Este ensayo fue escrito para E-lecciones.net en Venezuela
Cuando el ex presidente del gobierno español José María Aznar había perdido las elecciones el año 2004 frente al resurgimiento del los socialistas a la cabeza de José Luis Rodríguez Zapatero, la revista The Economist publicaba un artículo (One down, three to go) donde parecían estar contados los días en el poder de aquellos tres líderes que encabezaron la invasión y llevaron adelante la guerra en Irak desde el año 2003. Para algunos, George W. Bush debía sucumbir ante el entonces contendor demócrata, senador John Kerry, en 2004; sin embargo, la reelección de Bush cambió completamente, no sólo los análisis sobre una temprana retirada de Irak, sino también algunas especulaciones en torno a la reelección de Tony Blair como Primer Ministro en el Reino Unido, cuyas elecciones parlamentarias del 5 de mayo de 2005 le dieron una nueva victoria. Fue la primera vez en la historia británica en que Blair tuvo éxito con tres candidaturas en su haber y tres victorias consecutivas desde 1997.
Este tipo de desempeño electoral puso en el tapete de la discusión el choque entre lo que podría denominarse una izquierda buena y otra mala. ¿Realmente existe esta diferenciación? No porque es inapropiada, así como es imposible forzar la realidad para afirmar que el Laborismo Británico a la cabeza de Blair o el Socialismo Español bajo el liderazgo de Rodríguez Zapatero, constituyen las expresiones de una “izquierda buena” que se convirtió, en el fondo, a la economía de mercado, la defensa de la propiedad privada y al capitalismo como único sistema-mundo, frente al cual resulta inútil proponer el socialismo o comunismo de corte soviético, cubano y marxista.
Tampoco existe una “izquierda mala o diabólica”, especializada en el sabotaje, la revolución violenta y defensora de la economía centralizada en el poder del Estado como órgano absolutista e inclusive totalitario. La polarización entre izquierdas buenas y malas debido a sus posturas económicas a favor o en contra de las políticas de mercado, resulta falaz, histórica y teóricamente. La izquierda siempre estuvo identificada con la igualdad y justicia social, con las utopías de cambio, con las revoluciones sociales y, finalmente, con la derrota del sistema capitalista.
El problema de las izquierdas del Siglo XXI y otras tendencias similares como el Laborismo Británico y los partidos Social-demócratas, radica en que éstos sencillamente se acomodaron a los procesos electorales de la democracia como régimen de gobierno global, aprovechando pragmáticamente los programas económicos de la posiciones de derecha identificada con el libre mercado.
El período electoral del año 2005 en Inglaterra se caracterizó por ataques personales y duras acusaciones en las presentaciones y debates políticos de los tres principales candidatos de aquella época: Tony Blair del Partido Laborista, Michael Howard del Partido Conservador y Charles Kennedy de los Demócratas Liberales. Las diferencias en cuanto a las principales propuestas de gobierno fueron solamente de matices, pues las preferencias en favor de Blair obedecieron, básicamente, a tres elementos: primero, la falta de contundencia en el liderazgo del principal partido de oposición, es decir, en la figura de Michael Howard, ex Ministro del Interior de John Major, cuyo gobierno conservador perdió claramente ante el Laborismo en 1997.
El segundo elemento fue el manejo exitoso de la economía de mercado donde los laboristas, a la cabeza de Gordon Brown (Chancellor of the Exchequer), el más poderoso ministro de economía de Blair, conquistaron mucha credibilidad. Finalmente, el tercer factor tuvo que ver con el deseo de continuidad y prosperidad dentro de los márgenes del capitalismo.
La preocupación de la mayoría de los ciudadanos británicos, en general, opta por beneficiarse de políticas sociales mínimas, pasar de largo frente a propuestas de cambio traumático y seguir adelante con su vida cotidiana más allá de la política. De hecho, Gordon Brown sucedió a Blair como Primer Ministro entre 2007 y 2010, repitiendo la misma estructura a favor del capital financiero, sobre todo para diseñar políticas que faciliten rescatar a las economías europeas de cualquier amenaza de crisis financiera.
Tal como lo expresaron los editores de la influyente The Economist, la gente se siente cómoda y próspera al lado de posiciones de izquierda o derecha que gratifiquen un capitalismo bien consolidado, sin ver en el conservadurismo a una alternativa, ni en el liberalismo a una oferta innovadora. Si bien la juventud continúa siendo indiferente y crece de alguna manera la abstención, el Laborismo mantiene una clara influencia hasta hoy día en el Parlamento.
La izquierda laborista muestra de forma fehaciente que la globalización, la lógica de élites internacionales, el capital financiero internacional y la posibilidad de mezclar políticas sociales con visiones de mercado, sientan las bases para el fin de una polarización ideológica secante entre izquierda, derecha, liberalismo y utopías revolucionarias, hoy día totalmente agotadas.
Modelo Westminster y sistema electoral
Cada cinco años, las elecciones británicas renuevan a 659 parlamentarios que representan a Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y Gales. Sin embargo, el hecho más importante del sistema político británico es la elección del Primer Ministro como la figura central de la democracia parlamentaria, pues los candidatos de diferentes distritos electorales son elegidos, en el fondo, para apoyar a las grandes figuras que se perfilan como futuros primeros ministros del Reino Unido.
La pugna electoral en cada distrito de Inglaterra, Irlanda del Norte, Escocia y Gales, hasta el día de hoy, muestra un sistema electoral que favorece los liderazgos fuertes y los partidos grandes. Es decir, el candidato que obtiene más votos, así sea por uno solo, llega al Parlamento dejando atrás a los contendientes que, aún a pesar de haber tenido el apoyo de vastos sectores sociales en los distritos electorales, quedan fuera del sistema político. Es por esto que el modelo de democracia parlamentaria en el Reino Unido se denomina Modelo Westminster donde el primero que pasa la posta electoral en la carrera con más votos (first past the post) accede al Parlamento con la fuerza del partido que los impulsa y con el mandato de elegir al líder del partido que se postula como Primer Ministro.
En el Modelo Westminster, el sistema electoral favorece a dos partidos históricos, el Partido Laborista y el Partido Conservador. A estos dos partidos se suman los Demócratas Liberales con posibles 70 bancas parlamentarias, que siempre buscan cambiar el sistema electoral para lograr una representación proporcional con el objetivo de hacer frente a los partidos grandes.
Las características del parlamentarismo han influido de forma determinante en el Laborismo británico, pues éstas se convierten en tres lecciones fundamentales para cualquier fuerza de izquierda contemporánea: a) participar competitivamente en elecciones democráticas; b) la necesidad de constituirse en partidos fuertes con orientaciones institucionalizadas capaces de renovarse desde adentro; c) la adaptación a la democracia parlamentaria como una de las garantías de negociación política, debate de propuestas concretas y abandono de toda retórica grandilocuente que postule una revolución improbable, o que guarde parecidos con los fracasos históricos del extinto modelo soviético.
Más allá de las ideologías tradicionales
Los principales debates en la agenda política y social giran en torno a los siguientes problemas. Primero, la política exterior donde destaca la guerra en Irak, la mirada hacia el África y la Unión Europea. Aquí, el Partido Laborista estuvo fuertemente cuestionado porque se considera que la decisión de Tony Blair de apoyar a los Estados Unidos en la guerra contra Irak fue ilegal desde el punto de vista del derecho internacional, y un abuso de sus facultades como Primer Ministro para favorecer una campaña armada que la mayoría del Reino Unido y el propio Parlamento rechazaron en algún momento. La izquierda laborista también considera que el Reino Unido debería siempre liderar una iniciativa mundial para apoyar al África en su lucha contra la pobreza y un comercio internacional más justo con los países pobres.
Tanto los conservadores como laboristas y demócratas liberales tratan de convencer a la población del Reino Unido de que vale la pena integrarse más a la Unión Europea donde se ven a sí mismos como una nación líder, aunque la mayoría de las encuestas de opinión sugieren que grandes sectores del Reino Unido no aprobarían una Constitución Europea ni apoyarían al euro como un paso más decisivo en la integración monetaria y comercial.
La izquierda de mercado influida por Tony Blair nunca trató de afianzar un papel más protagónico del Reino Unido en la Unión Europea porque, en realidad, Blair y el Laborismo tendieron a depender demasiado de la agenda de los Estados Unidos, pues en más de una oportunidad Blair defendió la idea de que el Reino Unido sea el enlace entre los Estados Unidos como potencia mundial y Europa, concepción que es totalmente rechazada por Francia y Alemania que consideran, más bien, que el Reino Unido tiene mucho que perder por seguir a los Estados Unidos, en lugar de fomentar el avance de la Unión Europea.
Las nuevas izquierdas del siglo XXI siguen, en gran medida, las huellas del Laborismo, específicamente en los debates respecto a impuestos y reformas del sector público. Las discusiones giran en torno a la necesidad de no aumentar los impuestos y reformar profundamente los sistemas nacionales de salud donde la ineficiencia y el retraso en la atención a la población en consulta externa tienen serios problemas. En este sentido, los laboristas, conservadores y demócratas liberales pugnan en torno a la posibilidad de introducir el “derecho a elegir” la atención en diferentes hospitales que tendrían los pacientes, aumentar la infraestructura, médicos y enfermeras, así como recurrir inclusive a la consulta privada con una subvención pública para evitar demoras. La propuesta central es solucionar problemas concretos que sean apoyados, no por visiones ideológicas, sino por factores de posibilidad y oportunidad financiera.
Similares orientaciones suceden en la educación, donde la calidad y los estándares británicos en el ámbito europeo muestran serias insuficiencias. La izquierda laborista no trata de impulsar una educación gratuita, sino fortalecer condiciones de competitividad y prestigio, llegue éste del ámbito público o privado. En el sector de pensiones se busca cómo hacer que el Estado logre una subvención sostenida y eficiente porque la población en general está envejeciendo progresivamente, creando una carga pública que ya no es posible satisfacer solamente con rentas y reparto, razón por la que es probable que Izquierdas y Derechas coincidan en ejecutar políticas de ahorro obligatorio para financiar el núcleo de las pensiones de vejez.
¿Dónde quedan las relaciones entre la política exterior británica y América Latina? Sobre esta temática, el alejamiento entre la agenda del Reino Unido y América Latina es muy claro, puesto que ahora se favorece más una contribución al desarrollo concentrando los esfuerzos solamente en África. Es más, son inexistentes las alusiones de Tony Blair y el Laborismo hacia América Latina, donde tampoco queda claramente establecido cuáles serían las prioridades en materia de relación comercial o financiera con aquélla. La izquierda laborista abandonó hace mucho la vieja solidaridad internacional o el internacionalismo socialista.
La actual realidad ideológica no sustenta una visión entre izquierdas buenas o malas, sino que todas ahora buscan concentrarse en la representación política con partidos que se adaptan a la lógica parlamentaria, al juego de la democracia, a lo que haya en el terreno político para ganar elecciones y conseguir puestos de poder. El fin de la Guerra Fría es irreversible, así como quedan descartados los debates sobre si el Socialismo es un mejor sistema que el Capitalismo porque las futuras generaciones aclaran sus contenidos políticos y orientaciones ideológicas, más hacia el pragmatismo y lo que resulta útil como prioridades para llegar al poder y mantenerse a flote en situaciones de emergencia.
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