Los
misterios religiosos representan un conjunto de fuentes filosóficas cuyo
objetivo es proporcionar respuestas para brindar seguridad a los seres humanos,
tratando de dar explicaciones sobre el origen y destino de nuestras
existencias. Cuando necesitamos consolarnos en torno al sentido de la vida,
miramos la dirección que apunta hacia diferentes seres supremos, diversos
dioses, diversas maneras de acercarse a la infinitud. Simultáneamente,
anhelamos simplificar todo esfuerzo intelectual y científico, permitiendo el
ingreso de varios dogmas, es decir, de aquellas verdades incuestionables donde las
dudas tienen respuesta en los marcos de la fe y las creencias profundas que
hacen desaparecer cualquier contradicción en la vida, disipando inclusive las
injusticias sociales, sencillamente porque un dogma está para ser obedecido sin
miramientos, aún a pesar del irracionalismo que invade toda superstición.
En
las religiones se obtiene refugio, sentimientos de solidaridad con supuestos
equilibrios espirituales y estabilidad con las fuerzas del universo. Los credos
religiosos se alimentan en forma permanente de miedos, esperanzas y, sobre
todo, de ilusiones sobre un juicio final
que permita aceptar las peores situaciones de la vida porque Dios podría
recompensarnos en algún lugar o en otra vida. El nudo central de las obsesiones
religiosas descansa en la búsqueda de tranquilidad mental respecto a lo que nos
depara el futuro incierto y el azar. Lo desconocido del destino va
transformándose en aquel credo unido a un ser supremo.
A
todo tipo de creyentes, lo que más intriga del destino, es aquella extraña
seguridad de la que mucha gente goza cuando considera que su vida depende, no
de sí misma, sino de Dios o cualquier otra santidad. Muchas veces, todos
parecen estar tan seguros de sus decisiones, cuando no se dan cuenta de que, en
realidad, es imprescindible mezclar la lucha por cambiar nuestro destino, junto
con la necesidad de ser fieles a un trayecto donde todo está por verse. Un
devenir que, precisamente, ajusta la vida a lo imprevisto, a lo más humano, a
nuestra existencia insignificante y normal.
La
vida no depende de ninguna divinidad, tampoco pende de un dejar discurrir el
agua al azar, hasta donde llegue. La fuerza de la verdadera espiritualidad descansa
en la convicción por vivir con las equivocaciones, el dolor, la alegría del día
y un conjunto de concepciones utópicas. Sin embargo, la civilización del
espectáculo contemporánea, no solamente ha desvirtuado las aspiraciones
espirituales de los seres humanos, convirtiéndolas en una parte de la industria
cultural por medio de los productos de consumo en la “nueva era”, sino que, al
mismo tiempo, indujo una frondosa oferta religiosa: miles de sectas o grupos
exóticos, los cuales nada tienen que ver, ni con las religiones históricas más
importantes como el cristianismo o el islamismo; ni tampoco con orientaciones
filosóficas provenientes del hinduismo o budismo. Se trata de intentos por vender
placebos inconsistentes a diestra y siniestra, ofreciendo consuelos simples,
completamente vaciados de verdaderas convicciones y reflexiones sobre el
sentido del ser.
Los
engaños están a la orden del día, al igual que las gigantescas demandas por
comprender la voluntad divina. Dejaron de existir los profetas, pues prácticamente
ya no hay líderes espirituales al extinguirse la piedad. Todo tipo de
violencias abiertas y encubiertas son una maldición inmortal. Jugar con el
sentimentalismo religioso, acosar sexualmente a niños y jóvenes, o hacerse rico
a costa de cientos de ovejas con la mente débil, tornaron a la educación
religiosa en un verdadero peligro.
Aquellos que dicen amar a Dios por sobre todas
las cosas, pueden tranquilamente volverse en los enemigos de la espiritualidad.
Al igual que en el Génesis bíblico, por rebuscar un lugar de descanso y paz
como el Edén, nos preguntamos por una incógnita: ¿por qué cuando Dios se
maravillaba de su propia creación, viendo que era buena, no la mantuvo así? ¿Por
qué tuvo que aparecer la historia humana? ¿Dios duda, se parte en dos y surge
una “inestabilidad” en su mente? No hay descanso, se crea el mundo pero Dios no
está satisfecho. Nacen los hombres y así empieza una larga historia de sangre,
mitos y sufrimiento. El desequilibrio en la mente divina, se mantiene también
en la inestabilidad entre Dios y su pueblo que es esclavizado, perseguido y
liberado. Nosotros, la raza humana, nos hemos convertido en los enemigos de
Dios, en la otra mitad, el complemento de una eternidad que siempre nos asombra
con rencor. Dios no nos deja en paz ni nosotros a él o ella.
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