Introducción
Las
espeluznantes inundaciones en Perú durante el mes de marzo de este año 2017
fueron súbitas, devastadoras y difíciles de enfrentar. Todo está directamente
relacionado con el cambio climático. Este fenómeno es un hecho. Está frente a
nosotros y va a cobrar muchas vidas, destrozando las ilusiones de
supervivencia. Prácticamente en toda América Latina se han incrementado los
desastres naturales, sobre todo cuando vemos el péndulo que va de lluvias tormentosas
hacia sequías desesperantes. Así se acrecienta la desaparición de la diversidad
ecológica de plantas, insectos y animales. El género humano está cada vez más
indefenso ante la madre tierra, al mismo tiempo que pagará un alto precio por
su intervención corrosiva al explotar irracionalmente los recursos de la misma
naturaleza.
Las
catástrofes naturales siempre estuvieron presentes en la historia de la
humanidad. Inundaciones, sequías, tormentas, terremotos, epidemias y plagas de
enormes proporciones. El desarrollo de la vida humana y animal está sometido a
las poderosas fuerzas de la naturaleza. Sin embargo, los fenómenos actuales
como el calentamiento global, el cambio climático y los desequilibrios
ecológicos se convirtieron en las nuevas amenazas que replantean el problema de
la extinción de la raza humana y la destrucción irreversible de la propia
naturaleza, justamente fruto de las acciones depredadoras del hombre.
Entonces,
bienvenidos seamos al Antropoceno (Albaeco, 2017) . Esta es la nueva
época geológica que representa un cambio planetario donde el ser humano ha
causado y sigue causando un profundo y demoledor impacto sobre los equilibrios
sistémicos del planeta tierra: armas nucleares, sobrepoblación y
sobreexplotación de los recursos naturales son algunos de los intimidantes
ejemplos que marcarán las posibilidades e imposibilidades de vida para las
nuevas generaciones. ¿Podemos revertir las consecuencias devastadoras de la
depredación medioambiental?
En
la vida cotidiana de millones de personas, el cambio climático está generando
una serie de supuestos equivocados y desconfianzas sobre sus impactos a largo
plazo. Al mismo tiempo, este fenómeno está asociado a dos causas antropogénicas
estructurales; es decir, las acciones humanas que rompen con los equilibrios
ecológicos desencadenan los siguientes efectos.
El
primero se relaciona con el consumo excesivo de petróleo, gas, gasolina,
combustóleo, carbón mineral, etc. Estos combustibles son utilizados en
cantidades gigantescas por los sectores industriales y el transporte de bienes,
movilidad de personas, producción de energía, contratación de servicios y el
funcionamiento de los hogares, gobiernos y ciudades superpobladas. El espacio
fundamental de este efecto son las grandes metrópolis, el punto de encuentro de
múltiples contradicciones: lujo y desperdicio, pobreza y riqueza descomunal,
sobrealimentación y marginalidad, comodidad y explotación irracional de todas
las fuentes de energía. La ciudad puede ser el principio y el fin del
capitalismo postindustrial, así como los patrones de conducta de millones que,
incluso sabiendo cuáles son las terribles consecuencias del cambio climático,
no podrán cambiar sus costumbres y expectativas. Gran paradoja: anhelar vivir
según las comodidades del siglo XXI para luego periclitar con la desgracia de
todo el planeta.
El
segundo efecto está ligado con la deforestación de los bosques, selvas,
matorrales y manglares, ya sea para emplear técnicas de tala y quema con el fin
de reemplazarlos por cultivos, áreas de ganadería, o para promover
asentamientos humanos, la urbanización de éstos y el desarrollo turístico. Cada
año, en los países menos desarrollados se pierden millones de hectáreas de
masas boscosas. Detrás de esto se oculta el sueño de ser un país
industrializado a costa de provocar una crisis ecológica irreparable,
resultante de la ambición del hombre que fomenta serios desequilibrios dentro
de la naturaleza e incide en la misma reproducción del género humano. La raza
humana perdió el respeto por el planeta y pone en duda su aprecio por todo tipo
de formas de vida.
Por
lo tanto, el cambio climático es uno de los problemas más graves de carácter
social, político, ético y económico en el siglo XXI porque de éste depende la
calidad de vida de las generaciones futuras, en un mundo incapaz de regresar a
un punto cero para reconstruir los ecosistemas (Peters, G.P.
et.al., 2012) .
En
América Latina se están incrementando los desastres naturales, sobre todo las inundaciones
y sequías que causan la desaparición de la diversidad ecológica de plantas,
insectos y animales. Estos fenómenos se incorporarán, además, al surgimiento de
pandemias y situaciones dramáticas de desnutrición infantil, problemas que van
a necesitar políticas públicas mucho más complejas en su diseño e
implementación, exigiendo demasiado a los Estados, los cuales, por lo general,
todavía no han imaginado otras formas de desarrollo más allá del mercado, la
sobreexplotación de la tierra y la acumulación ilógica de riqueza. ¿Todos están
preparados por igual para controlar debidamente los efectos del cambio
climático en la región? No todos, pues el mundo desarrollado tiene más recursos
económicos y tecnológicos que el mundo pobre y desaventajado para enfrentar los
problemas. El cambio climático muestra nuevamente cómo la desigualdad entre
países se añade a las futuras dificultades, aumentando las condiciones de
conflicto y crisis humanitarias.
El
bienestar de la población mundial se ve sobresaltado por los fenómenos
climáticos que están por venir, especialmente cuando se habla de la escasez de
agua, disponibilidad de alimentos y la desaparición de los nevados. Diferentes
encuestas han mostrado que en las percepciones de la sociedad existe un
desconocimiento sobre el cambio climático, pues éste tiende a ser entendido
únicamente como la contaminación medioambiental debido al estilo de vida
moderno en las grandes metrópolis.
Sin
embargo, eso no es todo. Hoy día, el cambio climático comienza a ser visto como
un tema de seguridad global porque constituye un enorme reto para el
mantenimiento de la paz y la seguridad en el ámbito internacional. Así emerge
la necesidad de una mayor cooperación a nivel multilateral, regional y mundial
con el objetivo de enfrentar las imprevisibles derivaciones del deterioro
ambiental.
El
análisis del cambio climático es un factor que detona varias emergencias en
todo continente, además de las contradicciones que afectan a todo el mundo como
efecto de las migraciones internacionales, la superpoblación, la urbanización
contaminante, el aumento de los conflictos sociales y la ingobernabilidad de
aquellos sistemas políticos débiles que no poseen una institucionalidad con la
capacidad de fomentar políticas públicas que, de alguna manera, ofrezcan
soluciones para los terribles daños en el futuro próximo (Pierce, D.W.
et. al., 2008) .
¿Es suficiente tener conciencia del cambio climático?
La
definición establecida en la Convención Marco de las Naciones Unidas, explica
que el cambio climático se refiere a un conjunto de transformaciones del clima,
atribuido, principalmente, a las actividades humanas que alteran la composición
de la atmósfera mundial, sumándose a la variabilidad climática natural
observada entre los años noventa y comienzos del siglo XXI. Son las acciones
del hombre que directamente están matando el medio ambiente y generando las
peores condiciones para que cambie el clima, sobre todo porque el aparato
industrial a escala universal y la dinámica del desarrollo económico
colisionan, indefectiblemente, con la protección de los recursos naturales y la
preservación de los ecosistemas alrededor del mundo.
Si
bien existe un consenso internacional sobre lo que significa el cambio
climático, esto no es suficiente. Actualmente, Naciones Unidas impulsa una
serie de esfuerzos para financiar varias iniciativas tendientes a prever
políticas efectivas, pero no ha logrado conseguir un consenso político entre
algunas potencias mundiales porque Estados Unidos, China, Rusia y la Unión
Europea, todavía mantienen serias diferencias para articular una voluntad común
y decidida.
En
el terreno político, el cambio climático es analizado como si fuera un problema
de seguridad y emergencia global, con la capacidad de afectar nuestra vida
diaria en cualquier momento. La crisis climática pone de relieve tres tipos de
conflicto que demandarán la construcción de una sólida voluntad política para
cambiar una serie de tendencias negativas.
Primero;
el incremento de las temperaturas por encima de dos grados en todo el planeta
está conduciendo a una modificación del clima cuyas consecuencias son,
potencialmente, irreversibles. Esto ya altera los ciclos agrícolas y está
destruyendo los medios de subsistencia de millones de campesinos y comunidades
indígenas pobres, ingresando a una crisis alimentaria permanente que representa
un alto costo humano y económico para cualquier país de América Latina.
Segundo;
en el periodo que va de 2008 a 2016, los costos de los alimentos básicos aumentaron
a más del doble en todo el continente y la combinación entre cambio climático,
escasez, precios altos y crisis económica genera una situación sumamente
volátil. Esto significa que la desaceleración en la producción de cereales en
países pobres y con déficit de alimentos, unido al incremento en los precios de
los alimentos importados debido a los combustibles caros, hará que América
Latina enfrente una crisis alimentaria con impactos negativos en la estabilidad
política y económica de todos los regímenes democráticos. Según las Naciones
Unidas, ya en el año 2007 la producción de alimentos en el mundo se hallaba por
debajo del crecimiento demográfico (Miller, M. et al., 2013) .
Tercero;
las alteraciones climáticas provocarán una fuerte desestabilización social y
política en amplias regiones del mundo, lo cual incidirá en los difíciles
equilibrios de la paz y seguridad internacionales. Las sequías e intensas
lluvias también impactan en el problema. Países como Guatemala, Bolivia,
México, Ecuador, Argentina, Colombia, Brasil y Perú, han sido azotados por
sequías e inundaciones extremas que reportaron grandes daños en la economía
desde el año 2007. En la gran mayoría de los casos, las reacciones
gubernamentales son tardías, lentas, demasiado burocráticas e ineficientes,
específicamente en los Estados que carecen de instituciones sólidas y están
sujetos a la improvisación o la retórica sin intervenciones substanciales y
duraderas que realmente beneficien a la gente.
El
clima juega un papel determinante en la producción de alimentos y repercute,
por lo tanto, en las condiciones de paz social. Sin embargo, con platos vacíos,
cualquier Estado ingresa en un proceso de vulnerabilidad creciente e
ingobernabilidad. Además, América Latina tiene un registro de conflictos
políticos que fueron deteriorando la confianza de los ciudadanos en la
democracia por diferentes motivos, entre estos la ineficacia estatal. La gente
ya no confía en que el Estado la proteja y tiende a desechar la democracia,
junto con su disgusto cuando ver de cerca diferentes catástrofes
medioambientales. Si a esto agregamos los graves problemas del cambio climático
como emergencia global, entonces la inestabilidad socio-política se transforma
en la causa de futuras rupturas violentas por razones de sobrevivencia,
especialmente cuando hablamos de la escasez de agua.
La
amenaza es de tal magnitud que todos estos problemas llegan a los más altos
niveles en las Naciones Unidas y de cualquier organismo multilateral de cooperación
para el desarrollo. A finales de noviembre de 2011, el ex secretario General,
Ban Ki-moon, dirigiéndose al Consejo de Seguridad de la ONU en un debate sobre
la paz y la seguridad internacionales, tomó en cuenta los efectos del cambio
climático como uno de los enormes retos para resguardar los equilibrios de la
seguridad política, en similar preocupación que los conflictos causados por el
crimen organizado y las pandemias.
Ban
Ki-moon subrayó la necesidad de tener compromisos interregionales para mitigar
los efectos perversos del cambio climático, así como imaginar previsiones de
largo aliento con la finalidad de cambiar las actitudes hacia la madre
naturaleza de millones de personas, un reto sin lugar a dudas demasiado grande.
Si bien muchos sectores de la población tienen información y buscan propagar
conciencia sobre la necesidad de proteger el medio ambiente, al mismo tiempo no
quieren renunciar a las comodidades de la vida moderna y prefieren llevar las
crisis ecológicas hasta sus últimas consecuencias.
Así
surge una paradoja difícil de solucionar. Por una parte, la gente de a pie está
consciente de los grandes desastres que se avecinan con el cambio climático,
pero por otra, no está dispuesta a cambiar, de inmediato, sus patrones de
conducta relacionados con el consumo de todo tipo de mercancías, ni tampoco
busca ahorrar energías o economizar agua. Nadie quiere dejar de lado sus áreas
de confort dentro de un estilo de vida caracterizado por el derroche. La
paradoja parece resolverse, solamente en el momento en que una tragedia
ambiental o el calentamiento global ponen en peligro su propia vida o la de sus
seres queridos.
Si
fracasan los esquemas de cooperación internacional, no se sabría cómo abordar
el desplazamiento masivo de personas, el crecimiento demográfico y los procesos
de urbanización con creciente desabastecimiento hídrico y energético. El cambio
climático es un problema multidimensional pero, sobre todo, se trata de un
factor que lentamente destruirá las estructuras de gobernabilidad política y
estabilidad económica en toda América Latina.
En
la Decimoséptima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
realizada en Durban a finales del 2011, cerca de doscientos delegados del mundo
se reunieron para avanzar en una respuesta mundial a este fenómeno. Y aunque es
indudable que una de las cuestiones a resolver continúa siendo el
debilitamiento del Protocolo de Kioto, los gobiernos signatarios de los países
industrializados, paulatinamente están ejecutando medidas para reducir las
emisiones contaminantes de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) en un 5% entre
2008 y 2016. De cualquier manera, tanto el Protocolo de Kioto como otro tipo de
precauciones para paliar las consecuencias negativas del cambio climático, no
pueden imponer mandatos, ni a los países ricos, ni a los países en desarrollo,
incluidas las potencias emergentes como Brasil, China, India y Sudáfrica.
La
conferencia sobre el cambio climático de París, celebrada entre el 30 de
noviembre y el 12 de diciembre de 2015 alcanzó vitales acuerdos, reconocidos
por 195 países. Por ejemplo, fue trascendental reconocer que debe limitarse el
calentamiento del planeta tierra por debajo de 2° C a partir del año 2020,
redoblando los esfuerzos para colocarlo en 1,5° C. Los países industrializados
deben implementar planes de actuación con el fin de mitigar el cambio climático
por medio de la reducción drástica de sus emisiones de dióxido de carbono.
Además,
la Unión Europea y otros países desarrollados tendrán que seguir financiando la
lucha contra los efectos devastadores del cambio climático, ayudando al mismo
tiempo a los países en vías de desarrollo a reducir sus emisiones y aumentando
sus posibilidades de resiliencia ante los efectos del deshielo del Polo Norte.
Sin embargo, se presenta como algo imposible el hecho de detener la máquina del
desarrollo, con el objetivo de reducir los efectos demoledores del aparato
industrial y la racionalidad instrumental del capitalismo global. ¿Cómo se
podría generar un pacto sostenible entre los intereses económicos de las
grandes potencias del mundo, la supervivencia de las futuras generaciones y la
preservación de los equilibrios medioambientales en el mundo? ¿Se puede pactar
con la madre naturaleza para evitar desastres ecológicos masivos? Estas
preguntas no tienen respuestas inmediatas en los debates sobre el cambio
climático como emergencia universal.
El
poder de la economía siempre se impone por encima del medio ambiente y los
desastres naturales causados por el cambio climático. Asimismo, la política
tampoco es capaz de regular por completo las alteraciones y posibles efectos
devastadores provenientes de la explotación irracional de los recursos
naturales, donde el consumo de fuentes de energía limpias y contaminantes, por
igual, responden a los intereses económicos y a la industrialización constante,
antes que a la protección de los ecosistemas.
El
optimismo está a punto de terminar mal porque las economías de las potencias
industrializadas, junto con los países en vías de desarrollo, no pueden
comprometerse a trabajar en un tratado único y global, con el propósito de
establecer nuevos fondos para afrontar el cambio climático y estimular
transformaciones en los patrones de conducta de millones de ciudadanos,
acostumbrados a no prever posibles catástrofes medioambientales.
De
acuerdo con la Decimoséptima Conferencia de Durban, el nuevo acuerdo climático
mundial con fuerza legal, apunta a la necesidad de asegurar los mayores
esfuerzos posibles de mitigación para que los países reduzcan drásticamente sus
emisiones de Gases de Efecto Invernadero o, por lo menos, bajar las tasas de
crecimiento de sus emisiones, evitando que el ascenso de la temperatura global
llegue a más de 2 grados centígrados, junto con la creación de un Fondo Verde
para que los países más pobres sobrelleven los efectos negativos de los
desequilibrios ecológicos (Payne, J. T. et al., 2004) .
Este
acuerdo deberá entrar en vigencia a partir del año 2020, pero fue duramente
criticado por organizaciones como Greenpeace que sembró la desconfianza porque,
supuestamente, los acuerdos de Durban fueron intentos tímidos, únicamente para
satisfacer las prioridades de las grandes potencias industriales. Para
Greenpeace, los contaminadores siempre ganan la ronda de las negociaciones, y
hacen ver al mundo que pueden apropiarse de una discusión global sin tomar en
cuenta un conjunto de medidas más honestas y verdaderamente humanitarias. En el
fondo, las potencias no comparten sus privilegios ni su riqueza para que el
mundo esté mejor. Deben entender que es vital proteger el planeta, más allá de
intereses políticos o económicos unilaterales, de manera que el cambio
climático es un motivo para lograr realmente una paz perpetua.
Los
acuerdos de París del año 2015 entraron en vigencia en marzo de 2016 y se
espera que 195 países firmen sus compromisos hasta el 23 de abril de 2017. Sin
embargo, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump fue enfático
al considerar que el cambio climático es una retórica improbada y se negó a
reconocer los acuerdos apoyados por Barack Obama en París. Si Estados Unidos no
se une fervientemente para proteger los compromisos de París, otras potencias
como China, India, Rusia y algunos países árabes seguirán por su lado, desbaratando
un esfuerzo global para combatir el cambio climático como un hecho que,
necesariamente, debe restringir los procesos de industrialización y crecimiento
económico.
Si
combináramos los informes más discutidos en Durban, el trabajo del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los estudios
de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), del Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), y los acuerdos de París COP 21 de
2015-2016, obtendríamos las siguientes conclusiones reveladoras.
La
atmósfera terrestre se ha ido calentando significativamente desde el comienzo
de la era industrial; en consecuencia, el modelo de desarrollo industrializado
es una de las raíces profundas para provocar el cambio climático y las graves
alteraciones en el medio ambiente.
Los
glaciares se están derritiendo aceleradamente y este fenómeno acompaña
directamente el calentamiento global, cuyas consecuencias serán desastrosas
para la supervivencia de millones de seres humanos.
Como
resultado global se tiene una mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos
extremos que se distinguen por intolerables lluvias o sequías, las cuales
deterioran la calidad de vida de todo el planeta.
Los
Gases de Efecto Invernadero representan una tendencia del desarrollo que irá en
permanente aumento a lo largo del siglo XXI, si no se toman las previsiones
para reducirlos. ¿Se podrá parar la máquina del desarrollo, o por lo menos,
hacerla más lenta? Si esto se lograra, ¿cuántos millones de seres humanos ingresarán
en la pobreza? A mayor desarrollo, mayores posibilidades de combatir la
pobreza, pero cuanto más se refuerce la maquinaria del desarrollo, mayores son
las amenazas para desatar una tormenta perfecta de cambio climático que devaste
nuestro planeta.
El
mundo en su conjunto debe desarrollar una visión solidaria y de cooperación
global para evitar el sufrimiento de los más pobres y marginados que sufrirán
los efectos del cambio climático (Yamin,
Farhana and Depledge, Joanna, 2004) .
América
Latina y el Caribe se enfrentan al cambio climático porque poseen
características ambientales peculiares, pues en nuestra región se localizan
algunos de los países con mayor disponibilidad de agua dulce y más
biodiversidad del planeta. Muchas naciones como Bolivia, Ecuador, Colombia,
Brasil, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Cuba y México presentan altos niveles
de vulnerabilidad cuando surgen fenómenos climáticos gigantescos, pues así se
desencadenan desastres que comprometen sus procesos de desarrollo. Por ejemplo,
es importante observar el caso de los pequeños Estados insulares del Caribe,
cuyas características les confieren una gran vulnerabilidad. Estas condiciones
particulares contribuyen a explicar por qué América Latina ha desempeñado –y
seguirá desempeñando– un papel destacado en las negociaciones multilaterales
sobre el cambio climático.
Conclusiones: ¿qué rumbo están tomando las políticas
públicas?
América
Latina comenzó a analizar seriamente el problema, enmarcándose dentro de las
preocupaciones mundiales, pero el obstáculo principal descansa en la existencia
de una brecha muy grande entre las buenas intenciones y las acciones concretas
para lograr resultados satisfactorios que reduzcan las principales amenazas.
Las políticas públicas que abordan este flagelo se concentran, especialmente,
en la recuperación después de los azotes de cualquier desastre natural o
contingencia climática.
Todas
las acciones gubernamentales responden –antes que a previsiones de largo
plazo–, al concepto de resiliencia, utilizado para referirse a los procesos
naturales de restitución ecológica o de auto-regeneración ecosistémica, es
decir, intentar reconstruir algunos atributos y funciones dañadas, alteradas o
perdidas por diversas causas (sobre todo las antropogénicas). La resiliencia
también alude a las capacidades sociales e institucionales que recuperen los
niveles de vida de supervivencia, empleo y patrimonio, después de experimentar
graves perjuicios fruto de las inundaciones, sequías, huracanes, etc.
La
resiliencia es fundamental para entender las vulnerabilidades urbanas y
regionales ante las consecuencias del cambio climático. Un diseño de las
políticas públicas con resiliencia tendrá que mostrar la habilidad de América
Latina para adaptarse al riesgo, mediante la construcción de cimientos
institucionales que le permitan anticiparse y resistir los impactos de eventos
extremos, así como reconstruirse como continente cuando padezca desastres
durante largos periodos de tiempo. De cualquier manera, junto con las políticas
de resiliencia, es mejor tener capacidades previsoras que se adelanten al
surgimiento de los desastres.
Las
políticas de cambio climático en América Latina deberán proponerse como meta
esencial, la posibilidad de auto-organizarse y reajustar sus rutinas para
afrontar los imprevistos y recuperar la normalidad. El cambio climático no es
algo pasajero ni una eventualidad fácil de controlar. Todo lo contrario, exige
que las sociedades latinoamericanas incrementen sus capacidades para aprender y
cambiar con miras a una nueva forma de vida que reoriente los efectos perversos
del actual patrón de desarrollo ( Cohen, Marc J. et. al., 2008) .
Hasta
ahora, varios son los intentos de los gobiernos latinoamericanos que están
impulsando políticas locales para enfrentar los efectos del cambio climático.
Al mismo tiempo, se están difundiendo medidas de información y prevención, por
medio de proyectos que parten de una lógica de ocho puntos de análisis y acción.
Primero:
ubicación de las zonas y poblaciones más vulnerables junto con la investigación
de cuáles son las condiciones geo-climáticas. Segundo: diagnóstico permanente
del territorio y los rasgos demográficos. Tercero: capacidad para tener
gobiernos locales y/o metropolitanos con plena institucionalidad. Cuarto: posibilidades
de acceder a presupuestos y mecanismos de financiamiento disponibles. Quinto: posibilidades
de tener especialización e inserción económica porque los gobiernos tienen que
aprovechar sus mejores ventajas en las distintas actividades económicas, ya sea
en el ámbito local como regional, precautelando los excesos que reduzcan las
amenazas provenientes de la explotación irracional de los recursos naturales.
Quinto: estudiar la historia de los desastres naturales y monitorear las
situaciones extremas asociadas al cambio climático. Sexto: analizar la historia de las respuestas e
impactos de tales desastres y eventos extremos. Octavo: promover la correcta
administración local de riesgos, evitando todo tipo de ineficiencias,
retardación de decisiones y la corrupción.
Cualquier
mitigación y adaptación al cambio climático puede sintetizarse en tres
políticas cruciales: a) reducir el uso excesivo de combustibles fósiles; b)
disminuir substancialmente la deforestación; y c) incrementar el bienestar
social, con el objetivo de cambiar de conducta e incentivar una mayor cohesión
y cooperación de todos los países para reducir los grados de marginación,
pauperización, desorganización y erosión social (Bryan,
Elizabeth et. al., 2008) .
El
cambio climático golpeará con mayor inclemencia a los pobres y la gente
sencilla de América Latina. Según la organización internacional no
gubernamental, Save The Children, prácticamente 175 millones de niños en el
mundo morirán al año por desastres naturales y como consecuencia del cambio
climático. Debemos luchar por la supervivencia infantil previendo muchas
acciones. A veces, se pueden realizar cambios simples, por ejemplo, dejar de
comer carne vacuna. Está comprobado que el consumo de carne es una forma de
desperdiciar el uso del agua y, además, crea muchos Gases de Efecto
Invernadero, poniendo una enorme presión sobre los recursos de la tierra.
Una
dieta vegetariana será mejor. La efectividad, entonces, no pasa necesariamente
por esperar que las potencias industriales y los organismos internacionales
hagan algo. Aquí hay mucha incertidumbre. Parte de la solución está en la
sociedad civil y en los patrones de consumo: ser vegetariano, utilizar
bicicletas, negarse a comprar tecnología computacional y telefónica. Ser más
austero y volver, en gran medida, a las conductas frugales del siglo XIX,
podría ayudar enormemente. ¿Es esto posible?
Bibliografía
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Obtenido de http://www.anthropocene.info/
Bryan, Elizabeth
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Sub-Saharan Africa? Washington D.C.: International Food Policy Research
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Cohen, Marc J. et.
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Washington D.C.: International Food Policy Research Institute (IFPRI); Food and
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Miller, M. et al.
(2013). Critical research needs for successful food systems adaptation to
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Payne, J. T. et al.
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Peters, G.P. et.al.
(2012). Rapid growth in CO2 emissions after the 2008–2009 global financial
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Pierce, D.W. et.
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Yamin, Farhana and
Depledge, Joanna. (2004). The international climate change regime : a guide
to rules, institutions and procedures. Cambridge: Cambridge University Press.
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