Las elecciones presidenciales en Brasil del domingo 5 de octubre dejaron una gran lección para América Latina. En primer lugar, este país no pudo superar un problema que emergió con notoriedad preocupante durante el mundial de fútbol de junio 2014: la “exclusión social”, pues millones de ciudadanos, aún a pesar de expresar su descontento, por medio de protestas en las calles que ansiaban a gritos el cambio estructural de su sistema democrático, no lograron contrarrestar la lógica de élites del poder que predomina en este país.
Las
presidenciales mostraron una seria imposibilidad para combatir aquella
orientación económica donde las fuerzas del mercado definen todo en la política
brasileña en función de la globalización; es decir, considerando únicamente los
intereses de las grandes transnacionales y los objetivos empresariales de
negocios millonarios: petróleo, seguridad pública, infraestructura urbana, producción
de maquinarias, industria farmacéutica, agricultura, tecnología, narcotráfico,
lavado de dinero, fútbol y banca internacional de inversiones gigantescas.
Brasil es el ejemplo más llamativo donde la apertura hacia el mercado mundial
agrandó demasiado las brechas entre una gran mayoría de pobres y clases medias,
versus otra pequeña minoría de personas favorecidas por los grandes negocios.
Este país no es el mejor ejemplo para mostrar una economía emergente con altas
dosis de desarrollo humano igualitario, ni tampoco para expresar un modelo de
protección sostenible para el medio ambiente.
En
segundo lugar, el Partido de los Trabajadores (PT) de Dilma Rousseff no
constituye ninguna fuerza política de izquierda porque la ideología ha muerto
en el manejo del poder. En Brasil, las decisiones se mueven alrededor de la
habilidad para preservar la presión corporativa de los empresarios nacionales y
transnacionales que ven a la economía brasileña como el eje más importante de
las Américas, capaz de opacar, tarde o temprano, a los Estados Unidos. Si bien
para muchos esto puede parecer una exageración, la fuerza con que chocaron las
protestas de la gente común para oponerse al mundial de fútbol, y la firme
decisión del gobierno de Rousseff para priorizar las inversiones futboleras por
encima de cualquier política social de alivio a la pobreza, no son otra cosa
que el propósito de mantener a Brasil como el país que está conquistando los
mercados internacionales de América Latina, Europa y Asia, aun cuando deba
soportar un alto costo social.
Como
nunca antes, la política exterior brasileña está supeditada a las políticas de
libre comercio que privilegian las redes de globalización interdependiente,
antes que la redistribución de la riqueza con un enfoque más humano. Todo esto
pensando en que la gente de a pie pueda sobrevivir como sea, luego de observar
atónita cómo se encareció su nivel de vida en más de 300 por ciento desde 1996.
Rousseff es juzgada negativamente porque su gestión no redujo la alta
inflación, tampoco subió una tasa de crecimiento económico que no llega al uno
por ciento anual en 2014, a lo cual se suman las acusaciones de corrupción,
convirtiendo a Brasil en un gigante de ambigüedades y desalientos.
La
desigualdad apenas se redujo del 0,594 al 0,527 entre 2004 y 2014, según el
índice de Gini. En el modelo brasileño no pueden articularse equilibradamente
el crecimiento económico orientado hacia el mercado mundial, la reducción de la
desigualdad, la inflación que afecta el nivel de vida de los más pobres y la
política social que siempre está sometida a las prioridades de la inversión
extranjera directa y a las decisiones macroeconómicas que benefician a los sectores
más ricos.
Lo
mismo sucede con las propuestas y el estilo de liderazgo alternativo que brinda
Aécio Neves, quien logró el segundo lugar en las presidenciales del 5 de
octubre, pues el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), que pisa
fuerte en la política de los últimos veinte años, no tiene otra prioridad que tomar
el gobierno para proseguir con el modelo de globalización exportadora y
financiera. Además, representa al discurso emocional para, supuestamente,
cambiar o beneficiarse del descontento masivo en contra de tres gestiones gubernamentales
del PT.
Uno
de los pilares que sostienen la orientación globalizadora en Brasil es el
proyecto denominado Iniciativa para la Integración de la Infraestructura
Regional Sudamericana (IIRSA), diseñado con el fin de profundizar la
integración física, energética, redes de transporte, comunicaciones e incluso
promover un nuevo tipo de ambiente político institucional. IIRSA está empezando
a dar resultados pero dentro de un marco geopolítico que aumente el comercio
dentro América Latina y donde Brasil pueda importar recursos naturales de otros
países sudamericanos para después vender bienes de consumo en toda la región.
Por
lo tanto, no importa si Rousseff es reelegida como presidenta o si Neves
captura el gobierno. Cualquier liderazgo presidencial está en la obligación de
proseguir y fortalecer los proyectos de un tipo de empresariado mundial que, en
el caso brasileño, está directamente conectado al capital internacional, una
gran fuerza con la capacidad de invertir en la infraestructura sudamericana cuyo
propósito supremo sea facilitar la explotación de recursos naturales hacia diferentes
países por fuera de América Latina.
Es
por esto que el grupo financiero más grande de Brasil, XP Investimentos, está
desarrollando negocios en aquellos mercados que son considerados como escenarios
potencialmente millonarios de la región, por ejemplo, Perú, Chile, Colombia y
Argentina. Las estrategias internacionales de Brasil tienen la finalidad de
promover a sus élites económico-empresariales, quienes están íntimamente asociadas
al capital internacional para aprovechar las perspectivas globalizadoras de la
región, es decir, favorecer al capital extranjero gracias al mercado mundial y encumbrar
a Brasil como el actor dominante en las Américas.
Cualquier
cambio de liderazgo presidencial es importante para la política doméstica, pero
hacia afuera, las orientaciones siempre serán las mismas: el PT o el PSDB
apuntan a una superioridad brasileña internacional que establezca un precedente
geopolítico en los mercados latinoamericanos, por encima de China y Estados
Unidos.
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