CRISIS DEL ESTADO EN BOLIVIA, ASAMBLEA CONSTITUYENTE Y PROBLEMAS DE GOBERNABILIDAD


Los debates sobre cómo mejorar la calidad de la democracia en América Latina idealizan, muchas veces, varios mecanismos de reforma institucional como la participación directa de la sociedad civil en la toma de decisiones. Uno de los mecanismos participativos es la Asamblea Constituyente, que en el caso de Bolivia (2006-2009) generó mayores problemas que beneficios, estimulando graves situaciones de inestabilidad y amenazando la subsistencia del régimen democrático, inclusive hasta el presente (2017).

Para comprender las amenazas y posibilidades de lo que implica llevar a cabo una Asamblea Constituyente con objetivos de reestructuración estatal, es necesario incorporar un marco analítico de política comparada que articule las siguientes dimensiones: a) los problemas de consolidación democrática, que en toda América Latina se convirtieron en problemas de autoritarismo competitivo; b) la gobernabilidad como estrategia de legitimidad estatal pero que está atravesada por una sobrecarga de demandas sociales que terminan por socavar toda estabilidad política; y c) el papel de los movimientos sociales como actores determinantes, tanto para desestabilizar la democracia como para introducir exigencias de democracia directa.

Los movimientos sociales poseen sus propias condiciones de desgaste y desequilibrio durante los procesos de reforma constitucional. En Bolivia, en el periodo 2006-2008, uno de los resultados más importantes de la Asamblea Constituyente fue la demanda para obtener una reparación histórica y humana a favor de los pueblos indígenas. Sin embargo, dicha demanda tampoco pudo instaurar una transformación política profunda que permita la instauración de un verdadero Estado indígena.

La Constitución boliviana del año 2009 es de inspiración indigenista. Intenta recomponer las tareas pendientes de reconciliación interétnica que el país necesita con urgencia. El periodo de reformas de economía de mercado y privatizaciones (1993-2003), excluyó la posibilidad de modificar la Constitución y generar escenarios de consulta como el referéndum. Esto provocó una crisis de legitimidad cuando la sociedad vio que no podía beneficiarse materialmente de las políticas de privatización. Las posibilidades de superar esta crisis exigieron al régimen democrático una mayor dosis de participación y transformación institucional que incorpore los intereses étnicos, de género y las acciones de los movimientos sociales para legitimar al sistema político.

Hoy día, los nuevos conflictos que se encuentran detrás de la implementación constitucional, se relacionan con el establecimiento de los gobiernos autónomos regionales y con las expectativas de una revolución social para obtener un Estado Benefactor, conectado, asimismo, con lo que en Bolivia se ha denominado el nacimiento del Estado Plurinacional. Sin embargo, también aparece una nueva amenaza: el papel ambiguo de las Fuerzas Armadas (FFAA) para defender a los gobiernos democráticamente elegidos en los momentos de convulsión y como forma represiva, justificada por la misma Constitución.

El alto mando militar, al interior del actual gobierno de Evo Morales, goza de muchos privilegios como altos salarios, jubilación con el 100% de sus ingresos mientras estaban activos, ascensos permanentes, o el nombramiento en altos cargos políticos y diplomáticos. Estas prerrogativas fueron otorgadas, incluso a pesar de las acciones represivas del ejército que violaron los derechos humanos en una serie de conflictos como la reducción de plantaciones de hoja de coca (1988-2014), la Guerra del Agua (2000), la Guerra del Gas (2003), la llamada Masacre de Porvenir (2008) y el retorno de viejas concepciones que todavía consideran a las FFAA como una “institución tutelar de la patria”.

El alto mando funciona con estos patrones de acción mientras garantice una lealtad favorable a la reelección indefinida de Evo Morales. Las bases de las FFAA y los oficiales de rangos inferiores con salarios bajos, se han rebelado abiertamente por medio de protestas y huelgas de hambre en el mes de abril de 2014, creando una grave insubordinación. Esta situación se liga a una serie de movimientos de masas para forzar más cambios sociales, lo cual genera demasiada inestabilidad institucional.

Por lo tanto, la realización de una Asamblea Constituyente y el planteamiento de fundar un Estado Plurinacional, no lograron mostrar indicadores claros de consolidación democrática. El sistema pluripartidista también se está desintegrando. El nacimiento de una democracia multiétnica que construya un Estado indígena, no compatibiliza con el proyecto hegemónico que tiene Evo Morales y tampoco responde a una débil democracia, tutelada por las Fuerzas Armadas o los poderosos grupos corporativos como el movimiento cocalero que no apoyan una mayor calidad democrática, ni una legitimidad política basada en un Estado Nacional, cohesionado social y culturalmente. El divisionismo es la señal más fuerte desde que Evo Morales llegó al poder en el año 2005.

Análisis político

Bolivia necesita llevar a cabo una verdadera reforma estatal como la única manera para que el Estado Plurinacional tenga sólidas raíces. La reforma del Estado es un proceso de conflictividad y cambio político inestable, articulado a la necesidad de recomponer la gobernabilidad del sistema político a partir de cinco factores[1]:

Lograr que la sociedad boliviana acepte una redefinición de las responsabilidades del Estado previstas ahora en la Constitución.

Ampliar las capacidades estatales para ejecutar acciones de interés colectivo en forma eficiente, bajo el paraguas del concepto de Estado Plurinacional. En el caso de las reformas constitucionales, significa asumir una identidad indigenista con la capacidad política para reconocer la existencia pre-colonial de las naciones indígenas, respetando sus derechos al autogobierno y autodeterminación. Al mismo tiempo, se debe generar una descentralización que realmente implemente los cuatro niveles de autonomía establecidos en la Constitución: departamental, regional, municipal e indígena.

Comprender mejor cómo se van a acomodar las reformas constitucionales y las funciones del Estado a las actuales capacidades del Estado boliviano, tomando en cuenta procesos de corto, mediano y largo plazo. La necesidad de acomodar las funciones a las capacidades del Estado representa un requisito estratégico que exige elegir entre lo que se debe y no se debe hacer, cómo hacerlo, cómo aumentar la capacidad estatal mediante la reestructuración de las instituciones públicas y qué condiciones de concertación existen para lograr estabilidad política. Esto es importante para evitar la erupción violenta del autoritarismo.

Está pendiente cómo se van a clarificar las prioridades en la implementación de la Constitución, junto con un nuevo compromiso para preservar la democracia, en contraposición a las presiones por reelección indefinida de cualquier tipo de caudillo. Es esencial concentrarse en la protección de los derechos fundamentales, debido proceso y acciones de defensa. La toma ilegal de propiedades, así como la tortura sufrida por dirigentes campesinos y otros ciudadanos como supuestos actos de “justicia comunitaria”, muestran violaciones sistemáticas a la Constitución, muchas de ellas instigadas por el partido de gobierno, el Movimiento Al Socialismo (MAS).

El actual funcionamiento de la estructura estatal aún no conceptualizó claramente lo que significa el Estado Plurinacional en la administración gubernamental rutinaria. Por el momento sólo es un eslogan ideológico susceptible de ser rellenado con cualquier contenido e intereses de poder.

La Constitución promulgada en 2009 tuvo varias modificaciones que no fueron realizadas por los asambleístas, sino por el Congreso nacional. De hecho, los constituyentes no redactaron ni siquiera un solo artículo constitucional. El texto aprobado el 9 de diciembre del año 2007 en la ciudad de Oruro representa una versión que fue cambiada posteriormente por una pequeña élite política del MAS, protegida por el Poder Ejecutivo. La Constitución se reescribió entonces varias veces en medio de negociaciones políticas entre el gobierno, los gobernadores de todo el país y los partidos políticos de la oposición, principalmente Poder Democrático y Social (Podemos). Este proceso tuvo lugar entre septiembre y octubre de 2008, luego de conocerse los resultados del referéndum de revocatoria de mandato del 10 de agosto del mismo año. La Asamblea Constituyente fracasó en varias oportunidades sin poder redactar la Constitución porque todas las modificaciones y acuerdos finales sucedieron por afuera de la institucionalidad de dicha Asamblea.

Propuestas

Los conflictos estructurales que siguen amenazando la implementación de la Constitución y deben ser resueltos cuanto antes, giran en torno a lo siguiente.

El intenso conflicto entre los poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), implica una confrontación muy fuerte que agrava los problemas institucionales de la democracia en Bolivia, fruto de un acentuado presidencialismo. Los magistrados del Poder Judicial son constantemente avasallados por el Poder Ejecutivo. El gobierno de Evo Morales está caracterizado por imponer sus principales políticas mediante “decretos supremos”. Una administración que gobierna por decreto tiene graves consecuencias para la estabilidad política y afecta negativamente la generación de consensos con diferentes sectores de la sociedad civil.

El conflicto entre el gobierno central y las regiones autónomas debido a la implementación de las autonomías descentralizadas que deberían profundizar la reestructuración del Estado. Los conflictos entre la visión de modernización institucional y los movimientos indígenas, que poseen diferentes concepciones multiculturales sobre los mismos problemas políticos.

Los conflictos sobre el surgimiento de supuestos grupos terroristas. Las investigaciones en torno al caso de terrorismo liderado por Eduardo Rozsa en Santa Cruz, señalan dos tendencias: por un lado, terrorismo relacionado con sectores autonomistas, y por otro, violencia estatal donde los organismos de seguridad del Estado pisotean los derechos humanos.

El caso Rozsa fue muy particular en Santa Cruz. Supuestamente, varios sectores empresariales intentaron financiar la utopía de una nueva autonomía regional cruceña, tropezando con el rechazo de todo el país. La organización de un supuesto grupo terrorista dio a conocer varios nombres donde destacaba este personaje Eduardo Rozsa, nacido en Bolivia, pero que había adquirido las nacionalidades croata y húngara en campañas mercenarias. Hoy se cree que Rozsa fue contratado por el mismo gobierno de Evo Morales para destruir las demandas autonómicas en Santa Cruz, y perseguir a sus principales líderes regionales, acusados de secesionistas.

Rozsa fue asesinado y su célula terrorista resultó completamente desbaratada en abril de 2009. Esto desató un gran debate público porque rebeló que las élites regionalistas de Santa Cruz, Beni y Pando impulsaron un conflicto autonómico que, de alguna manera, apostó por el separatismo. Este conflicto terminó alienando las perspectivas democráticas y las mismas políticas de descentralización.

El proceso autonómico en Bolivia significa una oportunidad para incrementar la eficiencia y responsabilidad de las acciones estatales. Solamente así tiene sentido el avanzar de manera más decisiva en una descentralización y con una Constitución Política que busca instaurar un nuevo tipo de Estado.

Los conflictos en Bolivia debilitan al Estado y la democracia. El país está demasiado dividido desde la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 y el gobierno del MAS tiene muchas dificultades para tomar decisiones políticas que sean respetadas por diferentes grupos porque sus intereses obedecen más a metas de corto plazo, sin mostrar una verdadera voluntad para consolidar las capacidades estatales con criterios de equidad, unidad, eficacia, profundidad e institucionalidad.

Hoy, el Estado y la sociedad boliviana ingresaron en la oscura dinámica de la anomia. Por lo tanto, es muy difícil que las elecciones directas para instituir gobernadores y gobiernos municipales sirvan como un antídoto que contrarreste la emergencia de una democracia anómica, que es el nuevo perfil adquirido por aquello que se ha denominado la Bolivia plurinacional.

El país se caracteriza por tener un régimen democrático ambiguo donde cualquier ciudadano se acostumbró a vivir al borde del riesgo, la incertidumbre y la corrupción cotidiana, aceptando como normal la violación de derechos humanos, los abusos del poder y las tenebrosas expresiones de autoritarismo que también están presente en la sociedad civil por medio de sangrientos linchamientos. La calidad de la democracia en Bolivia durante los últimos treinta y cuatro años, tiende a bajar constantemente y prepara las condiciones para su lento deterioro y retroceso.



[1] Por gobernabilidad se entiende a la capacidad de las sociedades para resolver sus problemas de permanente reforma del Estado, de modo que los actores estratégicos se interrelacionan para tomar decisiones de autoridad y resolver sus conflictos, conforme a un sistema de reglas y procedimientos formales o informales, dentro del cual formulan sus expectativas y estrategias de cambio socio-político.

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