Al
calor de la efervescencia ideológica de la Revolución rusa de 1917, nadie
imaginó que las doctrinas marxistas y leninistas fueran a fracasar en algún
momento. Todo lo contrario, se creyó firmemente en el éxito indiscutible de las
tesis de Marx porque éste habría descubierto las leyes del desarrollo de la
historia, identificando al mismo tiempo las contradicciones más profundas del
capitalismo que conducirían a su inevitable desaparición.
Cualquier posición política en contra de la ideología del derrumbe
capitalista y la revolución acaudillada por el movimiento obrero era calificada
de revisionista, mentira o, simplemente, una traición al socialismo científico.
Sin embargo, en el siglo XXI, una serie de partidos de izquierda en América
Latina y Bolivia traicionó los principios fundamentales del marxismo-leninismo,
especialmente aquellos relacionados con la utopía revolucionaria. El abandono
de las utopías hizo del giro a la izquierda únicamente un movimiento hacia el
lado oscuro: el fatal pragmatismo para ganar elecciones, conformar alianzas con
sectores de la derecha, atraer a un electorado multi-clasista y,
silenciosamente, diseñar estrategias que destruirían por completo la vieja
confianza en el hundimiento definitivo del capitalismo.
El revisionismo del marxismo fue, simultáneamente, una necesidad para
comprender la desaparición de la Unión Soviética y el fracaso del eurocomunismo
en 1991, así como el antídoto para reinsertarse en la política. Las posiciones
de izquierda marxistas, leninistas, maoístas y obreristas, dieron paso al
nacimiento de los operadores políticos: líderes y activistas que dejaron de
creer en las utopías de transformación profunda de la realidad social,
afirmando más bien que la adaptación a la economía de mercado y el uso de los
recursos de poder, si se capturaba el control del Estado, constituían el
verdadero triunfo.
Llegar al poder con el fin de aprovechar el aparato público, tener
influencia y riqueza, reemplazó a la utopía que trataba de romper con la
enajenación del capitalismo post-industrial. La izquierda sin utopías y sin
ideología revolucionaria acabó por perder el control de sí misma y por
desaprovechar sus posibilidades de renovación hacia el futuro. El pragmatismo
de la nueva izquierda latinoamericana está tenazmente influido por la constante
obsesión para convertirse en una fuerza electoral que invoque, esta vez, al
populismo, entendido como un discurso político cuyo propósito es ganar votos a
como dé lugar al hacer ver que se defienden los intereses de los más
necesitados, pero en función de un uso instrumental y manipulable de la
democracia.
Después de caído el Muro de Berlín y desaparecida la Unión Soviética,
la izquierda en América Latina desmanteló sus movimientos armados y trató de
orientarse hacia una dirección que ya no alimentaba el espíritu de transgresión
del capitalismo, sino todo lo contrario: pasar por alto la ideología y romper
con los sistemas democráticos para permanecer en el poder en caso de
conseguirlo. Esto es lo que caracterizó al impulso populista, caudillista y
antidemocrático de Hugo Chávez (1954-2013) en Venezuela, Daniel Ortega en
Nicaragua y la persistencia de Raúl y Fidel Castro en la dictadura cubana. La
utopía de izquierda perdió su marco de referencia, en la medida en que las
acciones políticas dejaron de identificarse con las convicciones que buscaban
superar el orden capitalista, olvidando por completo la imagen del reino de la
libertad, como había sido establecido por Marx.
Es necesario debatir cómo y por qué el giro a la izquierda en
América Latina y Bolivia tuvo resultados decepcionantes, específicamente entre
los años 2000-2016, debido a que los regímenes como el de Hugo Chávez alentaron
la idea de un socialismo postmoderno que, en el fondo, crucificó las utopías
revolucionarias, llevando a cabo tretas jurídicas, intensa propaganda
electoralista para plantear la reelección presidencial indefinida y denunciando
constantes complots del imperialismo en contra de la izquierda del siglo XXI.
El mandato de Chávez en Venezuela de 1999 a 2013 mostró claramente
cómo se reprodujo una cultura autoritaria que instaló en el poder a una élite
militar que nada tenía que ver con el pasado socialista, marxista o
revolucionario que dominó la historia desde 1917 hasta la destrucción del
comunismo en Europa del Este. La llamada revolución bolivariana de Chávez fue
una extraña mezcla de radicalismo discursivo y promesas de un mundo mejor, a
partir de una visión de gastos dispendiosos desde el Estado que desembocaron en
un chantaje emocional permanente. El giro a la izquierda vendió la idea del
fracaso democrático del sistema de partidos tradicionales de orientación
liberal y centro-derecha, nutriéndose de los resultados perversos que generaron
las políticas de mercado entre 1989 y los años 2000.
La izquierda de Daniel Ortega con el Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN) en Nicaragua, el mismo Partido de los Trabajadores (PT) de
Ignacio Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en
Ecuador, solamente expresan que la toma del poder no fue capaz de sobrepasar
los horizontes del pensamiento tradicional. Difundieron el discurso del
socialismo del siglo XXI sin considerar que la transformación de las
condiciones existentes, dependían de una reinterpretación utópica de la
política revolucionaria.
De esta forma, el hecho de quebrar el orden existente quedó desplazado
por el predominio de un conjunto de acciones electoralistas que ofrecieron
implementar políticas sociales dentro de los cánones del capitalismo financiero
post-industrial. Reconocieron que el mundo social y político era una realidad
cerrada y definitiva sin necesidad de ninguna utopía. La ideología izquierdista
se contentó con conocimientos y propuestas asistencialistas, en gran medida
dirigidas hacia el pasado: viejas posiciones progresistas identificadas con los
pobres. Valoró únicamente la lucha electoral, explicando que era posible
combinar las políticas de ayuda a los necesitados, junto con políticas económicas
de corte liberal y globalizado.
Alcanzar el poder, mantenerlo a toda costa y no estar convencida
plenamente de la consolidación de la democracia, condujo a la izquierda hacia
una parálisis, una conducta vertical, intolerante, autoritaria en la toma de
decisiones y proclive al olvido de un elemento esencial de la ideología: pensar
en aquello que todavía no ha llegado a ser por medio de una utopía política que
visualice los elementos de futuro auténtico. Una clase de conciencia
transformadora que dé cuenta de lo todavía no consciente, de aquello que
anticipe una nueva sociedad donde impere el reino de la libertad sin
dominación.
La izquierda privilegió a los operadores políticos con la capacidad
para alcanzar resultados inmediatistas. Se alimentaron pugnas entre facciones
con el fin de hacer plenamente justificable cualquier alianza como parte del
realismo político: maniobrar en el terreno que fuere, acrecentar el poder de
dichos operadores e imponer intereses sectarios a cualquier precio. Esto es lo
que desprestigió al PT en Brasil con el escándalo de corrupción en Petrobras
que alcanzó proporciones ciclópeas, involucrando a dirigentes de izquierda y
derecha.
En varias ocasiones, los operadores políticos fueron saludados como el
baluarte más importante. Para ellos, el realismo político estaba antes que
cualquier acción racional dirigida hacia la toma de decisiones sobre bases
técnicas, estudiadas y a partir de una ideología coherente. Por lo tanto, la
traición de principios, el complot y la apostasía se incorporaron como
instrumentos normales en la agenda del fin justifica los medios. Son los
operadores quienes pretenden eternizar la entronización en el poder los
caudillos de izquierda, negándose a cualquier actitud democrática y
anteponiendo la manipulación sobre el diálogo o la aceptación tolerante del
contrincante.
El giro a la izquierda nunca se preocupó por impulsar una nueva
generación de dirigentes demócratas. Para los operadores políticos no es
necesario articular un programa serio acercándose a diferentes grupos de la
oposición y a sectores intelectuales importantes. En la gestión legislativa,
las fuerzas de izquierda tampoco plantearon agendas ambiciosas y sus gestiones
para conseguir financiamiento internacional dirigido a muchos programas gubernamentales,
son un constante fracaso,
debido a que predomina la desconfianza y la descalificación sobre la base de
prejuicios anti-imperialistas. La izquierda nunca logró vencer el escepticismo que
las clases medias, los intelectuales demócratas y los científicos tienen sobre
la inoperancia gubernamental y las incoherencias de una izquierda que tiende a
despreciar la racionalidad en la administración del Estado y su imprescindible
reforma. Los operadores jamás reconocieron los estímulos transformadores de las
utopías políticas, por ser identificadas con ilusiones nada realistas.
¡Así no más son las cosas!, reclaman los operadores. Lo cierto es que éstos jamás estarán dispuestos a sacrificar sus privilegios y porciones de poder, en beneficio de un nuevo trabajo ideológico y utopista. Tal vez estas limitaciones son las que no pueden lograr que la izquierda pueda seguir comprometiéndose con proyectos colectivos que demanden ceder espacios para reconocer los aportes democráticos de todo tipo de adversarios. Los operadores políticos de izquierda siempre estarán diseminando la estrategia de tensión: intrigas, amenazas, prebendalismo, odios personales y enajenación de las utopías. La práctica política en Bolivia reclama sensatez y una nueva moral, antes que el pragmatismo ciego esparcido por los traidores de principios que terminaron aplastando la ingenua confianza en el giro a la izquierda del siglo XXI.
¡Así no más son las cosas!, reclaman los operadores. Lo cierto es que éstos jamás estarán dispuestos a sacrificar sus privilegios y porciones de poder, en beneficio de un nuevo trabajo ideológico y utopista. Tal vez estas limitaciones son las que no pueden lograr que la izquierda pueda seguir comprometiéndose con proyectos colectivos que demanden ceder espacios para reconocer los aportes democráticos de todo tipo de adversarios. Los operadores políticos de izquierda siempre estarán diseminando la estrategia de tensión: intrigas, amenazas, prebendalismo, odios personales y enajenación de las utopías. La práctica política en Bolivia reclama sensatez y una nueva moral, antes que el pragmatismo ciego esparcido por los traidores de principios que terminaron aplastando la ingenua confianza en el giro a la izquierda del siglo XXI.
Comentarios
Publicar un comentario