La
estructura de la globalización muestra un escenario internacional donde destaca
con mucha intensidad la desigualdad y una enorme asimetría entre diferentes
países. Por lo tanto, es imposible dejar de pensar en relaciones de dominación,
tanto imperialistas como sub-imperialistas. Esto es lo que sucede actualmente
con el ascendente poder chino, cuya preponderancia económica marca el trayecto
de una forma sub-imperial que intenta subordinar a otros países débiles, así
como acaparar espacios comerciales y financieros. Estas acciones no se
diferencian mucho de otros ejemplos imperialistas provenientes de Europa y
Estados Unidos.
China
representa un poder sub-imperialista en el sistema internacional del siglo XXI.
Son cuatro las categorías espacio-temporales desde donde se propagan los
vectores chinos de la globalización: a) la extensión de redes mercantiles que
buscan capturar materias primas estratégicas; b) la intensidad de la
interconexión global por medio de tecnologías de comunicación, pues China concentra
grandes empresas de teléfonos inteligentes; c) la velocidad de los flujos financieros
internacionales por medio del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura; y
d) el impacto de la interconexión cultural y política donde China quiere
transmitir la imagen de una fuerza que sea un ejemplo de despegue desde la
pobreza, hasta alcanzar un éxito transnacional, en contra de Occidente y de la supremacía
estadounidense.
La
globalización envolvente constituye una vorágine donde China impulsa un tipo de
monopolio exportador, influencia el control monetario con su banco de
desarrollo y tiene amplios beneficios en su balanza comercial. Las relaciones
entre China, Bolivia y una serie de países subdesarrollados en América Latina o
África, expresan claramente un “sub-imperialismo”, donde el poder económico y
militar chino busca ampliar su autoridad por medio de la presión financiera-industrial
que domina a las economías más frágiles a través de la tecnología, inversión de
capital y venta de mercancías con alto valor agregado, destinadas a todo tipo
de países pero que destruyen la competitividad de las economías más pobres como
Bolivia, muchas veces incapaces de enfrentar las formas neo-imperiales, debido
a sus condiciones de marginalidad en el mercado mundial.
Los
criterios ideológicos sobre el comunismo chino, han perdido total relevancia.
Desde la masacre de Tianamen en 1989, el Partido Comunista (PC) consolidó un
tipo de régimen dictatorial que no podrá democratizarse. Si bien existen
elecciones para municipios pequeños en ciertas comunidades rurales
superpobladas, en el ámbito nacional, todo sigue controlado por el PC. Al mismo
tiempo, las reformas económicas desde 1980, ejecutadas para abrir la economía
hacia el mercando global, la inversión extranjera y la fuerza competitiva de su
capacidad industrial, demostró ser un verdadero triunfo. China tiene un
crecimiento económico de, por lo menos, 9% anual y esta capacidad demanda
enormes cantidades de materias primas, acercándose a Bolivia, en la medida en
que tenemos lo que necesitan: commodities
estratégicas, débil institucionalidad, bajo rendimiento industrial y mano de
obra barata.
A esto se agrega la dinámica de sujeción
financiera por intermedio de préstamos millonarios a ciertos países,
considerados históricamente dependientes. El préstamo de 5 mil millones de
dólares, por ejemplo, coloca a Bolivia en desventaja. Primero: China está
acostumbrada a subordinar, no a compartir capacidades científicas, industriales
y tecnológicas. Segundo: no saben cómo lidiar con países democráticos y
sugieren abusar a la fuerza de trabajo o maniobrar las licitaciones como el
caso CAMC y otras empresas chinas de dudosa efectividad, en términos de
cooperación y relaciones horizontales porque prevalece una visión expansionista
con intereses políticos para asegurar monopolios en ciertos mercados y condicionalidades
donde el poder chino sea incuestionable. Tercero: China impone un tipo de
cultura comercial verticalista que está vacía de la lucha contra el capitalismo
global. Cuarto: en Bolivia, los empréstitos están condicionados por razones de
dominación geopolítica. Por esto extienden sus redes sub-imperiales, con una
clara tendencia que rompe la institucionalidad de los países sometidos a la
dinámica china absorbente.
En
los nuevos mercados y economías emergentes que constituyen los BRICS (Brasil,
Rusia, India, China y Sudáfrica), se acentúa un rasgo muy importante: China promueve
la sobre-explotación de los trabajadores, en desmedro del desarrollo de sus
capacidades productivas. Asimismo, en los conflictos como la guerra en Siria,
la hegemonía china optó por apoyar a Rusia y aquellos planes de comercio de gas
con Irán, desentendiéndose completamente para apoyar la pacificación y ayudar
en una crisis humanitaria donde han fracasado también Estados Unidos y toda
Europa. El sub-imperialismo chino está determinado por un poder económico que acrecentó
el intercambio desigual y las jerarquías despreciables entre países dominantes
y naciones pobres dentro del comercio internacional.
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