Es
un hecho que las escuelas de Bolivia, no solamente se están rezagando en una
época donde prima el alto rendimiento y la economía del conocimiento, sino que
simplemente se están encuevando al interior de prácticas donde las “mentes están
cerrándose” de forma inevitable. Las escuelas públicas, junto con gran parte de
la educación privada que es un negocio engañoso, continúan siendo instituciones
autoritarias donde se difunde el miedo al ridículo, el facilismo, la repetición
de lo ya conocido y el sutil dogmatismo que coarta la expresión libre de ideas
nuevas. Esto se comprobó, lamentablemente, y una vez más, en el fallido
Congreso de la Educación celebrado en noviembre de 2024. Nadie le dio
importancia, a pesar de la existencia de 700 delegados y cerca de 60
organizaciones educativas, instituciones públicas y privadas. El congreso fue
una torre de Babel, incomprensible por el exceso de ideologías huecas que no
sirvieron para nada, y frente al surgimiento de tibias propuestas de cambio,
mientras se garantice un mercado libre de la educación que no tiene, ni
regulación, ni estándares serios de calidad.
Los
planteamientos respecto a una educación constructivista o descolonizadora son
sólo una formalidad que se quedó en la teoría, pues hasta el día de hoy, no
existe un incremento significativo del potencial creativo, ni una cultura
pedagógica que respete los derechos para modificar actitudes tradicionales, con
el fin de convertirlas en conductas realmente innovadoras. Se arrastran
deficiencias en la lectura de comprensión, en el cabal uso de la ortografía en
español y en el dominio de las matemáticas que, como parte de un baluarte
mundial de los conocimientos científicos, se quedan rezagados en la educación
boliviana. El Congreso de Educación, trató de evadir toda responsabilidad, al
plantear una educación plurinacional liberadora, que no posee, en absoluto,
calidad y respetabilidad en el ámbito de una educación globalizada e
internacionalizada. Los delegados del Ministerio de Educación y los maestros
sindicalizados, por igual, cerraron sus mentes frente a una evaluación veraz y
objetiva de la educación inicial, primaria y secundaria.
Este
fenómeno de “cierre mental” puede comprobárselo al visitar varios colegios,
creados en los últimos quince años y al evaluar la enseñanza impartida a los maestros
en sus estudios de licenciatura y maestría. Curiosamente, el Ministerio de
Educación invirtió mucho dinero en el Programa de Formación Complementaria
(PROFOCOM) para, prácticamente, “regalar” títulos de licenciatura, maestría y
hasta doctorado. Todos de mala calidad, repetitivos, sobrecargados de mitos,
fuera de la realidad global y lejos de una educación de verdadera eficacia
científica y multidisciplinaria.
Los
profesores juegan con dos cartas: la primera es acumular títulos que no les
servirá de mucho y tampoco les ayudará a mejorar sus terribles vacíos. No se
dedican, no estudian, no reflexionan y no quieren cambiar la educación para el
bien de las futuras generaciones. La segunda carta es una extraña mezcla entre
autoritarismo y un discurso en defensa de una “reforma educativa plurinacional”
para forzar en los alumnos la reproducción de doctrinas viejas, incompletas y
mal procesadas, fruto de lecturas superficiales y plagadas de visiones conservadoras,
sobre todo en lo que se refiere a los saberes ancestrales de las culturas
indígenas porque se las idealiza y banaliza, al mismo tiempo, para rechazar u
ocultar las deficiencias de la educación, cuando se la compara con el logro
estudiantil de otros países. El impacto inmediato de esta educación mediocre, bloquea
las mentes de jóvenes y niños, las mismas que difícilmente se abrirán en
beneficio de un horizonte creativo y lleno de claridad científica. Los impactos
del Covid-19 durante la cuarentena, y a lo largo de la pandemia entre 2020 y
2023, fueron devastadores.
El
sistema educativo boliviano tampoco presta la debida importancia a las “estructuras
afectivas del aprendizaje” para una profunda reforma institucional y moral. Por
ejemplo, lograr que los estudiantes tengan mayor flexibilidad y tolerancia
democrática al disenso, permitiéndoles reorganizar y redefinir distintas
estrategias o alternativas de aprendizaje a la hora de solucionar problemas,
desde los más simples, hasta los más complejos. Maestros y alumnos son víctimas
de sus propios artificios: quieren lo cómodo, lo elemental, imponiendo sus
mediocridades para que, finalmente, se nieguen a cambiar en beneficio de
experiencias transformadoras. La educación para el debate, para cuestionar todo
conocimiento y replantear varias formas de comprensión de aquello que llamamos
“realidad”, requiere de un profundo compromiso con el estudio sistemático y el
esfuerzo por criticarse a uno mismo para dar saltos cualitativos. Estos
esfuerzos son inexistentes en la mayoría de las escuelas de Bolivia y el
Congreso de Educación no tuvo la valentía de abordarlos con criterio
profesional, pues primaron las posiciones políticas y las farsas burocráticas
de un Ministerio de Educación, acosado, como siempre, de escándalos de
corrupción e ineficiencia.
La
verdadera descolonización educativa, posiblemente consista en hacer que la
práctica pedagógica en las aulas tenga una mayor independencia, permitiendo el
desarrollo de distintas capacidades, como un “derecho a la creatividad” para
actuar sobre la base de objetivos que los estudiantes aprecian. Actualmente, la
descolonización se convirtió en una ideología política de simplificaciones
abusivas: defender la Pachamama, anhelar el legado histórico de nuestros
ancestros indígenas, sin siquiera saber si es posible conocer en profundidad
las raíces de una filosofía andina o un saber indígena. La gran mayoría de
maestros se dejan guiar por eslóganes políticos, cayendo en una ignorancia
colosal que se alinea con las instrucciones de un Ministerio de Educación que
sólo es un preboste incompetente sin ningún patrón de calidad.
A
pesar de haber tenido dos intentos de reforma educativa (Ley 1565 en 1993 y Ley
Avelino Siñani en 2010); maestros, estudiantes y padres de familia siempre han enfrentado
una baja tolerancia al cambio. Parecería que la consigna fuera “hay que cambiar
todo pero sin modificar nada”. Este es el drama de hoy: exigir una educación
gratuita que no vale mucho en la era de las múltiples revoluciones tecnológicas
y comunicacionales.
Nadie
se pone a reflexionar que también es muy limitativo pensar que las personas sean
únicamente agentes pensantes y que únicamente lograrán utilizar mejor el
intelecto a partir del uso de la información almacenada y de la lógica. Es
fundamental preocuparse por los “procesos afectivos que asuman retos nuevos”, con
el propósito de rechazar las formas de violencia sutil que actualmente priman y
clausuran las mentes de nuestro futuro. Hay que abrir las mentes de manera
constante. Desaprender para aprender mejor y aprender con seriedad para,
posteriormente, rechazar lo aprendido si prevalece el error, o es refutado por
nuevos conocimientos, junto con perspectivas abiertas y creativas.
Mientras
mayor sea la necesidad de enfrentar el autoritarismo y el anacronismo en las
aulas, mayor será la necesidad de recurrir al “derecho a la creatividad”
durante el aprendizaje. El actual ambiente educativo obstaculiza las
expresiones creativas y regresa a una posición inerte: imponer la autoridad del
maestro, o repetir lo aprendido sin llevar adelante un esfuerzo genuino por
mostrar criterios propios (de alumnos y maestros), junto con un reducido
ejercicio del sentido de la responsabilidad.
La
rigidez por el cumplimiento de los contenidos
académicos en un tiempo estipulado y según objetivos preestablecidos, resta
importancia al sistema de comunicación entre maestros y alumnos dentro de las
aulas, cerrando las puertas al desarrollo de las libertades que estimulen las
realizaciones individuales y sin promover la confianza de los alumnos en el
desarrollo de sus propias potencialidades. En las escuelas del país, muchas
veces, todo es una farsa que nos costará muy caro en algún momento. Si el
Congreso Nacional de la Educación fue un fracaso, esto no quiere decir que
ahora, sean los estudiantes disconformes, los más críticos y los más
responsables consigo mismos, quienes combatan esta ola de cierre mental para
reorientar la educación. La esperanza permanece y también la lenta, pero
segura, muerte de los maestros, hundidos en la tradición y enterrados por las
nuevas formas de inteligencia artificial.
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