crisis larvada de hegemonía”[5].

Se forma de este modo una especie de pares contradictorios en el pensamiento gramsciano; o sea, un polo de la hegemonía como visión universal y otro polo con la hegemonía en crisis. Nos encontramos con una teoría de la hegemonía que no puede entenderse sin su otra mitad: una teoría de la crisis de hegemonía. Una teoría de la integración con su correlato de contra-respuesta: la desintegración y el consiguiente levantamiento de otra clase hegemónica. Gramsci contribuye a la investigación del agotamiento de distintos modelos hegemónicos, junto con el surgimiento de otros nuevos en la sociedad, la economía y los patrones simbólico-culturales.

Las nuevas formas de hegemonía tienen lugar a partir de la ruptura interior de una vieja perspectiva universalista que ya no da sentido a las prácticas humanas, encerrándose en la arbitrariedad de una sociedad fragmentada, en la cual se da paso a la aparición de conflictos que se encapsulan en sí mismos, con diversos grupos asumiendo actitudes de víctimas y victimarios.

La hegemonía representa una forma de organización de masas que hace suya a la ideología en su función de legitimación del poder y en su validez psicológica que forma el terreno en el cual los hombres entienden el mundo. Toda una estructura de códigos y significaciones que forman verdaderos mapas del mundo social y sobre los cuales los hombres ordenan su conducta[6].

Estos mapas son para Gramsci ideologías orgánicas y, por lo tanto, podemos distinguir la ideología como representaciones mentales particulares de cada grupo o actor social. La hegemonía como praxis política de los diferentes grupos sociales es utilizada en función de imponer e irradiar su propia ideología, imposición no necesariamente violenta, sino que resulta de las sutilezas de la competencia discursiva al interior de la sociedad civil. En la cultura como una totalidad de significaciones surgen distintos sentidos para las prácticas humanas colectivas, convirtiéndose en el escenario de luchas hegemónicas.

Los principios articuladores en el funcionamiento de la hegemonía

La discusión gramsciana considera el funcionamiento de la hegemonía como la “creación de una síntesis muy elevada de la dirección y de la ideología (fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas y dominadas a los de la clase dominante) de modo que todos sus elementos se funden en una voluntad colectiva que se constituye en el nuevo protagonista de la acción política y funciona como sujeto político mientras dura esa hegemonía”[7].

Por consiguiente, de lo que se trata es de desentrañar un principio articulador que permita establecer una verdadera dirección intelectual y moral de trascendencia universalista al interior de la sociedad civil. La lucha ideológica entra aquí en su pleno contenido, lo cual no quiere decir que cierta lógica militar destruya las viejas formas de hegemonía porque el nuevo principio unificador actúa como un recodificador que orienta a las viejas éticas –patrones de valores, conductas, visiones del mundo y conceptos morales de la sociedad– hacia el nuevo horizonte de significaciones y de legitimación en un poder constituido, del cual está cargado el nuevo aparato de hegemonía, entendido éste como la madeja institucional que coadyuva al sistema político para asegurar la dominación-dirección, con el objetivo de estrechar los lazos entre la sociedad civil y la sociedad política.

La importancia de la reforma intelectual y moral descansa en el hecho de que la hegemonía de una clase fundamental consiste en la creación de una voluntad colectiva (sobre la base de una visión del mundo) común, es decir, compartida, que servirá de principio unificador en el cual se fusionan la clase hegemónica y sus aliados para formar un hombre colectivo. El problema de la hegemonía va más allá de la teoría de los pactos o los consensos en diversos enfoques sistémicos. No se reduce a una teoría de juegos en la cual las reglas de pactos unificadores son lo más importante, sino que trasciende hacia terrenos discursivos complejos que construyen y deconstruyen los grupos en conflicto al interior de la sociedad.

Una de las exégesis del pensamiento gramsciano, permite comprender a la hegemonía como una acción cultural-social que instituye un conjunto de principios unificadores, los cuales operan a través de la ideología donde se forma esa voluntad colectiva, puesto que su existencia misma depende de la creación de una unidad ideológica que servirá de cemento.

Por otra parte, de aquí puede deducirse la importancia del momento cultural aún en las actividades prácticas (colectivas): cada acto histórico produce inevitablemente el hombre colectivo, es decir, presupone la obtención de una unidad cultural-social por medio de la cual se fusionan en un solo objetivo una multiplicidad de voluntades dispares con objetivos heterogéneos, sobre la base de una orgánica (idéntica) visión del mundo. Los codificadores que traen los nuevos proyectos hegemónicos son los que determinan el clima cultural de dominación en cada época.

Conclusiones

Algunas interpretaciones sobre la hegemonía pusieron énfasis en la articulación de la sociedad, bajo una nueva dirección intelectual y moral, como si se tratara de una estrategia de alianza de clases, obscureciendo así la confrontación de los actores sociales al interior de la sociedad civil. Estos no son simples autómatas que sirven como puntales en la dominación de una clase dominante que posee todas las iniciativas. Existe una pugna muy compleja, en la cual los procesos hegemónicos van construyendo nuevos grupos sociales dominantes y destruyendo otros, forjándose así nuevas identidades colectivas y aplacando las viejas.

La hegemonía no es, por consiguiente, una relación de alianza entre agentes sociales pre-constituidos, sino el principio mismo de constitución de dichos agentes sociales. En este proceso, los sujetos sociales van siendo sometidos a una suerte de destilación en la autoimagen que poseen de sí mismos, modificando sus representaciones mentales (actitudes) y removiendo sus principios de dos visiones, los mismos que oponen un grupo social contra otro. En la medida en que hay transformaciones hegemónicas en la sociedad cambia también la identidad de los agentes sociales.

La forma hegemónica que tiene la política, supone además la desarticulación y rearticulación de posiciones (agentes sociales o sujetos), dándose lugar primordial a la acción política que también buscará asegurar la reproducción social. Los sujetos sociales y políticos no son definidos solamente por su posición en la estructura social de producción, tienen diversos componentes o realidades pluridimensionales que colocan a los sujetos en posiciones especiales al interior de la sociedad, de acuerdo a las prácticas que los mismos realizan en la vida cotidiana, como en espacios precisos que también exigen funciones precisas.

Los procesos de acción hegemónica reordenan muchos de estos intersticios sociales donde tiene lugar la acción de los sujetos sociales. Por otra parte, estos procesos suponen una condición importante: que el proceso de articulación rearticulación de posiciones se verifique bajo formas consensuales, es decir, como proceso objetivo de constitución de nuevos sujetos. De esta manera, la forma hegemónica de la política exigiría esfuerzos prácticos muy grandes porque la constitución política de nuevos actores y nuevas identidades, no se desarrolla con simples proposiciones desiderativas o buenas intenciones.

La acción hegemónica inaugura toda una nueva época en el devenir histórico de una sociedad. El caso latinoamericano ofrece interesantes ejemplos históricos acerca de la disolución de muchos sujetos sociales, uno de los cuales es la crisis y ruptura que sufrió el movimiento obrero y los proyectos utópico-revolucionarios de izquierda, los mismos que dejaron de ocupar, además, una de sus posiciones más trascendentales en la historia del continente: las posiciones de actores sociales y políticos al mismo tiempo.

El fortalecimiento del sistema de partidos en la actualidad democrática, exige la identificación de proyectos hegemónicos, en la medida en que toda estrategia de poder implica la posibilidad de articular consensos entre las clases dominantes y subordinadas. Dicho consenso está previamente influido por principios productores de hegemonía que se irradian en las actuales sociedades de la información para la constitución de nuevos actores. La hegemonía permite hacer política mediante la construcción de demandas, el desarrollo de estrategias para generar conflictos, e inclusive, la diseminación de todo tipo de comunicación política, con el fin de buscar posibilidades de consentimiento en las decisiones y toda lucha por el poder.

Algunos rasgos de la hegemonía, hoy pueden ser encontrados en la posición privilegiada que tienen los partidos al interior de los sistemas políticos. Lo más complejo de analizar gira en torno a cuál es la forma hegemónica que despliegan los partidos para ser aceptados o rechazados por la sociedad civil. Asimismo, diferentes clases sociales, grupos organizados en la sociedad y la inmensa red de medios de comunicación e información provocan, objetivamente, luchas ideológicas al tratar de imponer sus propios proyectos de reforma intelectual y moral. La hegemonía no sólo posee formas consensuales dentro de una cultura política democrática, sino que también siembra las raíces para el enfrentamiento, para destruir la dominación de los poderosos, razón por la cual, Gramsci puede ser utilizado por tendencias revolucionarias y paralelamente conservadoras.

Discutir las implicaciones y vigencia de la hegemonía en los sistemas democráticos es fundamental. Una vez más, Antonio Gramsci se convierte en el autor marxista que consideraba la hegemonía como la creación de una síntesis muy elevada de dirección y predominio ideológico; es decir, una fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas y dominadas con los intereses de la clase dominante. La hegemonía hace que todos sus factores ideológicos y de poder se articulen en una voluntad colectiva, convirtiéndose en el nuevo protagonista, con la fuerza de aplicar transformaciones y ejecutar la revolución, mientras dura el proceso envolvente de la hegemonía.

La hegemonía en los sistemas democráticos es un reto, tanto estratégico como gerencial para deliberar, convencer, aplacar conflictos desestabilizadores y refundar la autoridad estatal controlando todo tipo de cambios. Para la hegemonía, el Estado podría ser entendido desde el punto de vista cibernético. El proyecto hegemónico equivale a saber modelar y dirigir el Estado como un verdadero cerebro sociopolítico. El problema radica en la existencia, de forma explícita o implícita, de un choque entre varios proyectos hegemónicos; es decir, de actores, partidos y movimientos sociales que se expresan, de manera pluralista, en las democracias competitivas.

Es importante desentrañar cuáles son los principios articuladores de cualquier proyecto hegemónico, sean éstos autoritarios, donde se trata de imponer cualquier orientación por la fuerza; totalitarios, que aplican la violencia y el genocidio; deliberantes, en los cuales resalta el combate de argumentos; y legitimadores, que utilizan recursos tecnológicos donde dominan los medios de comunicación, la propaganda y el pragmatismo para convencer a la opinión pública por medio de ficciones discursivas momentáneas.

Toda hegemonía, debido a su raíz política de conducción estratégica y guía estatal que une coerción y consenso, debe establecer una verdadera renovación intelectual, simbólica y propositiva, cuya finalidad es convertirse en nuevas opciones de vida y tareas políticas con visiones universalistas al interior de la sociedad civil.

En la actualidad, una hegemonía es la capacidad para imaginar ideas, llevarlas a la práctica, generar consentimientos, persuadir, negociar y lograr que las clases dominantes y dominadas confíen mutuamente en un trayecto de beneficios colectivos. La hegemonía valora mucho a las ideas científicas, políticas, artísticas y prácticas culturales, pues toda lucha ideológica entra en su pleno contenido por medio del debate de diversas proposiciones.

Sin embargo, la hegemonía también implica cierta lógica militar para destruir las viejas formas de dominación porque los nuevos principios unificadores tratan de llegar a ser otra brújula que reorienta a las viejas conductas, creencias y concepciones éticas. La hegemonía tiene contenidos democráticos pero también autoritarios. ¿Será el régimen democrático, en el fondo, una mezcla entre tolerancia y lucha a muerte por obtener una nueva matriz cultural y estatal? La democracia exige que toda idea sea discutida, cuestionada y relativizada, favoreciendo diferentes estructuras de significados y legitimación. Al mismo tiempo, la democracia busca ser un orden social fuerte que sobreviva a los conflictos disgregadores.

Los conflictos giran en torno a las intenciones que tienen los proyectos hegemónicos para convertirse en un poder constituido, controlar el Estado y generar nuevos aparatos de hegemonía. Éstos son un conjunto de mecanismos institucionales que contribuyen al sistema político para asegurar la dominación-dirección, tratando de estrechar los lazos entre la sociedad civil y el Estado que debe hacerse reconocer como autoridad coercitiva para su reproducción como poder dominante.

La importancia de las ideas y las estrategias para constituir un orden con autoridad que no dude en utilizar la violencia cuando así se necesite, tendrían que reflejarse también en una robusta metamorfosis intelectual y moral. Hegemonía y democracia parecen ser compatibles con aquellas revoluciones simbólico-políticas que requieren grandes reformas educativas, culturales, mentales, institucionales y militares. De otro modo, las ilusiones hegemónicas se congelan en la violencia e imposiciones instrumentales sin sentido.

Bibliografía

Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, México: Siglo XXI Editores, 1988.
Geertz, Clifford. La interpretación de las culturas, Madrid: Gedisa, 1987.
Gramsci, Antonio. Antología, México: Siglo XXI Editores, 1988.
______________. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Madrid: Nueva Visión, 1980.
Mouffe, Chantal. “Hegemonía e ideología en Gramsci”, AUTODETERMINACIÓN, No. 1, 1986.


[1] Cf. Gramsci, Antonio. Antología, México: Siglo XXI Editores, 1988, pp. 309-316; 353-354.
[2] Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, México: Siglo XXI Editores, 1988, p. 35.
[3] Gramsci, Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Madrid: Nueva Visión, 1980.
[4] Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado…, ob. cit., p. 51.
[5] Idem. ob. cit., pp. 77-78.
[6] Cf. Geertz, Clifford. La interpretación de las culturas, Madrid: Gedisa, 1987.
[7] Mouffe, Chantal. “Hegemonía e ideología en Gramsci”, Autodeterminación, No. 1, 1986, p. 35.

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