La más reciente encuesta publicada por El Deber no deja lugar a dudas: el
Movimiento al Socialismo (MAS), alguna vez una maquinaria imbatible de poder
electoral, ha perdido su hegemonía. El desgaste de Evo Morales, la fractura
interna con el ala de Arce, la crisis económica post gasífera y los escándalos
de corrupción (como el del Fondo Indígena y la intromisión en el Poder Judicial)
han erosionado el voto duro de los sectores populares. Hoy, por primera vez en
casi dos décadas, amplias franjas del electorado —sobre todo de las clases
sociales bajas— están desorientadas, escépticas y sin una referencia clara.
Este vacío no es una condena, sino una oportunidad para
el país y la oposición. ¿Quién ocupará el espacio simbólico y político que deja
el colapso del “Estado Plurinacional”? ¿Quién se animará a reescribir el
contrato social con el pueblo empobrecido, sin caer en el populismo, ni en el
desprecio tecnocrático?
Samuel Doria Medina y Jorge “Tuto” Quiroga, figuras
persistentes en el tablero político boliviano, tienen ante sí la oportunidad
política que, quizás, sea su última carta de juego histórica, si es que van a
poder incidir de forma decisiva. Sin embargo, para influir, no basta con
repetir fórmulas del pasado, ni con limitarse a la denuncia moral en contra del
MAS. Requieren una reinvención programática, narrativa, ideológica y emocional.
¿Cómo lograrlo?
En primer lugar, deben hablarle al país sin paternalismo
ni cinismo. Ambos líderes de oposición deben dejar atrás el tono empresarial o
ilustrado que, si bien puede resonar bien en las clases medias, resulta
distante para los sectores populares. Se necesita una nueva pedagogía política:
clara, sencilla, directa, pero no populista. Una que explique, por ejemplo,
cómo salir del estancamiento económico sin mentir sobre subsidios, pero también
sin parecer que se quiere gobernar “contra los pobres”.
El reto es construir una narrativa de progreso popular:
una agenda de movilidad social real, basada, probablemente, en la educación
técnica, empleo juvenil, microcréditos accesibles, seguridad ciudadana y acceso
efectivo a servicios de salud, más que volver a ofrecer bonos clientelares.
En segundo lugar, es imprescindible el hecho de reconciliar
eficiencia con justicia social. Ni el discurso tecnocrático que cree que todo
se resuelve con cifras, ni la vieja izquierda que promete sin cumplir, sirven
hoy. Samuel, con su perfil empresarial, debe mostrar que puede ser eficiente y
solidario. Tuto, con su experiencia internacional, debe traducir ese capital en
propuestas concretas para barrios, provincias y comunidades, bajar y estar muy
cerca de la gente de carne y hueso.
Se trata de articular una agenda de dignidad social que
combine reformas estatales (contra la corrupción y el despilfarro), con
acciones específicas para mejorar la calidad de vida en las zonas marginales y
pobres. El modelo clientelar del MAS se hundió por ineficiente y corrupto, pero
no se lo derrotará con un neoliberalismo seco que no aprendió nada del fracaso
de las privatizaciones. Se necesita un reformismo popular y ético.
En tercer lugar, es fundamental la construcción de
liderazgos nuevos desde abajo. Ni Samuel, ni Tuto pueden, ni tampoco deben
postularse como los únicos salvadores. Su rol tendrá que ser de bisagra: abrir
espacios, empujar liderazgos jóvenes, tender puentes entre las regiones y todo
tipo de clases sociales. Si insisten en candidaturas personalistas, el
electorado los castigará por no entender el momento que quiere un cambio desde
adentro, una mayor democratización y el empuje de un liderazgo joven con una
“visión larga” enfocada en el futuro.
Se necesita articular un frente plural, con nuevas voces
y rostros que conecten con las bases populares, especialmente en El Alto, Tarija,
el norte de Potosí, el Chapare y el eje urbano empobrecido. El vacío que está
dejando el MAS, puede ser copado con una legitimidad desde abajo, no con
marketing desde arriba.
En cuarto lugar, se requiere anticipar el conflicto: un
nuevo pacto democrático. La transición post MAS no será pacífica ni automática.
Evo y su aparato no se irán sin pelear, y buscarán victimizarse y reactivar su
relato conspirativo para destruir cualquier estabilidad gubernamental. Por eso,
Samuel y Tuto deben apostar por una narrativa de unidad nacional sin
revanchismo, pero con firmeza institucional. Se necesita impulsar un nuevo
pacto democrático que revise el modelo del “Estado Plurinacional” desde una
lógica de ciudadanía democrática plena, instituciones funcionales y respeto a
la ley. No se trata de “volver al pasado” del neoliberalismo que fue derrotado
por el populismo masista, sino de construir un nuevo horizonte sin los errores
del viejo sistema, ni las imposturas del populismo.
El hundimiento del MAS deja un terreno inestable pero
fértil. Si Samuel y Tuto comprenden que no se trata de conquistar al electorado
desde el poder, sino de servirlo con humildad, visión y coraje democrático,
podrán contribuir decisivamente a una nueva etapa para Bolivia, sobre todo
económicamente. La historia no les debe nada, pero aún pueden escribir un
último capítulo con dignidad y sentido de futuro, para transformar el modelo de
desarrollo y volver a empezar con solidez verdaderamente democrática.
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