Bolivia debe
despertar a la realidad. El desabastecimiento de agua en la ciudad de La Paz en
noviembre de 2016, reveló una profunda inoperancia estatal y absoluta
irresponsabilidad. La débil institucionalidad dentro del Estado hace que la
formulación, implementación y seguimiento de las políticas públicas sobre el
agua estén constantemente sometidas a la fragmentación sectorial, al exceso de
normativas que no pueden imponer autoridad y a la inexistencia de coordinación
entre los ministerios responsables para la entrega de servicios. Habiendo una
Ley del Agua desde el año 2000 (Ley 2066), todo degeneró en una lógica donde muchos
grupos corporativos se aprovecharon para tomar el control de las decisiones, al
margen del Estado.
Se llegó al
extremo de esperar la lluvia para llenar las represas, lo cual deja claramente
establecido que la Guerra del Agua en
Cochabamba en el año 2000, abrió el escenario para evitar que el sector privado
se haga cargo de los servicios de agua potable y alcantarillado. Sin embargo,
luego de dieciocho años (2000-2018) es posible afirmar que hubiera sido mejor
implementar una fórmula de privatización para hacer del servicio una oferta más
eficiente y previsora, junto con la regulación estatal a cargo de especialistas
y no dejar todo al azar o bajo la administración de sindicatos y dirigentes
vecinales que, bajo el pretexto de luchar contra la privatización, causaron un
daño tan grande que la crisis del agua corre el riesgo de no poder solucionarse
sobre la base de equilibrios económicos y sostenibles.
La problemática
del agua se caracteriza por cuatro dificultades: primero, la ausencia de un
escenario institucional y normativo unificado para el abordaje integral de los
recursos hídricos. Segundo, la contaminación de las cuencas por parte de
actividades mineras pone en riesgo el uso para consumo humano, así como para el
riego o piscicultura. Tercero, surgen problemas de gestión pública
metropolitana en todas las ciudades-capital de Bolivia en torno a la
disponibilidad de fuentes de agua suficientes en caudal y en calidad para
asegurar el abastecimiento como un indicador de buenas condiciones de vida. Cuarto,
grandes conflictos emergen entre las comunidades campesinas usuarias de una
misma fuente de agua para riego.
El Programa
Nacional de Cuencas (PNC) no garantiza la preservación de las cuencas mediante
acciones de agricultura sostenible y control de suelos. Las limitaciones a las
actividades económicas que esto significa para los pobladores de las cuencas
altas y las obligaciones ambientales que les reporta no son debidamente
compensadas, por lo que no existen los adecuados incentivos para lograr un
proceso sostenible de gestión integral de las cuencas.
En saneamiento
básico, los grupos con mayores dificultades en el acceso al agua se encuentran
en la población rural dispersa y la población urbano-marginal. Ambos sectores
requieren, tanto de un esfuerzo en materia de inversión como de una estrategia
de desarrollo comunitario que permita la sostenibilidad de los servicios existentes.
La inversión estatal para estos dos sectores no es equitativa y tampoco están
asegurados los recursos correspondientes para lograr un óptimo impacto en la
cobertura y en la calidad de vida de las poblaciones vulnerables. En materia de
riego, la problemática principal se encuentra en Cochabamba que tiene el 36% de
la superficie nacional con riego. Esto corresponde, además, a la zona de mayor
disputa por los usos alternativos de agua.
Además, los
problemas del agua están influenciados por cuatro factores políticos: 1) una
gran movilización de actores sociales cuyo foco de reivindicaciones considera
al agua como un derecho humano; 2)
los conflictos desde la guerra del agua en Cochabamba el año 2000, presentan un
escenario de gestión política fragmentado donde las decisiones del Estado no
son respetadas; por lo tanto, varios grupos de interés están afincados en
visiones unilaterales sin mostrar una voluntad para consolidar las capacidades
estatales en la gestión integral de los recursos hídricos; 3) el tercer factor
se centra en las fuentes del agua: quién controla y tiene los derechos de
propiedad, así como la capacidad política para determinar el manejo del poder y
la preservación del agua en sus fuentes; 4) el gobierno actual (MAS, 2006-2018)
tiene una visión demasiado centralista
en la prestación de servicios públicos, generando consecuencias negativas al
entregar el manejo excesivamente politizado y electoralizado de las Empresas
Público Sociales de Agua Potable y Saneamiento (EPSAS), a grupos sindicales que
no tienen ninguna capacidad gerencial, profesional o política para prevenir
problemas de largo plazo.
Los conflictos
en torno al agua muestran dos frentes: a) los actores corporativo-sociales; b) los actores institucionales. En primer lugar, los actores
corporativo-sociales han logrado influir en el Ministerio de Medio Ambiente y
Agua con demandas y reivindicaciones de carácter político muy fuertes pero sin
establecer un proceso eficaz en materia de gestión pública, debido a sus
divisiones internas y a la inestabilidad normativa que reina en dicho
ministerio. Estos actores impulsan diferentes propuestas para no pagar por el
agua, las cuales son presentadas de manera permanente por varios grupos
afiliados al Movimiento Social del Agua y algunas organizaciones no
gubernamentales orientadas hacia posturas anti-globalización, exigiendo la
intervención estatal directa para la subvención de los servicios pero también
exigiendo que el agua como derecho humano esté por encima de cualquier
valoración económica o principio de utilidad.
En segundo lugar,
los actores institucionales tienen un perfil de economía de mercado respecto a
la proyección de las políticas públicas sobre el agua, son más reacios al
control social reclamado por las organizaciones sociales, estando atrapados en
el análisis de costo-beneficio y posibilidades financieras sostenibles.
Este escenario impide
un modelo de gestión del agua asentado en equilibrios.
Los actores han reemplazado sus objetivos de desarrollo sostenible por
posiciones políticas y beneficios inmediatos que dificultan el logro de acuerdos
negociados para beneficiar a la mayor parte de los ciudadanos. Alcanzar el
equilibrio en la problemática del agua se presenta como una misión imprescindible,
dada la polarización de los actores en los conflictos. Sin embargo, no es
posible apostar por un sistema de equilibrios de poder, sino que se hace
indispensable una estructura institucional de carácter nacional, legitimada y
con la autoridad respetada; es decir, se necesita un Estado fuerte para gestionar
los múltiples usos del agua.
Los conflictos
en el Plan Nacional de Cuencas están aferrados a proyectos particularistas y no
hay capacidad de previsión. La gestión del
agua está asociada con la lógica del aprovechamiento de las cuencas,
aprovechamiento que depende de una capacidad de concertación entre todos los
actores involucrados, pero el Plan de Cuencas nunca se convirtió
en una estructura institucional generadora de políticas públicas para la
gestión integral, sino que generó un conjunto de proyectos particulares para la priorización de cuencas específicas.
Esta falta de previsión es la causa de la crisis del agua en todo el país. En
Bolivia existe una marcada dispersión en
la institucionalidad para la gestión eficiente de las cuencas. Esto significa
que no hay una sola autoridad reconocida y fuerte en el ámbito nacional, lo
cual da lugar a la inexistencia de normas claras sobre el manejo de cuencas.
La defensa del
agua gratis para todos está concentrada en el valor humano de este recurso
escaso, antes que en su valor económico. Sin embargo, los grupos bien
organizados como las asociaciones de regantes en la ciudad de Cochabamba, por
ejemplo, explotan los contenidos ideológicos para beneficio corporativo y
rechazan todo intento de participación del sector privado, aunque en medio del
caos, regantes y otros negociantes han privatizado el agua en la práctica de pequeños
escenarios, aprovechándose de las necesidades de la gente.
Es indispensable
pensar la gestión integral de las políticas del agua. Esto requiere considerar
dos estrategias: a) integralidad a partir de los componentes de un Plan de
Manejo de Cuencas; y b) integralidad en la visión ética de servicio que deben
tener los actores corporativos e institucionales para la gestión de las
cuencas. Nada de esto existe y el largo plazo amenaza con agravar constantemente
la crisis del agua.
Toda estrategia
de fortalecimiento para el sector de agua y saneamiento debe necesariamente
priorizar el fortalecimiento de las capacidades
institucionales del Estado boliviano. Aquí se entiende a la capacidad
estatal como la habilidad para desempeñar tareas apropiadas con efectividad,
eficiencia y sustentabilidad pero con una meta específica: la capacidad transformativa del Estado, lo
cual incorpora además otra habilidad para adaptarse a los shock, presiones externas y administración democrática de los
conflictos de todo tipo. El resultado final es tener fortalecidas las
capacidades estatales en el sector del agua propone el siguiente trayecto de
oportunidades en la formulación de una estrategia:
Tabla
1: Trayecto para una estrategia de
Gestión integral del agua
Gestión integral del agua
Coordinación
|
Flexibilidad
|
Innovación
|
Calidad
|
Sostenibilidad
|
Evaluabilidad
|
Capacidad
de negociación permanente.
|
Capacidad
para ejecutar acciones e inversiones socialmente aceptadas.
|
Capacidad
de adaptación a las culturas informales
que Bolivia tiene.
|
Capacidad
para proveer los servicios sobre la base de indicadores de alta calidad.
|
Capacidad
para fortalecer los criterios de continuidad, consistencia y administración
de recursos en forma transparente, desde las comunidades de base, los actores
de la sociedad civil y los pueblos indígenas.
|
Capacidad
de monitoreo y seguimiento permanente con el objetivo de evaluar siempre con
criterios de objetividad.
|
Fuente:
Elaboración propia.
Las principales
lecciones que se extraen de los conflictos en el sector del agua en Bolivia,
exigen que las formas de intervención para solucionar y negociar salidas en los
conflictos públicos tomando en cuenta la
necesidad de coordinar e integrar armónicamente leyes y regulaciones para
ordenar las posiciones, a objeto de que todos los actores en conflicto se
beneficien y cedan un poco para ganar una cultura política democrática evitando
resultados destructivos. El objetivo final de una gestión pacífica y eficiente
de los conflictos en la problemática del agua es derrotar la cultura del
desastre que tiende a invadir las actitudes de diferentes actores en
confrontación.
La resolución de
los conflictos públicos es una tarea de construcción colectiva donde siempre
debe tenderse hacia la negociación de soluciones viables, garantizando los
siguientes la inclusión social de todo tipo de grupos vulnerables e
identificando escenarios sostenibles para resolver de manera duradera cualquier
confrontación.
Asimismo, es
fundamental hacer el esfuerzo de pensar qué tipo de intereses nacionales y
globales de toda la sociedad se afectarían por insistir en proteger intereses
particularistas a como dé lugar. En este caso, un análisis de los intereses
nacionales debería prevalecer para flexibilizar posiciones que en el largo
plazo evitaría destruir nuestra convivencia como nación.
Por último, debe
tenderse a que las soluciones negociadas apunten simultáneamente a consolidar
las estructuras institucionales del Estado boliviano para que en el futuro los
conflictos del agua puedan ser resueltos de manera pacífica, estable y
legitimada por todos los actores involucrados.
Toda estrategia de fortalecimiento de las
capacidades institucionales del Estado boliviano debe entenderse como la
habilidad para desempeñar tareas apropiadas con efectividad, eficiencia y
sustentabilidad pero con una meta específica: la capacidad transformativa del
Estado, lo cual incorpora además la necesidad de adaptarse a las presiones
externas y a la administración democrática de los conflictos, con la finalidad decisiva
de evitar el desabastecimiento del agua.
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