Cabildo del millón por una demanda autonómica, Santa Cruz, diciembre de 2007
Volver a discutir el “pacto fiscal” da la impresión de una pérdida de tiempo. Sin embargo, no es así. El desarrollo de las autonomías continúa siendo obstaculizado por el Estado central debido a que la famosa transferencia de recursos y los conflictos por las regalías, muestran a una Bolivia atrapada en la desigualdad. En los últimos diez años, las diferencias sociales y económicas entre regiones y departamentos se han incrementado. Estos desequilibrios interregionales provocan severos problemas, pues la población que vive en las regiones pobres tiende a migrar a las ciudades y zonas más prósperas donde se conforman cinturones de marginalidad, reproduciéndose una vez más la iniquidad en la distribución de la riqueza.
El
denominado régimen autonómico en Bolivia es uno de los esfuerzos más
importantes en América Latina para materializar la descentralización e,
inclusive, una probable federalización del país. Llámese descentralización
política o construcción de gobiernos territoriales autónomos, Bolivia tiene
nuevamente una oposición interna: el gobierno central de Evo Morales que, aun
cuando aprobó una Ley de Autonomías, tiene miedo a perder el control, retrasa,
inhibe y reprime la implementación global del proceso autonómico restringiendo la
transferencia de recursos. Con esto, solamente ha logrado que regresen al país
un conjunto de actitudes insolidarias, egoístas y centralistas que van
socavando la reforma del Estado en Bolivia, convertido una vez más, en un
escenario de desigualdad, chantaje económico, prebendalismo e ineficiencia que
arruina cualquier plan de desarrollo integral y sostenible.
Las
autonomías están en la obligación de solucionar todo tipo de pobreza, así como deben
abrir una gama de oportunidades de desarrollo. Para esto necesitan dinero y el
pacto fiscal regresa como una necesidad imperiosa que permita arrancarle al
Estado central aquello que viabilice de mejor manera una profunda
descentralización. Es por esto que una de las tareas de dicho pacto, no
solamente es financiera, sino también política porque el gobierno de Evo
Morales tendrá que enfrentar la construcción de un nuevo Estado para establecer
mecanismos que puedan revertir los procesos de desigualdad entre las regiones,
con el propósito de lograr un desarrollo más equilibrado y, por lo tanto,
superar una serie de desequilibrios históricos.
Es
elemental que el pacto fiscal tome en cuenta cinco principios orientadores para
distribuir los recursos en el ámbito financiero de un régimen autonómico más fuerte:
1) financiar las autonomías en sus cuatro niveles de gobierno: nacional,
departamental, regional/indígena y municipal; 2) calcular las transferencias a
partir de la solidaridad; 3) promover la unidad del país; 4) combatir la
desigualdad como un requisito político; 5) proteger las autonomías como una estructura
de reforma estatal y requerimiento para preservar la democracia.
La
solidaridad, sin importar el lugar del cobro de regalías, debería impulsar la
idea donde todas las recaudaciones que centralice el Tesoro General de la
Nación, puedan ser distribuidas hacia los cuatro niveles de gobierno. Ser
solidario es un fundamento que garantizará también la unidad del país porque
así se sugiere que la distribución de los recursos dará prioridad al
cumplimiento de las atribuciones y competencias del nivel nacional, donde se
precautele la seguridad, estabilidad y soberanía del Estado pero en condiciones
de una estructura autonómica más equitativa.
La
lucha contra la desigualdad expresa que todos los ciudadanos bolivianos son
iguales ante el Estado y por lo tanto, son iguales dentro del gasto público. En
consecuencia, la distribución de los recursos entre los departamentos,
municipios y regiones deberá guardar relación directa, no sólo con el número de
habitantes que tiene, sino también con la necesidad de promover alternativas y
oportunidades para la gran mayoría de habitantes. Asimismo, la equidad es un
principio que obliga al Estado a erradicar la pobreza, razón por la que se
deben asignar recursos adicionales para financiar a los departamentos,
municipios y regiones de mayor pobreza relativa, con el objetivo de impulsar el
desarrollo sobre la base de valores de justicia social.
La
discusión sobre el pacto fiscal y el impulso legítimo para consolidar las
autonomías, quiere decir que cada entidad territorial podría crear, de manera
complementaria, sus propias formas para generar recursos, siguiendo los
procedimientos establecidos por la ley y administrando dichos recursos en forma
autónoma. El objetivo final de un nuevo pacto fiscal será contar con un
panorama orientador que vaya desenvolviendo los ejes de acción autonómicos a
partir de la eficacia, simetría y coordinación. No se podrá ser efectivo sin un
nuevo tipo de redistribución que asegure tener buenos recursos para
materializar las autonomías como una alternativa de transformación estatal.
El
pacto fiscal ayudará a que la asignación de nuevas atribuciones y competencias autonómicas
sea simétrica. Esto quiere decir que las Gobernaciones, Alcaldías, Gobiernos
Indígenas Autónomos y Regiones, implementen todas sus competencias, sin tener
miedo a no contar con el dinero necesario. Las facultades en materia de
explotación y administración de recursos naturales como los hidrocarburos por
ejemplo, deben ser las mismas en los departamentos que están preparados para
llevar adelante estas competencias.
Al
acceder a la autonomía, un departamento, municipio y región, adquirió todas las
atribuciones que exige un proceso autonómico, sin necesidad de volver a negociar
o solicitar la asignación de más o menos competencias. Sin embargo, el Estado
central del Movimiento Al Socialismo (MAS) y Evo Morales han intentado asfixiar
las autonomías, negando la transferencia de recursos que, una vez más,
replantea el debate político sobre el pacto fiscal.
Comentarios
Publicar un comentario