El ejercicio del
poder está vinculado directamente a los impulsos de la dominación para disponer
sobre una serie de recursos. Se puede tomar una decisión para echar mano de
ingentes cantidades de recursos económicos, pero al mismo tiempo, para afectar
la vida cotidiana de cientos o miles de personas. El poder, probablemente se
condensa en aquella posibilidad de utilizar individuos y factores materiales,
frente a lo cual muchas veces es difícil oponer una resistencia. El filósofo
político, Carl Schmitt (1888-1985), consideraba que el poder era precisamente
la facultad de decidir porque una decisión constituía la principal fuente de
soberanía política, conducente al regreso de mistificaciones
teológico-políticas que retoman una posición central en todo terreno estatal.
En las versiones
tecnocráticas sobre las posibilidades de llevar a cabo una reforma del Estado,
siempre están presentes dos posiciones: por un lado, la agenda de cambios
democráticos y por otro, la discreta ilusión de un liderazgo fuerte capaz de
tomar medidas estratégicas en cualquier momento. Es en el ámbito estratégico de
lo político (el poder en ejercicio dentro del aparato estatal) donde
normalmente se oscurecen algunos aspectos teóricos e ideológicos, como por
ejemplo los mecanismos permanentes para la toma de decisiones que se
manifiestan en los sistemas presidenciales o parlamentarios. Aquí, Carl Schmitt
posee una influencia inusitada pues, aunque sin citarlo, varios enfoques
neo-institucionalistas replantean problemáticas relacionadas con las formas de
compatibilizar la participación democrática, el liderazgo eficiente para
articular consensos y las habilidades para administrar la estabilidad política
que, muchas veces, se alejan de los pre-requisitos en torno a la soberanía
democrática como fuente última para viabilizar la legitimidad. La soberanía
deja de residir en la voluntad popular para concentrarse, más bien, en la
capacidad de tomar decisiones como líder enérgico y autoritario.
El libro Teología
Política, Cuatro Ensayos sobre la Soberanía, publicado por primera vez en 1922,
y reeditado en los albores del régimen nazi en 1933, otorga a Schmitt las
ventajas de haber formulado una visión realista y fuertemente atractiva
respecto a la soberanía como un conflicto –o tensión abierta– entre la soberanía
del derecho, en contraposición a la soberanía del Estado, que finalmente
demanda la intervención directa de un esfuerzo que imponga decisiones, tanto en
las situaciones de excepción, la administración constante del poder, así como
en las crisis políticas.
La posición
teórico-política de Schmitt comienza criticando las propuestas de Hans Kelsen,
quien consideraba al Estado como la encarnación misma del “derecho” y donde
éste representaba una norma altamente valorada como juicio hipotético del deber
ser. Este deber ser guardaba no solamente un paralelismo con la tradición
teológica, sino que aún a pesar del intento de secularización del derecho
mediante el uso de un método científico y una teoría pura de carácter racional,
todavía mantenía, según Schmitt, conexiones con un Estado que se presentaba
como si fuera el regreso de un orden inspirado en la divinidad. La teoría pura
del derecho cultivada por Kelsen, no logró borrar aquel debate en torno a
cuándo se demarca completamente el paso de un orden político recibido por Dios,
hacia otro orden construido por la Razón de los hombres libres y plenos de
autodeterminación.
Carl Schmitt
cuestionó la concepción que identificaba al orden político con el Estado de
Derecho por estar encerrada en idealizaciones que, si bien tenían validez
teórica, no podían responder claramente cuando descendían al terreno real de la
política. La cuestión central se encontraría en “quién garantiza la toma de una
decisión en última instancia”, soportando la responsabilidad del mando y abriendo
las puertas al liderazgo como mandato necesario y fuerza material que pone en
funcionamiento un gobierno o una autoridad. Para Schmitt, la soberanía sabe
tomar decisiones, convirtiéndose en el eje pragmático que expande su vigencia
hasta hoy día porque soberano sería únicamente aquel quien “decide sobre el
estado de excepción”. La identificación de un fuerte privilegio que tienen las
decisiones en los asuntos públicos y la praxis política, emparenta
completamente a Schmitt con las doctrinas actuales sobre la tecnocracia y el
New Public Management.
En las
concepciones constitucionalistas, la soberanía está totalmente impregnada de un
orden jurídico, cuya forma es la decisión que obedece al cumplimiento fiel del
derecho y donde el contenido de cualquier decisión responde directamente al
conjunto de normas que definen los alcances, carácter y destino del Estado. Hoy
día, podríamos decir que la institucionalidad democrática no podría funcionar
sin el imperio de la ley que debe ser ciega ante cualquier privilegio y
rigurosa para impedir el abuso del poder. El Estado de derecho sería el símbolo
de cualquier democracia, donde ningún poder se extralimita ni subordina el
balance o equilibrios entre las estructuras institucionales de los poderes
Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
A esto podemos
agregar que los enfoques weberianos sobre el Estado moderno, consideran a la
“racionalidad legal” de carácter impersonal como un tipo de dominación y
estructura de poder, pero sin destacar la toma de decisiones en sí misma. Dicha
racionalidad se manifiesta a través de una burocracia como conjunto de
funcionarios institucionales que aplica el orden jurídico positivo.
Simultáneamente, la utilización de la dominación legal tiene una forma
específica expresada en el derecho, administrado de manera regular y
especializada.
Las decisiones de
un Estado burocrático ligado a la dominación legal se presentan como una
técnica que tiende a convertir el proceso político en un escenario calculable;
es decir, en el duelo entre medios y fines. Esto es importante para Schmitt
pero bajo la condición de incorporar otra dimensión: aquella donde la decisión
sobre el presente y futuro de un Estado siempre revisten la posibilidad de una
“excepción”. En otras palabras, el carácter excepcional de una decisión
política, equivale a la inclusión de un recurso extra ordinem o por fuera del
orden racional y legal: la capacidad de ejercer un liderazgo.
El enfoque
decisionista de Carl Schmitt brinda una nueva orientación al sentido y
profundidad de la soberanía política como “capacidad para tomar decisiones”. La
razón principal no descansa únicamente en la dominación legal, sino en la
imposición del liderazgo o la autoridad política específica que en cierta
coyuntura ejerce el poder. La imposición, en este caso, es la legítima
posibilidad de guiar las voluntades individuales y colectivas hacia un
horizonte de obediencia y consenso que un líder fuerte es capaz de conseguir.
El líder asume la
responsabilidad global de cualquier orden político. No importa si el orden
político está secularizado y racionalizado en un ámbito moderno del Estado
burocrático identificado con el derecho, sino que el ejercicio de la soberanía
política se aleja de sus principios como voluntad general formulada en términos
rousseaunianos, transformándose en la voluntad personal del líder con la
autoridad eficiente para decidir sobre el destino de un estado de excepción. La
lectura de Schmitt sugiere que el liderazgo es una especie de añoranza,
semejante a toda intervención divina, que siempre intenta ser secularizada con
la apelación a la norma y el orden jurídico.
Un estado de
excepción es la marca del poder y del ámbito donde éste opera que es el
escenario de lo político. Si bien se ha considerado a Schmitt como un autor
conservador, sus orientaciones son escépticas respecto al cambio y la
probabilidad de encontrar un rumbo a partir de la voluntad de los sujetos
sociales que tratan de establecer una continuidad plenamente satisfactoria
entre la construcción de un orden político secularizado, la legitimidad
democrática que confía en la sabiduría del pueblo, y el Estado de derecho como
aspiración incompleta e ideal, una vez que surgen los conflictos y múltiples
contradicciones fruto de la acción política.
Las decisiones
políticas –incluidas las gerenciales y todo tipo de intervenciones que se
relacionan con acciones estratégicas– tienen la particularidad de crear y
recrear un orden o sentido del orden. Por lo tanto, existe una enorme carga
teológica en los debates políticos porque el líder soberano que decide sobre el
estado de excepción es la extensión de la protección divina sobre las
estructuras políticas. El concepto de lo político en Schmitt está muy cerca,
inclusive, de la teoría sistémica y la toma de decisiones que pueden permitirse
reducir el potencial de movilización de la voluntad del pueblo, como esfera
para legitimar las decisiones democráticas, favoreciendo más bien las
estrategias sistémicas que entienden a la sociedad y el orden como un
servomecanismo, programable a través de las decisiones apropiadas.
En esta visión
política, la sociedad no tiene por qué tener sujetos con visiones subjetivas y
voluntaristas para influir en las decisiones que se toman dentro del sistema.
Para Carl Schmitt, Thomas Hobbes, Maquiavelo y los defensores del decisionismo
en la administración del Estado, no se trata de pensar en quién finalmente
domina la naturaleza, la descifra y controla sus movimientos, sino quién es
capaz de mirar de frente y aceptar, tal cual, el todo del sistema como un orden
donde “la decisión sobre lo excepcional –afirma Schmitt –es la decisión por
antonomasia”. En efecto; una norma general: la representada, por ejemplo, en un
concepto normal cualquiera del derecho vigente, “nunca puede prever una
excepción absoluta ni dar fundamento cierto a una decisión que zanje si un caso
es o no verdaderamente excepcional”. La decisión representa el corazón del
liderazgo y el orden político.
Cuando Schmitt
delimita de modo técnico la noción de soberanía, no la considera como mero objeto
pero tampoco como un espacio dotado de fuerzas privilegiadas donde predominen
el derecho y la voluntad popular, sino como un mecanismo cuya complejidad puede
ser reducida y controlada de una manera más eficaz mediante la intervención del
líder o autoridad específica que toma una decisión, determinando el rumbo que
la sociedad también espera.
En las teorías de
Schmitt, el príncipe y el pueblo no pueden ser soberanos alternativamente,
razón por la cual toda representación política se enfrentará con el peso de la
decisión. La soberanía es indivisible pero dentro de las fronteras del Estado y
es así como emerge el concepto de decisión paralelamente a la soberanía del
pueblo.
Esto es facilitado
por la persistencia de los códigos teológicos en la política. La teología
política de Schmitt se transforma en una reflexión sobre la presencia de un
saber supremo, protector y abierto, al mismo tiempo, a una discusión en torno a
la supremacía del orden político, por medio de la intervención
estratégico-soberana de liderazgos seculares e imponentes. Schmitt plantea una
línea de equilibrio político entre el líder como soberano, el Estado, el
sentido de orden y la toma de decisiones.
Si soberano es
aquel que decide en un estado de excepción, entonces las tecnologías
decisionales sobre las organizaciones eficientes y complejas del siglo XXI que
hoy día tienen tanto atractivo, convierten a las teorías de la democracia en un
rodeo intelectual superfluo, sin ningún tipo de efectos verdaderos en las
arenas reales del poder y la política. Las preocupaciones por el orden y la
soberanía del decisor transpiran un vapor antidemocrático, convirtiendo
sutilmente las demandas democráticas en un reclamo por ciertas dosis
autoritarias de mayor poder, el cual va a depositarse en pocas manos; es decir,
en las manos de un líder y grupo de líderes capaces de asumir el peso del mando
cuando van a tomar una decisión vital para reproducir el poder y el orden político.
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