La juventud de hoy en Bolivia y
probablemente en muchos lugares de América Latina, es un conjunto amorfo de
actitudes despolitizadas, irreverentes e irresponsables en grado extremo. No
les interesa la política como posibilidad de compromiso con la comunidad.
Asimismo, la democracia representa un escenario de incertidumbres dolorosas donde
los jóvenes prefieren pasar de largo cuando observan diferentes formas de
sufrimiento colectivo porque, simplemente, buscan sus satisfacciones
individuales. Esto hace que la juventud sea más oportunista y cínica sin
prejuicios.
Los jóvenes desideologizados y
hábiles para acomodarse por necesidad frente a las inseguridades actuales, nos
obligan a pensar que sería un grave error fomentar el voto a los 16 años. Los
planteamientos de esta absurda posición quieren hacer ver que la mayoría de edad
puede ser adquirida por todos los jóvenes, prácticamente en la adolescencia,
considerada como una edad de oro, un período de carisma bonachón, casi impoluto
y lleno de ímpetu imaginativo. Nada más alejado de la realidad. Miles de
adolescentes constituyen los grupos más maleables, sin convicciones firmes y
sometidos a los vaivenes de la precariedad laboral, la baja calidad educativa y
la mirada miope que solamente gusta de aprovechar el momento. Todo joven, mucho
más aquellos de 16 abriles, es un sujeto encerrado en el instante sin previsión;
acostumbrado a los gustos líquidos y cambiantes sin ningún tipo de solidez.
Es una equivocación promover el
derecho de ser electores a los 16. Dios nos libre. La difícil construcción democrática
no puede estar sometida al espíritu aventurero de chiquilines que están más
interpelados por las terquedades del placer, antes que por una búsqueda
existencial con identidad madura y definida. Algunos consideran que la mayoría
de edad debe partir de la capacidad de obrar como un adulto a partir de los 18
años, lo cual permite que los jóvenes sean titulares de derechos y
obligaciones, así como realizar legalmente actos jurídicos.
Sin embargo, otorgar el derecho de
elegir a nuestros gobernantes desde los 16 es apostar por la inestabilidad y la
manipulación constante de conciencias impetuosas, sin un sentido mínimo de
proporciones. La gran mayoría de los jóvenes se caracterizan por cometer todo
tipo de excesos, sobre todo en el consumo temprano de alcohol, drogas blandas y
la práctica de relaciones sexuales cuya consigna parece ser: mejor chupo mi
propio placer cuanto antes, en lugar de abrir otras experiencias como el
sacrificio y la paciencia. Precipitarse por los rumbos del exceso jamás permitirá
que los jóvenes participen positivamente en los procesos políticos y las
consultas populares, como por ejemplo un referéndum.
La mayoría de edad comprende
responsabilidades de orden civil, familiar y patrimonial que requieren un
elevado nivel de madurez, lo cual se aprende con vivencias sujetas al esfuerzo
personal. Pero los jóvenes quieren todo lo mejor o lo peor sin sudar mucho y,
por lo tanto, es poco confiable suponer que el peso de cualquier
responsabilidad pueda dar tranquilamente la carta de ciudadanía cuando los niños
lleguen a los 16 años.
Los más optimistas piensan
ingenuamente que la capacidad de votar a los 16 parece obedecer a ciertas
realidades porque muchos adolescentes y jóvenes trabajan, haciéndose cargo del
sostenimiento de sus familias. El hecho de trabajar desde temprana edad no los
convierte en titulares de deberes y responsabilidades políticas, porque ganar
dinero no provoca un acelerado proceso de maduración para su personalidad.
Todo lo contrario, existen serios
indicios donde el salvaje mercado laboral somete a los jóvenes, mujeres y niños
a múltiples formas de explotación, lo cual refuerza sus actitudes cínicas que podrían
desencadenar protestas y mucho resentimiento. Sin embargo, simultáneamente
podría sobrevenir una enorme dosis de caos junto con la desideologización, por
el simple hecho de predominar un hedonismo juvenil que se deja encandilar por
la sociedad de consumo y la violencia de toda índole.
En el derecho internacional
comparado, Brasil, Cuba, Nicaragua y Venezuela ya aplican el voto a los 16 años
porque los partidos, de dientes para afuera, estimularon un supuesto papel protagónico
para que la juventud destaque políticamente. Será por esto que la violencia y
la destrucción de cualquier posibilidad democrática están atormentando a
aquellos países. El voto a los 16 años nunca será confiable. Y los jóvenes, hoy
más que hace 20 años, se venden al mejor postor que alimente sus excesos.
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