CUBA Y LOS PERFILES DE SU TRANSICIÓN EN EL SIGLO XXI

Introducción

La historia conlleva en su transcurso varios cauces y, muchas veces, son imprevisibles sus consecuencias. Más allá de las connotaciones políticas y económicas, el sistema socialista en la isla de Cuba nunca pudo materializar un nuevo proceso histórico que le permita marcar un rumbo contrario al llamado subdesarrollo, pues su modo de producción jamás cumplió con ningún tipo de ley histórica para alcanzar el comunismo; todo lo contrario, en el siglo XXI Cuba está transitando a la economía de libre mercado pero aumentando enormemente sus niveles de desigualdad y pobreza, además de continuar acusando a los Estados Unidos como el causante de todos sus males.

La manera y sucesión de los hechos luego de la revolución cubana de 1959 no terminaron del modo y forma en que previeron los propios cubanos. Lo que se impuso fue un concepto centralizado para el manejo del poder político, instaurándose la promesa de un modelo social igualitario que la Ilustración de la Revolución Francesa ya había diseñado por medio de las ideas de Rousseau y a través de la declaración universal de los derechos del hombre.

En el silgo XXI podemos reinterpretar la revolución cubana en América Latina, afirmando que ésta se encuentra más cerca de las versiones occidentales de transformación socio-económica y los conceptos de ciudadanía, que de los fallidos experimentos marxistas en la ex Unión Soviética y Europa del Este. El socialismo cubano constituyó un esfuerzo por diseminar las convicciones sobre la equidad y justicia social, con el objetivo de desmontar una estructura política de privilegios, aunque sin lograr el correspondiente sustento productivo y un conjunto de capacidades competitivas para alcanzar un sólido desarrollo industrial.

La revolución cubana se contentó con dar prioridad solamente a los logros sociales de acceso a la educación, salud o vivienda, intentando destruir las ambiciones individualistas e ilusiones de superación personal a las que cualquiera aspira. El heroísmo detrás de la revolución, consistió en el intento por eliminar la egolatría y codicia humanas como ejes del socialismo cubano; sin embargo, cuando la economía ingresó en una crisis absoluta, la forma de pensar nunca pudo convertirse en la base de un nuevo modelo de desarrollo y estructura de innovación en los conocimientos. Todo se descompuso y el régimen optó por preservar la dictadura del Partido Comunista para mantenerse en el poder, en lugar de encontrar soluciones democráticas y económicas viables.

Este artículo analiza de qué manera Cuba en el siglo XXI pretende adaptarse al mundo globalizado con un ancla incrustada en la nostalgia por los años 50, y un conjunto de decisiones que hacen contradictorio el fundamento mismo de la revolución, pues ésta no destruyó al capitalismo foráneo, sino que mantuvo sus principios en un claustro deseado pero no digno de ser usado. La crisis societaria en Cuba se caracteriza por reinsertar el capitalismo y la economía de mercado como el núcleo para superar sus insuficiencias pero mediante un Estado autoritario y administrado por un partido único, sin apertura a elecciones libres; si bien se mantienen las convicciones de una lucha anti-imperialista, queda abierto un debate sobre cómo establecer un sistema pluripartidista y cómo fomentar el desarrollo de una sociedad civil que sea el sustento de un Estado no socialista.

La transición hacia el mercado y la sociedad civil enclaustrada

En la nueva economía de mercado que inspira la transición cubana, el Partido Comunista concentra todo tipo de iniciativas económicas, como si fuera un embudo capaz de cernir aquello que es beneficioso para el discurso y los intereses del Estado autoritario. Éste se encarga de proveer lo mínimo para satisfacer las necesidades básicas, sin permitir que sea discutido y declarando como anti-patrias a todo empuje privado de inversión al interior de su propia sociedad, lo cual obstaculiza el nacimiento de pequeñas empresas individuales o familiares; sin embargo, la gran inversión extranjera directa fue muy bien recibida y, poco a poco, viene de Europa central al haber construido importantes conexiones con los jerarcas del partido, en función de aprovechar las oportunidades del turismo.

El Estado dirige las estrategias de las organizaciones sociales con el fin de imponer una sola visión, mediatizando las políticas públicas con el criterio de mantener el libre acceso a la educación y la salud, pero sin garantizar ningún estándar de calidad en la entrega de dichos servicios. Los hospitales no son eficientes y siempre tienen un déficit en el abastecimiento de cualquier tipo de suministros.

Los médicos especializados se esfuerzan por la práctica de una medicina social y científica, en medio de una infraestructura obsoleta, salarios que apenas llegan a los 70 dólares mensuales y una ideología socialista que sigue siendo más importante que las orientaciones médicas, sustentadas en la evolución tecnológica y el profesionalismo que dé prestigio a una formación científico-humanista.

Las escuelas y universidades no son lo que fueron pues también carecen de una renovación científica, no actualizaron su currículum y las bibliotecas fomentan solamente las colecciones que entronizan los discursos antiguos de la revolución, el caudillismo de Fidel Castro y la discusión sobre el Socialismo del siglo XXI, sin tomar en cuenta lo que significan los procesos de globalización, el multiculturalismo, la democracia, la ciudadanía, los derechos humanos y otras concepciones constructivistas en la pedagogía, que faciliten el respeto de los puntos de vista más disímiles con tolerancia y diversidad de teorías, como formas abiertas de representación sobre la realidad.

Las reivindicaciones de justicia social y equidad que respaldaron los principios de la revolución cubana todavía están vigentes, pero como parte de un patrimonio democrático-liberal que siempre estuvieron presentes en toda América Latina. Si bien nuestra cultura de raíz ibérica amparó al dogmatismo y diseminó el autoritarismo imperante hasta el día de hoy, tampoco se puede negar que las consecuencias de las Revoluciones francesa y americana inspiraron múltiples visiones para edificar la ciudadanía moderna en beneficio de la igualdad. Esto todavía alimenta los aires revolucionarios, reactualizando la necesidad de luchar por una estructura social y económica libre de desigualdades; empero, la revolución cubana desgastó sus características reivindicativas y preservó las tendencias dictatoriales como cualquier régimen comunista, tratando de eliminar progresivamente aquellas opciones para la defensa liberal de la democracia en la región.

Por otra parte, el ciudadano está encerrado en un solo frente: aceptar el aparato de dominación comunista y soportar la llegada de grandes centros comerciales donde el costo de cualquier mercancía importada está a la par de los precios internacionales y el dólar; es decir, desde el agua y las gaseosas, hasta los electrodomésticos, los costos de vida en Cuba se han incrementado, llegando inclusive a un trescientos por ciento.

El desabastecimiento no existe, siempre y cuando la gente tenga euros y convertibles cubanos (la moneda que substituye a los dólares). Si bien los productos no abundan, el mercado está bastante diversificado y muchos son de pésima calidad, posiblemente provenientes de China, India o Vietnam porque numerosas mercancías no tienen marca ni etiquetas; sin embargo, todo está ahí al alcance de quienes tengan dinero. La economía mercantil puso todo su arsenal en grandes shopping centers, acrecentando la brecha entre aquellos que pueden comprar y quienes son demasiado pobres al no tener acceso ni a dólares, convertibles cubanos, ni euros.

El partido purifica las opiniones divergentes sobre la transición cubana y, por lo tanto, el Estado sanciona cualquier oposición a las políticas de mercado, o simplemente ignora la reproducción de las desigualdades, un objetivo que la revolución se había propuesto cambiar y no pudo.

Las nuevas generaciones quieren revelarse ante los idearios del viejo sistema socialista y ejercen presión para que el régimen instaure una apertura con amplitud social, en lo posible menos centralizada por el Estado y el Partido Comunista, pero la sociedad civil está enclaustrada en los viejos prejuicios e ilusiones, pues todo intento de transformación no tiene el rango de mayores alternativas: se tiene miedo a lo que pueda venir sin la carga del socialismo, lo cual tampoco es parte de un debate ciudadano. Al no existir una sociedad civil madura, sus derechos a ejercer una ciudadanía más libre y menos politizada son completamente endebles.

La gran insuficiencia del socialismo a escala mundial residió en no haber logrado acumular fuerzas culturales que desarrollen una sociedad civil con habilidades críticas, y con el incremento de un capital simbólico, caracterizado por la reflexión permanente y la dilucidación de problemas. El socialismo no consiguió fundar estructuras donde la libertad individual y la capacidad de decidir estén afincadas en la autodeterminación madura y el fomento de una personalidad, inclinada hacia un conjunto de visiones pluralistas sobre la vida. Sólo así sería más eficaz la posibilidad de favorecer una lucha sistemática contra el capitalismo.

Asimismo, el modelo de sociedad y economía capitalistas, debido a su naturaleza y funcionamiento de la acumulación monetaria, no puede aplicarse por medio de meras exigencias prácticas o por conveniencia como lo está haciendo ahora el Partido Comunista de Cuba, por lo que su estrategia, amparada en el desarrollo del mercado y el turismo de lujo, no debería prescindir de fuerzas adicionales como el estímulo de una sociedad civil más esclarecida y un conjunto de conocimientos abiertos a las realidades del siglo XXI, con los que se implanta una cultura democrática de la cotidianidad.

La transición cubana está siendo impuesta de manera injusta e implacable, sin permitir que sean las realizaciones personales, la convivencia social con decisiones propias y el pluralismo ideológico, los motores que induzcan el establecimiento de un nuevo modelo de sociedad. Por ahora, la imposición forzada de una transición hacia el libre mercado encumbra el resentimiento y los celos de miles de cubanos pobres que se ven frustrados de alcanzar sus objetivos, al no tener una vida más próspera y menos asfixiada por un partido todopoderoso. La mendicidad es un espectáculo grotesco en las calles de Centro Habana y la Habana Vieja.

La dicotomía entre socialismo y capitalismo deja ver, por un lado, a los socialistas entrabados en el pasado y los sueños por procrear al hombre nuevo, que no rompieron con los esquemas de una economía pro-capitalista y los principios individualistas para conquistar una sociedad más igualitaria. Hoy está claro que la desigualdad de América Latina despunta, tanto en toda su estructura de democracias modernas, como en el mismo sistema cubano, que, al tratar de superar los problemas del socialismo, también ha reproducido diversas iniquidades.

Por otro lado, la globalización tampoco transfirió una tecnología que impulse diferentes canales de cooperación con los países industrializados. El sistema internacional se ha hecho más desigual, fuertemente jerarquizado y está separando aún más las brechas entre los países desarrollados y el Tercer Mundo, siempre rezagado y preocupado por nuevas formas de dependencia en la que vive. Este conflicto ha llevado a que el discurso socialista desde Cuba siga justificando una ideología anti-imperialista y condenando la aplicación de las políticas económicas liberales en el ámbito internacional, aunque por dentro, la isla utilice a la economía de mercado para destruir el embargo estadounidense, retrasando, al mismo tiempo, mayores reformas estructurales que siguen sin llegar al país caribeño.

Las principales contradicciones económicas y políticas

La deuda externa cubana a comienzos del siglo XXI representa alrededor de 31.681 millones de dólares, mientras que la inversión extranjera se estancó en 2 mil millones; sin embargo, toda cifra en estos rubros es considerada secreto de Estado pues Cuba no transparenta su información estadística, sobre todo para mantener desinformada a su sociedad civil. El comercio exterior depende de los vínculos y relaciones estratégicas con países proclives a su pensamiento, tratando de conformar bloques de oposición anti-capitalista, pero esto resulta poco ventajoso para reconstruir programas de desarrollo sustentados en las viejas políticas de economía centralizada y planificación socialista.

La desaparición de la Unión Soviética desestabilizó profundamente a la economía cubana, generando en la isla un desempleo directo, posiblemente, del 8% y un subempleo que alcanza al 30% hasta la actualidad. A esto se suman las remesas de los cubanos-estadounidenses, que, si bien han oxigenado en parte la crisis económica, están sometidas a constantes restricciones porque los grupos de oposición anticastristas buscan debilitar indirectamente al peso cubano, en tanto que el Banco Central de la Habana aprovecha las divisas con impuestos directos al envío de cualquier remesa.

El flujo de divisas encareció la canasta familiar cubana y es increíble cómo la mayoría de las familias tienen un promedio de ingreso por mes de 15 dólares, aproximadamente. La canasta familiar entregada por el gobierno cuesta 25 pesos; sin embargo, 53% de las familias tiene entre 2 y 7 dólares para comprar productos adicionales en el mercado negro. Un 40% debe subsistir, prácticamente con menos de 2,5 dólares para hacer frente a otras necesidades después del subsidio estatal.

Frente a este panorama, el gobierno cubano generó proyectos bajo los supuestos de una voluntad revolucionaria, por lo que en el período 2008-2012 unos 150 mil agricultores recibieron en usufructo casi 1,4 millones de hectáreas, eliminándose varias instancias estatales en la distribución de productos del agro, lo cual ha facilitado las ventas agrícolas directas. Los trabajadores por cuenta propia crecieron a 350 mil, el doble del periodo 2007-2012; en el siglo XXI de transición hacia el mercado, se ampliaron las cooperativas y el arriendo de locales para diferentes oficios y otros servicios urbanos.

A esta estructura económica se agregan las ventas de níquel y tabaco con precios favorables en las exportaciones y, sobre todo, la industria del turismo que es uno de los principales sustentos, ligada a la publicidad del placer en el Caribe y el desarrollo de la prostitución en gran escala. Los balnearios son la industria que está produciendo buenos ingresos para la débil economía, aunque el distintivo principal consiste en el turismo sexual y la diversión playera suntuosa donde el Estado comunista ha invertido millones de dólares; solamente en las playas de Varadero existen 70 hoteles bien montados, mientras que Cayo Largo del Sur, Cayo Levisa y los Jardines de la Reina, entre otros, poseen una infraestructura hotelera de absoluta envidia para mercantilizar todo sitio turístico.

Los subsidios estatales en distintos sectores empresariales siguen siendo una carga muy pesada para la isla, reforzando la concepción de un modelo totalitario, austero y represor, donde la ciudadanía está presionada constantemente con una supuesta intervención estadounidense que revive todo el tiempo lo ocurrido en Playa Girón; si bien el discurso anti-imperialista está desgastado, es todavía propicio para mantener vivo el espíritu de los cubanos, en constante reflexión respecto a quién es más revolucionario. De cualquier manera, el Partido Comunista está logrando que la transición cubana se integre a la economía mundial, disolviendo progresivamente el ideario y comunidad socialistas.

Conclusión

La democracia moderna y pluripartidista en Cuba tiene pocas posibilidades de prosperar porque el concepto de pueblo en el ejercicio del poder, se ha convertido en la extensión de un modelo de partido único, de militancia única y voto único. No corresponde entretenerse en una discusión sobre cuál sistema es mejor, si el socialismo o la democracia pluralista; lo cierto es que ambos ofrecen una llave y un candado porque el régimen cubano está acostumbrado a vivir sólo de ilusiones y tampoco está en condiciones de adaptarse a un sistema democrático en el cual, posiblemente, no se satisfagan plenamente los beneficios materiales o económicos; en el otro extremo, el socialismo, que intenta enorgullecerse por proteger sus éxitos en materia de política social, no funcionaría sin los excesos del autoritarismo y el uso de la violencia para imponer cualquier decisión política.

Son imprescindibles las transformaciones sociales y económicas en la isla, aunque éstas deben ser graduales y contemplando programas de apertura real sin restricciones para la ciudadanía en las nuevas decisiones del Estado. El liderazgo político también tendría que estar sujeto a un debate democrático amplio y sobre la base de reglas electorales. En el fondo, el voto del pueblo debería escoger el nuevo modelo o sistema de convivencia socio-político, según los principios e idiosincrasia proyectados por los propios cubanos.

Los países del hemisferio no tienen por qué aprovecharse de la crisis en la isla, razón por la cual América Latina tendría que mantener un sistema de comunicación y apertura, tratando de asesorar sobre los pro y contras de la democratización, así como sobre los efectos distorsionantes de la economía de mercado, dejando a la voluntad del pueblo cubano el futuro de una transformación real y definitiva.

Mientras se trate de forzar desde afuera cualquier cambio sin legitimidad social al interior de la isla, el totalitarismo del régimen comunista será más difícil de combatir. El debate continúa abierto, aunque, lamentablemente, el discurso y la contraofensiva del gobierno de Raúl Castro siguen dominando, junto a una población civil con pocas alternativas de subsistencia y múltiples asimetrías atormentadas por las necesidades materiales.

Las nuevas generaciones cubanas poseen una estructura ideológica distinta a la que peleó contra Fulgencio Batista, sus objetivos son contemporáneos y demandan un nuevo debate en su lucha por la inclusión y acceso al mercado mundial, a la tecnología y a un nuevo despegue de la ciencia e investigación, que en la actualidad siguen secuestradas para alentar una improductiva oposición al sistema capitalista.

El proceso cubano de transición está, irónicamente, conectado una vez más a las recetas capitalistas de libre mercado porque no le queda otra opción; sin embargo, aún no se han generado sólidos consensos para visualizar soluciones legitimadas en las grandes mayorías. Por ahora no se vislumbran salidas democráticas en la política cubana que seguirá ahogándose en sus propios ideales de resistencia y revolución. Los países e instituciones internacionales que pueden influenciar en una democratización, tienden siempre a condicionar a su imagen y semejanza algunas posibilidades y, por lo tanto, se hace inviable una pronta solución porque lo mejor sería que el pueblo cubano ejecute otra revolución para terminar de una vez por todas con el socialismo.

Comentarios