¿ES BOLIVIA ESTRUCTURALMENTE ANÁRQUICA?

      


      Esta pregunta puede sonar demasiado audaz o imprudente. ¿Qué debe entenderse por estructural? ¿Tal vez el retorno de sabotajes y resistencias callejeras que inundaban las páginas de cualquier periódico durante los golpes de Estado y represión en casi toda América Latina? Si se acepta la palabra estructural, ¿significa que es posible pensar en comportamientos, visiones y actitudes que “nunca van a cambiar” y, por lo tanto, fruto de esa odiosa persistencia, caracterizan tristemente el sino de todo un país?

Las primeras reacciones de los periodistas y algunos analistas, se han inclinado hacia consideraciones pesimistas sobre la capacidad del sistema democrático para llevar adelante un liderazgo contundente que le permita retomar la gobernabilidad y encauzar la economía con una visión clara sobre el tiempo y el largo plazo. Es precisamente esta preocupación la que destaca: el tiempo, su correcta comprensión, el valorarlo en sus dimensiones para responder a una serie de problemas y, sobre todo, el tiempo como variable substancial para una administración decidida de la economía y las relaciones internacionales. Es la idea que se tiene sobre el tiempo como centro de equilibrio que va convirtiéndose, poco a poco, en el centro de algunas visiones sobre Bolivia.

Si se rompe el régimen democrático, ¿cuánto tiempo habrá que esperar para conocer otra alternativa o sistema de gobierno, cuánto tiempo más podrá dispensarse para interiorizar profundas transformaciones, a fin de llevar adelante el arte de gobernar? ¿Será que en este vaivén imparable del tiempo que nos carcome la existencia, podemos darnos el lujo de pedir a los actores sociales que nos esperen y otorguen mucho “más tiempo” hasta poner orden en la casa para después enfrentar negociaciones hasta solucionar las demandas de diferentes sectores, pensando en un tipo de revolución o cambios estratégicos? Tengo más preguntas que respuestas o afirmaciones claras sobre hacia dónde apuntar para lograr una metamorfosis definitiva.

El peor error de la ingobernabilidad en Bolivia es una espantosa energía para perder el tiempo o, como consecuencia de una ignorancia imperdonable, pensar que los bloqueos, el corto plazo, las ambiciones inmediatas, envidias del día e ineptitud disfrazada de verborrea ideológica, valen la pena porque parece ser que así se puede detener el tiempo. No se puede parar el tiempo.

Mucha gente se pregunta, no tanto por concepciones filosóficas sobre el tipo de democracia que va desarrollándose en América Latina o en Bolivia, sino si tenemos la posibilidad de mirarnos a nosotros mismos en los próximos diez o cincuenta años, visualizar planes de largo alcance donde puedan establecerse metas claras y objetivos de país a los cuales llegar, con lo cual soñar y trabajar hasta conseguirlos.

Los conflictos de la gobernabilidad, la crisis del neoliberalismo y los dilemas del Estado Plurinacional en Bolivia, necesariamente convergen en un punto: ¿cómo recuperar el tiempo perdido, hacia dónde orientar los esfuerzos para llevar adelante la vida cotidiana en el día a día y en cuánto tiempo las cosas cambiarán en beneficios de todos? Esto es lo que el Presidente y la Asamblea Legislativa (el Congreso) deben responder ante la comunidad nacional. De hecho, la aplicación de las transformaciones constitucionales para consolidar el nuevo Estado Plurinacional, en cualquiera de sus múltiples exigencias, deberá confrontar con el embrujo del tiempo para su real implementación.

La anarquía y el caos como explicaciones estructurales para entender la situación boliviana, son un total absurdo. Sin embargo, es todavía más necio seguir dando vueltas sobre lo mismo, perder el tiempo en argumentaciones diletantes para mirar lo sucedido en octubre de 2003 con motivo de la caída del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.


Las utopías regresivas que pretenden retornar a los ayllus de hace quinientos años para rediseñar el Estado sobre la base de autonomías étnicas sin recursos económicos para planificar el desarrollo frente a un futuro incierto, se derriten inermes ante el implacable acoso del tiempo, el verdadero enemigo de cada uno de los bolivianos. ¿Dónde estamos, hacia dónde vamos y con qué tiempo contamos para hacer lo que tenemos que hacer? Son preguntas que deben ser respondidas directamente por toda Bolivia porque mientras uno quisiera detener el tiempo o mirar atrás para recuperar toscas ilusiones, otros países y la globalización en su conjunto están dominando la agenda del comercio internacional y las oportunidades de todo tipo, razón por la cual el dominio del tiempo se convierte en la razón estructural para cualquier acción. Frente a los desafíos que plantea el siglo XXI, Bolivia no es un país anárquico por naturaleza, sino simplemente una nación que todavía no aprende a mirarse a sí misma con los ojos sobre el reloj para construir o reconstruir, aprovechando el momento oportuno. No perdamos el tiempo.

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