LA BIBLIA Y LA POLÍTICA



La biblia es uno de los productos estéticos más hermosos de la cultura occidental. Como un conjunto de escrituras portadoras de misterios religiosos, lecciones políticas y reflexiones filosóficas, la biblia no solamente define la identidad del cristianismo, sino que también contiene varias promesas utópicas respecto a un reino que no es de este mundo: el más allá donde los conflictos existenciales se resuelven con plena justicia. Por esto, una lectura política de la biblia adquiere relevancia, sobre todo para comprender en qué consiste la legitimación de la autoridad divina y por qué deberíamos obedecer las jerarquías sociales en función de cierto equilibrio y orden políticos.

La biblia posee un sentido político debido a que si los hombres se alejan o desafían el proyecto de Dios, quedan sumidos en una profunda soledad. Abandonar a Dios y cuestionar su autoridad conduciría al aislamiento y sentimiento de culpa por haber traicionado un plan trascendental. Esta trascendencia es un orden determinado, es decir, un “cosmos” cuya suprema culminación conduce al género humano a la totalidad de Dios, quien nos ama porque fuimos creados a su imagen y semejanza; sin embargo, Dios también otorgó a los hombres un arma valiosa: la capacidad de decidir por cuenta propia, pensar en los intereses propios y, por lo tanto, utilizar nuestras libertades para componer un escenario de reglas humanas que, por lo general, cae en el abismo del “caos”.

El cosmos ofrecido por la biblia representa al orden político, contrapuesto al caos humano contradictorio y, en esencia, peligroso mientras se aparte de Dios. Este carácter político aparece desde el Génesis. Dios caminaba solo como un “logos errante” pero poderoso. La humanidad no existía porque Dios era la única fuerza que hablaba en soledad. ¿A quién predica ese logos solitario y oscuro, difícil de comprender porque no se sabe qué lenguaje utiliza en ausencia del mundo y los hombres?

El Génesis muestra cómo Dios tomó una decisión política notable: crear a los hombres, superando su soledad y reconciliándose consigo mismo. Así se crea el cosmos: un orden político cuyo poder responde únicamente a la divina decisión de abandonar la eterna soledad. Los hombres nacen para acompañar a Dios pero, simultáneamente, soportan una división entre el ser supremo y ellos que están sometidos al poder divino.

Cuando Adán y Eva se dan cuenta que también pueden decidir por voluntad propia y comer de la manzana prohibida, entonces comienza otro horizonte: los hombres son capaces de conquistar, imaginar y crear otro orden político, impugnando la legitimidad divina que les dio vida. La discordia del Génesis entre Dios y los hombres, es el primer conflicto político que se resuelve mediante la expulsión del paraíso y el hallazgo del sufrimiento.

Si los hombres establecen sus propias reglas y un orden político paralelo, entonces desatan el caos y un sino doloroso que se manifiesta a través de sus conflictos existenciales: ¿de dónde vienen; cuál es su misión; hacia dónde va la vida humana; tiene ésta sentido específico sin Dios; por qué la existencia se hace, a momentos, insoportable?

Varias veces, Dios se acerca a los hombres luego de la ruptura, ofreciendo una oportunidad salvadora por medio de la llegada de Jesucristo, cuyo nacimiento es, probablemente, una respuesta bíblica para regresar al equilibrio inicial del Génesis, al orden natural y feliz de aquel cosmos arcano cuya legitimidad reposa en la benevolencia de un Dios, al mismo tiempo extraño, vengativo, misericordioso, guerrero, amoroso, justiciero, indiferente y, finalmente, articulador de todo tipo de equilibrios sociales y políticos que provienen del cosmos. La política de la biblia es una imagen interesante sobre cómo Dios abandonó su soledad, creó a los hombres y éstos eligieron otros caminos que contradicen el plan original.

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