The atomic bomb dome
En Nara, donde aprendí mucho de la historia profunda del Japón
Conocer
el continente asiático es una oportunidad sin igual, especialmente por la rica
cultura y el impresionante despegue económico de varios países como China,
Singapur, India, Taiwán, Malasia o Corea del Sur. En mi caso, tuve la grata
posibilidad de visitar Japón por medio del programa de cooperación denominado
“Juntos”. Este es un esfuerzo que viene del mismo Estado japonés con el
propósito de estrechar los lazos diplomáticos y las relaciones interculturales
con América Latina. Fue una experiencia realmente muy aleccionadora.
La
estadía de investigación en diez días fue muy grata porque no solamente pude
estar en Tokio, sino viajar inclusive a Osaka, Hiroshima y una ciudad muy
antigua, Nara, que en algún momento fue capital del país durante los tiempos
del Japón medieval. Me impresionó mucho la forma en la que hay una simbiosis
entre la tradición budista y la modernidad contemporánea que convierte a Nara
en un destino turístico muy hermoso por la gran cantidad de templos antiguos,
los cuales están preservados de manera impecable. Es por esto que las pagodas y
ruinas de Nara representan un verdadero patrimonio de la humanidad reconocido
por la Unesco.
Japón
es un viaje muy curioso hacia el tiempo pasado de un continente asiático
rebosante de cultura imperialista, tiempo presente con un sentido de trabajo y eficiencia
incomparable, y un tiempo futuro donde la tecnología es vista como el baluarte
de competitividad e innovación permanente.
La
espiritualidad de un país dice mucho acerca de la fuerza interior que puede
expresarse también en la cultura. Japón tiene tradición budista y sintoísta, lo
cual construyó una identidad muy particular, abierta al politeísmo y a la
posibilidad de corregir errores. La identidad japonesa parece edificarse sobre
la base de una filosofía en plena armonía con la naturaleza y la perennidad de
los seres humanos que debemos hacer el bien, a fin de cultivar una ética de
convivencia pacífica entre todos y de aceptación de la falibilidad.
Quizás
este ímpetu espiritual no dogmático es lo que alimenta una hospitalidad muy
apreciable. En Japón me sentí como si estuviera en casa: seguro, bien
alimentado y feliz de haber encontrado a un país que me recibió, pensando en
que yo era alguien importante en medio de 126 millones de habitantes. Todo un
lujo. Simultáneamente, es muy atractiva la conexión entre el budismo-sintoísmo
y la modernización occidental de hoy. Nada se desperdicia, sino que se
aprovecha para el bien de uno mismo y de todos, en una sociedad fuertemente
pragmática para impulsar el capitalismo industrial hasta sus mejores
expresiones.
Por
otra parte, no puedo imaginar otro país que haya sufrido en carne propia los
impactos destructivos de dos bombas atómicas y luego se haya recuperado por
completo hasta convertirse en una potencia económica. Actualmente se puede
caminar respirando aire normal en Hiroshima, tomar fotos de lugares que
prácticamente fueron pulverizados y apreciar las opiniones de algunos
sobrevivientes del desastre. La pregunta que aflora es: ¿profesan el
resentimiento hacia los Estados Unidos por semejante agresión en 1945? La
respuesta es única, práctica y sabia: ¿qué se ganaría con permanecer resentidos
y obsesionarse con la venganza? Quienes piensan así, tienen toda la razón. No
se puede salir adelante pensado únicamente en algún tipo de revancha histórica
o reivindicativa. Basta ya de respirar por las heridas de la colonia española;
esta podría ser una lección fundamental si entendemos la historia japonesa.
Japón
es el ejemplo más importante sobre cómo la fuerza de la solidaridad y el temple
interior, terminan en una disciplina moral que se transforma en carácter
resiliente para remontar lo peor. Dos bombas atómicas son ahora parte de la
historia universal, testimonios de la barbarie bélica y paradigma del perdón.
Los japoneses abogan por la erradicación completa de las armas nucleares en el
mundo. Es más, después de la tragedia de Fukushima el año 2011, dejaron de ser
partidarios de la energía nuclear, optando por otro tipo de tecnologías y
energías alternativas. Los damnificados del tsunami en marzo de 2011 fueron
rescatados con aprecio y pleno respaldo. No hubo saqueos ni caos social.
Qué
diferentes somos en Bolivia y América Latina, el continente más violento del
mundo, y uno de los más desiguales donde pervive el autoritarismo, mezclado con
una exuberancia discursiva que, llegado el momento, no cumple nada de aquello
que predica con efusividad enfermiza. Debemos aprender mucho de Japón, sobre
todo de su tolerancia, resiliencia y apertura filosófica-espiritual para
encontrar beneficios concretos. Nos falta mucho pero tranquilamente podemos
acercarnos a un país y una cultura que ofrece importantes perspectivas sobre el
progreso económico, social y personal.
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