Las relaciones
entre Bolivia y Estados Unidos se han caracterizado por un mutuo abandono y
conflicto. Desde la imposibilidad de seguir aprovechando las ventajas de la Ley
de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga (ATPDEA), hasta
la polarización ideológica impulsada por Evo Morales, donde los Estados Unidos
siempre son una amenaza para la estabilidad política del gobierno.
En materia
diplomática, no es recomendable la persistencia de una relación tensa en
ciertos momentos, y de total indiferencia en otros. Bolivia necesita de Estados
Unidos porque es fundamental reabrir oportunidades cooperativas para no
rezagarse respecto a la Alianza del Pacífico, donde Chile, Colombia, Perú y
México están hilvanando estrategias globalizadoras que involucran, además, a
cuarenta y nueve países observadores de la Alianza. Bolivia no ha ganado casi
nada de UNASUR y de los sueños del ALBA. No porque no tenga condiciones
económicas atractivas, sino porque Bolivia quiere romper la hegemonía
geopolítica de los Estados Unidos, cuando lo esencial es hacerse respetar con
la potencia del norte, a partir de una relación de complementariedad.
Bolivia logró
posicionar un liderazgo contestatario y se hizo respetar con los Estados
Unidos, pero no supo reconstruir sus relaciones diplomáticas.
Independientemente de quién será el próximo presidente, si Donald Trump, o
Hilary Clinton, Bolivia envió un mensaje claro: no quiere ningún
condicionamiento, ni subordinación a una potencia que tampoco hizo mucho para
corregir su conducta arrogante e insatisfactoriamente hegemónica en América
Latina. Los Estados Unidos comprendieron que Evo Morales tiene otra agenda
internacional con un fuerte peso ideológico.
Llegó el momento
de normalizar las relaciones con Estados Unidos, abriendo las puertas a un
nuevo embajador y articulando un innovador registro de cooperación. El abandono
o indolencia debe convertirse en una etapa sin imposiciones, con la posibilidad
de beneficiarse en cinco ámbitos: a) transferencia tecnológica para mejorar las
capacidades industriales en materia de hidrocarburos; b) desarrollo alternativo
sin poner de pretexto la política antinarcóticos, sino conversando sobre el
cambio climático y mutuos beneficios para la protección del medio ambiente; c)
superar aquellos temas de la agenda bilateral que se concentran únicamente en
las ventajas arancelarias y la guerra contra las drogas; d) repensar una agenda
más diversificada en términos de inversiones estadounidenses, pero también en
términos de la promoción de otros temas como la educación intercultural,
multilingüe y la defensa de los derechos de la tierra como patrimonio de la
humanidad en una época signada por una probable hecatombe ambiental; y e) mirar
las relaciones con Estados unidos como un todo, es decir, más allá de los
acercamientos con el Departamento de Estado. Bolivia debe acercarse a una gama
de instituciones y organizaciones de la sociedad civil estadounidense que ayude
a los dos países, en función de una nueva concepción de reciprocidad y
entendimiento.
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