La globalización
influye poderosamente en la economía, sociedad, política y también, por
supuesto, en la cultura. Es más, influye tanto que muchos líderes indígenas
aymaras, quechuas, mayas, guaraníes o chiapanecos, consideran que estar
globalizado implica perder la identidad cultural primigenia y quedar
desbaratado en un océano de insignificancia y anonimato. Toda forma de globalización
es vista como una agresión y así el movimiento indígena reivindica sus
tradiciones profundas junto con una sola identidad socio-cultural indivisible.
Sin embargo, ¿por qué los indígenas y todo tipo de etnias se encuentran también
inmersos en el mercado global, buscando convertirse en clases medias y
anhelando ser beneficiarios de las comodidades del siglo XXI?
El espacio urbano
en diversos países de América Latina marca esa tensión entre la inserción
indígena que demanda equidad y las añoranzas por reconstruir las identidades
indígenas, en medio de rascacielos y supermercados de consumo masivo. Por esto
se hace fundamental insistir en la formulación de políticas públicas que
generen oportunidades para mejorar las condiciones de vida de los indígenas migrantes
hacia las ciudades. Es imprescindible erradicar la discriminación y la
desigualdad, aceptando a las culturas ancestrales como núcleos de patrimonio
histórico que ahora se mezcla con la modernidad occidental, urbana y
globalizada. El panorama latinoamericano del siglo XXI se caracteriza por la
consolidación de un entramado cultural híbrido, junto con ideologías
indianistas y las ilusiones que plantea una probable descolonización de la
sociedad. ¿Qué significa descolonizar las metrópolis actuales?
Entre las
respuestas que los indígenas andinos presentan, se encuentra la siguiente:
descolonizar es recuperar las instituciones y el dominio indígena antes de la
conquista española, sobre todo ejerciendo una descolonización de la conciencia
a través de la desobediencia epistemológica que sea capaz de romper con la
servidumbre hacia Occidente, ejerciendo el poder para conformar gobiernos
indígenas, los cuales deberían retomar la fuerza del viejo Incario, del imperio
Azteca o la aparente reconstrucción del continente indio: Abya Yala, sin
concesiones con la sociedad capitalista. Esto es demasiado ilusionismo.
En la región
andina de América Latina, la situación de los indígenas urbanos es muy
particular porque se funda sobre el predominio de la cultura occidental que
intenta alienar la realidad indígena, ocultándola como si fuera un peso del
pasado que tiende a desaparecer. Simultáneamente, los indígenas urbanos
testimonian cómo su lucha anticolonial convive también con la industrialización
y los deseos por acceder al consumo tecnológico, además de impulsar sus
demandas para educarse según las tendencias del mundo actual e incorporar la
modernización, pero en los marcos de sus representaciones ideológicas: la
identidad india como legitimidad anticolonialista y anticapitalista.
En la educación se
intenta incorporar la visión de las culturas indígenas, contrarrestando la
homogeneización de una identidad sin diversidad cultural. Sin embargo, los
medios de comunicación refuerzan la invisibilidad del indígena urbano,
alimentando estereotipos discriminatorios que lo equiparan con un grupo atávico
e inadaptado a la globalización. El Estado todavía niega las identidades
indígenas, haciendo que éstas caigan en la trampa de la auto-negación.
Los indígenas
urbanos son una identidad cultural atravesada por una serie de contradicciones
que provienen de la migración rural-urbana, tratando de preservar ciertos
patrones ancestrales de comportamiento social en el escenario moderno de las
grandes ciudades. La preservación de las identidades indígenas en las
metrópolis tiene lugar en los bailes ancestrales y las ferias, destacando la
cultura tradicional como un factor de expresión estética. Sin embargo, el
indígena urbano es un tipo de mestizo que también puede transformarse en un
actor de clase media y así relacionarse con las tendencias transnacionales de
la globalización.
¿Qué representa
ser indígena citadino? Significa salvaguardar las costumbres, no avergonzarse
del fenotipo indio y tampoco de su herencia histórica. Pero, al mismo tiempo,
es una lucha en contra de las relaciones de explotación de un ambiente
modernizador donde los patrones de la occidentalización obligan a los
indio-urbanos a alienarse para forzar una adaptación al mundo posmoderno. Si
bien la globalización no es la única forma de supervivencia en las ciudades, el
indígena urbano ingresa en un periodo de confusión y dudas sobre la solidez de
su identidad única y homogénea.
En las
universidades, la educación occidental opaca también la visibilidad de los
pueblos indígenas, razón por la cual es importante proseguir con un esfuerzo
que replantee los derechos interculturales, presentes en los grandes centros
urbanos. Uno de los aspectos principales es la recuperación, o la conservación,
de los derechos de propiedad comunal sobre las tierras de las comunidades
indígenas. La lucha de los indígenas sigue siendo una influencia positiva que
complementa los derechos ciudadanos en cualquier sistema democrático.
Una consecuencia
directa de nuevos derechos es la exigencia de políticas públicas focalizadas
para los indígenas urbanos. Los gobiernos municipales no deben negarlos, sino
promocionar su inclusión desde una mirada territorial y desde las políticas
urbanas que reduzcan la desigualdad.
¿Se puede mantener
la identidad en las ciudades? Sí, en la medida en que los indígenas urbanos
aporten democráticamente al tratar de revertir la exclusión sin revanchismos.
Sin embargo, “ser indígena” significa también una construcción ideológica y
política que, necesariamente, tiene que cambiar y recomponerse a través del
diálogo con una serie de influencias de carácter trans-cultural, económico de
mercado y según la época cosmopolita que nos toca vivir.
La auto-negación
de la identidad indígena en los migrantes que llegan a las ciudades, es un
problema que caracteriza, sobre todo a los jóvenes, llegando a fragmentarse la
identidad del indígena urbano que cabalga entre lo originario, lo campesino y
el reto de asumir un conjunto de sutiles contradicciones donde, finalmente, se
impongan el mestizaje y el cosmopolitismo. En las ciudades, todos buscan elevar
su nivel de vida, consumir tecnología y ser parte de la modernidad que los
convierte en ciudadanos consumidores. El indígena urbano dejará de existir, en
la medida en que llegue a formar parte de una clase media, inserta en los
bordes de un proceso globalizador que alimenta, en el fondo, otro tipo de
identidad múltiple, plural y ligada a los impulsos impersonales de la
democracia occidental, representativa y de masas.
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