LA SITUACIÓN DEL ESTADO EN AMÉRICA LATINA: ¿CEREBRO DE LA SOCIEDAD O EXPRESIÓN DE UNA CRISIS DE IDENTIDAD?
Desde
la Caída del Muro de Berlín y la desaparición de la ex Unión Soviética en los
años noventa del siglo XX, nada ha sido tan sorprendente y profundamente
preocupante como la actual crisis del Estado. Éste, dejó de ser el cerebro de la sociedad y, al mismo
tiempo, tiene grandes dificultades para articular un conjunto de redes
institucionales que le permitan solucionar los principales problemas de la
ciudadanía.
En el siglo XXI, el Estado ya no es el punto nodal para la construcción del
desarrollo económico ni para la generación de sólidas orientaciones en la
política. Actualmente está acosado por una crisis
de identidad, es decir, qué es lo que puede hacer el Estado con
efectividad, con plena seguridad para reproducir el orden político y con
certeza para garantizar el funcionamiento del orden económico y social. Uno de
los retos políticos más trascendentales en el Siglo XXI, precisamente radica en
la necesidad de repensar al Estado como un sistema de poderes y fuerzas
institucionales que le permitan reconvertirse en el cerebro de la sociedad; esto implica:
a) Tener la posibilidad de prever sus acciones en el mediano y largo plazo.
b) Conocerse por dentro como Estado y conocer sus entornos culturales,
sociales, económicos y políticos para intervenir en forma precisa.
c) Controlar eficazmente sus decisiones para implementar cualquier política
pública, oportunamente. Si
esto no es posible, entonces se hace fundamental discutir una vez más cuáles
son las principales exigencias para una reforma estatal en las Américas.
Los grandes problemas: una mirada global
En
América Latina, las complejidades del Estado obligan a pensar con cuidado cuál
es el papel de la historia y la necesidad de identificar procesos causales. Nuestra región, no solamente se caracteriza por
una particular trayectoria histórica, sino también por las problemáticas decisiones que los actores políticos y los líderes
tomaron en un determinado momento para conducirnos hacia “senderos
específicos”, de los cuales dependemos hasta el día de hoy.
Las
acciones políticas y la intencionalidad de las élites dirigentes, del ejército
o los partidos políticos han marcado el funcionamiento del Estado. Si bien es
muy difícil generalizar y extraer una teoría
política universal para el análisis del Estado en América Latina, es
importante pensar que en Chile, Uruguay y Colombia, los partidos son lo
suficientemente fuertes como para articular el poder del Estado, logrando una
centralización importante en el momento de tomar decisiones y generar políticas
públicas.
Los
casos diferentes serían Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador y algunos países de
Centroamérica como El Salvador, Nicaragua y Guatemala, donde hasta ahora no
pudo madurar un sistema de partidos estable, con élites dirigentes previsoras y
defensoras de un conjunto de reglas institucionales durables. Asimismo, Chile,
México y Argentina tuvieron la capacidad de tener un Estado que concentrara el
monopolio de la coerción y el poder por medio de la violencia de arriba hacia
abajo, a diferencia de Uruguay, Perú, Colombia, Bolivia y Venezuela donde el
Estado, por mucho tiempo, tuvo una presencia débil en las áreas rurales. Sin
embargo, las élites políticas, los partidos y las burocracias estatales en el
continente chocaron con seis grandes conflictos que, hoy día, están socavando
las capacidades del Estado:
1) Los Estados latinoamericanos no pueden generar sus propias fuentes y capacidades de conocimiento
político e institucional para mejorar sus intervenciones. Esto se percibe,
sobre todo en las políticas de educación, generación de empleo, seguros de
vejez, seguridad pública – reduciendo la terrible violencia urbana – así como
el control del contrabando de todo tipo de productos provenientes de las
economías emergentes de India y China, junto a las enormes amenazas del
narcotráfico que adquirió un inusitado poder, destruyendo casi por completo las
posibilidades de control en México y Bolivia.
2) Los Estados están perdiendo, cada vez más, la capacidad para monitorear,
guiar y hacer cumplir las decisiones de
alta gerencia en los mandos
inferiores; es decir, resulta muy difícil controlar a los funcionarios de
rango medio que, en gran medida, están adaptados a una lógica de clientelismo estatal,
lo cual elimina la eficacia institucional de cualquier ministerio, gobernación
o municipio.
3) Las relaciones de poder que
caracterizan a todo Estado, están siendo afectadas por una sociedad civil muy
insumisa y reacia para obedecer las directrices políticas del Estado. La
sociedad civil, sobre todo en condiciones de democratización, reivindica
mayores libertades, más derechos y garantías, rechazando la intervención del
Estado autoritario pero restringiendo sus relaciones de poder, lo cual
significa que las fuerzas estatales deben recurrir al ejército y a la policía,
como el último recurso de poder para obligar a la sociedad a obedecer. El
interés por la política se evapora progresivamente y surge así una crisis de
ciudadanía junto a las deterioradas relaciones de poder estatal.
4) La crisis de ciudadanía se
manifiesta por medio de un desencanto respecto al potencial del compromiso
político. La sociedad civil desconfía en las capacidades del Estado y, si bien
ambiciona que éste pueda seguir siendo el cerebro controlador y el faro para
mirar en una sola dirección, lo que ahora experimentan los Estados
latinoamericanos es una crisis donde las agencias de acción efectiva: los
ministerios, y la acción colectiva que viene de la sociedad civil, no pueden
visualizar proyectos conjuntos de largo
plazo. Lo que parece caracterizar a la ciudadanía, a las políticas
estatales y al interés por retornar a un Estado como cerebro social es, más
bien, la precariedad, especialmente
cuando se espera un seguro contra el desempleo, la protección del medio
ambiente y los resguardos para cuidar a los ciudadanos evitando todo tipo de
violencias.
5) Los Estados tienen muchas restricciones
para generar los incentivos necesarios que sirvan a los actores
involucrados en el crecimiento económico, en la igualitaria distribución de la
riqueza dentro de la sociedad y en las previsiones para modelar un Estado de Bienestar. Todavía persiste
con mucha fuerza la necesidad de tener amplias redes de protección social,
especialmente para los pobres y los grupos vulnerables: indígenas, jóvenes,
niños, personas discapacitadas y de la tercera edad. La disponibilidad de
recursos tecnológicos, humanos y financieros no es oportuna y, como resultado,
los funcionarios medios que implementan o monitorean algunas políticas
públicas, tienden a tomar decisiones discrecionales,
reduciendo los impactos efectivos de toda intervención estatal. La
discrecionalidad se abre camino porque la alta gerencia pierde la noción del
trabajo de campo en la realidad compleja, y tampoco provee los recursos
necesarios.
6) La toma de decisiones políticas y gerenciales en las estructuras
estatales, va creando mecanismos
informales de delegación de autoridad, y su uso disperso amplifica la
discrecionalidad de los funcionarios de rango medio en la acción real. Por lo
tanto, los problemas se resuelven de forma incompleta o, inclusive, las
políticas originales se distorsionan por completo, surgiendo problemas de
gerencia pública que debilita la capacidad de tener un poder institucional eficiente dentro del Estado. Éste se encuentra
desarticulado, es poco profesional y presa fácil de la corrupción como los
casos de Haití, Guatemala, República Dominicana, Bolivia, Venezuela, Paraguay y
Cuba.
En
consecuencia, los Estados de América Latina requieren abordar con mayor
determinación las siguientes problemáticas:
a) La primera constituye el problema de la centralización del poder en la construcción del Estado y el diseño
de las instituciones de gobierno. ¿Cómo y en qué grado el Estado puede ganar el
control de los principales mecanismos de coerción dentro de un determinado
territorio? ¿De qué manera el Estado es una entidad que mantiene una estructura
autónoma y diferenciada? ¿Fue la descentralización estatal un aspecto favorable
para recuperar las funciones de cerebro social?; o ¿son las pugnas entre las
regiones descentralizadas y el Estado central lo que profundizó la crisis de
identidad política en las capacidades estatales?
b) La segunda se concentra en la formación de coaliciones
político-partidarias que consoliden los regímenes democráticos, como la mejor
forma de gobierno estatal. ¿Cuáles serían los métodos para conformar gobiernos
fuertes y tener congresistas o instituciones políticas representativas?,
¿elecciones libres, autoritarismo, reelecciones presidenciales, tendencias a la
dictadura o golpes de Estado? Aquí, lo que marca la diferencia fundamental es
proteger a los gobiernos democráticos en la región, donde destacan la
participación de las bases ciudadanas urbanas y rurales, junto con las acciones
de la oposición en la disputa por acceder al poder del Estado.
La
heterogeneidad de un país a otro en América Latina, obliga a reflexionar qué
relaciones políticas caracterizan a los Estados fuertes y eficientes, así como
cuáles son las tendencias corporativistas y estado-céntricas en el diseño de
las políticas públicas. En otras situaciones, lo que debe evaluarse con
detenimiento es si el proceso de centralización del poder estatal para proteger
sus funciones de cerebro social es más lento: ¿cómo se puede fortalecer un
Estado eficiente, con poder y autoridad legitimados? pero, al mismo tiempo
capaz de estimular el pluralismo, los partidos políticos y los gobiernos
locales, mucho más cercanos a las necesidades de la sociedad civil.
Es
fundamental comprender los fracasos que caracterizan a las estructuras
estatales al tratar de generar resultados importantes como la integración
social; el desarrollo de la noción de ciudadanía para convertirse en un Estado
que proteja los derechos fundamentales e induzca las condiciones de equidad,
impulsando también una identidad colectiva que facilite la conexión entre el
Estado y el desarrollo de la naciones en toda América Latina.
Los
Estados latinoamericanos tienen estructuras burocráticas que fueron creciendo
progresivamente y haciéndose cargo de los retos más importantes del crecimiento
económico, pero mediante una dudosa capacidad que es negativamente generosa en
términos de clientelismo. Esto dio lugar a una total inefectividad que va
dañando la cooperación obligatoria que
se espera de la sociedad; es decir, el Estado busca imponer una autoridad para
generar recursos o aplicar políticas, pero dilapida esfuerzos con fines
electorales, ambiciones políticas de corto plazo y debido a visiones
particularistas que pierden de vista el horizonte más amplio de cerebro social.
En este aspecto, el impacto de las crisis financieras y los problemas ligados a
la fuga de capitales, constituyen una prueba clara de la débil capacidad del
Estado latinoamericano para controlar sus funciones económicas básicas.
La
crisis estatal también es impresionante en el corazón mismo de la Unión Europea
y los Estados Unidos, donde el descontrol fiscal y el estancamiento económico
parecen ser imposibles de superar.
Imaginando algunas soluciones
Por
último, los análisis estratégicos quedarían incompletos sin un intento por
imaginar algunas soluciones o recomendaciones para la reforma estatal. Una
primera aproximación exige lo siguiente:
a) Hoy, más que nunca, se requiere conocer y renovar los mecanismos
eficientes para la toma e implementación de decisiones gerenciales en los
ámbitos públicos.
b) Los líderes políticos y tecnócratas requieren predecir el comportamiento
institucional en las estructuras organizativas del Estado.
c) El desarrollo de organizaciones políticas complejas o demasiado
sofisticadas, se convierte en barreras para la implementación de acciones
estatales más útiles. Hay que mantener un control político simple pero que funcione.
d) Las relaciones de autoridad deben tener una naturaleza recíproca. Esto
significa que hayan autoridades formales con rango político dentro del Estado,
pero junto al reconocimiento de otras expresiones de autoridad informal donde
destaquen los funcionarios motivados, bien formados, con ética de la
responsabilidad y capaces de comprometerse con valores políticos favorables a
los intereses de la Nación.
e) La gerencia pública efectiva tiene que reducir los elevados niveles de
discrecionalidad al delegar la autoridad.
f) Las autoridades políticas formales dependen de las estructuras
institucionales inferiores al ejecutar tareas concretas. Sin embargo, debe
mantenerse una capacidad para resolver problemas en las instancias inferiores
de las estructuras organizativas del Estado, identificando los puntos donde se
realizan los trabajos clave, donde se emplean los principales recursos y donde
se producen los efectos más importantes.
g) La implementación de las soluciones que plantea el Estado a una serie de
problemas, no siempre debe ser vista como el resultado de relaciones de autoridad,
ordenadas jerárquicamente y orientadas a lograr prestigio para los líderes
políticos. Debemos pensar en que las soluciones son la recuperación de los
retos del Estado para reconquistar el sitial de cerebro o guía institucional
para reconducir la política, la sociedad y las instituciones.
Finalmente, el Estado debe evaluar constantemente los resultados positivos y negativos de su intervención, impulsando en los líderes políticos y los tecnócratas una capacidad para neutralizar las tendencias a la desobediencia, que se crean tanto en diferentes sectores de la sociedad, como en las pugnas internas de los funcionarios de bajo rango que tratan de resistirse a cualquier transformación institucional.
Finalmente, el Estado debe evaluar constantemente los resultados positivos y negativos de su intervención, impulsando en los líderes políticos y los tecnócratas una capacidad para neutralizar las tendencias a la desobediencia, que se crean tanto en diferentes sectores de la sociedad, como en las pugnas internas de los funcionarios de bajo rango que tratan de resistirse a cualquier transformación institucional.
Comentarios
Publicar un comentario